viernes, 27 de noviembre de 2009

IN MEMORIAM


A D. Manuel Benítez Carrasco.
25 de Noviembre de 1.999



Aquella mañana, el agua se deslizaba del cielo, lo mismo que lo hace el rocío de la mañana sobre la hoja, hasta caer de la hoja a la rama. Aquella mañana llovía, pero lo hacia tímida, como una mocita que se esconde tras de la ventana del primer beso, atrapada en los cerrojos del abrazo espontáneo y torero que se da por primera vez. Un agua triste y mansa, como los ojos de quien no mira y aleja las pupilas al infinito de los sueños inventados a cada vuelta de sábana. Aquella mañana, la Alhambra se asomaba al cielo sin apenas tocar el abismo con sus nudillos desnudos. Estaba mojada por la lágrima y el suspiro, que bajaba desde el Paseo de los Tristes a Plaza Nueva. La Torre de la Vela, deshojaba silencios a cada golpe de campana, y agachaba la cabeza como nunca, escondiendo una vez más su timidez como siempre. Aquella mañana, se escuchaban versos en la Plaza del Salvador, mientras el agua resbalaba por la Calle del agua para dar entonación al mejor poema jamás recitado y nunca escrito. Las acacias se tornaban de norte a sur, como quien busca la razón a los suspiros descritos entre virutas de carpintero. Se escuchaban los cánticos desde el Ave María, y los saltos de los niños que chillaban con sus gargantas feroces e impacientes por crecer y llegar al árbol de los mayores. ¡Llovía!... Llovía por la cuesta del Chapiz, callecita abajo y callecita arriba hasta los Mártires. Llovía en los ojos de las mujeres, buscando el piropo del poeta enardecer entre páginas blancas de papel inmaculado. Llovía sobre los ojos de los hombres, que anduvieron sobre las sendas de otras lluvias y otros tiempos. Llovía en las copas de los cipreses de San José, espigados verdes y firmes como los civiles de Lorca, y llovía sobre los mármoles fríos y florecidos de los muertos de siempre y siempre sobre los muertos.

Aun recuerdo como llovía… Mansamente. ¡Tanto! como para empapar el pañuelo de los que allí estaban, y tan mansamente para los que no fueron.



Que hermosura el tiempo y la vida,
que da y quita, lo mismo al que tiene,
que al que da, pero no fía.
Pues así siempre entretiene
pensar que el que más tiene,
ya no es el que más tenia.

De igual forma al recordarte hoy
poeta grande que te morías,
veo tanto verso en otras bocas
que tal vez ya, ni reconozcas,
a tanta gente que te leía.

Entre tanto un perro cojo
¡Quien sabe a donde iría!
dibuja estrellas de plata,
en los cielos de Granada
esperando que llegue el día.

Un homenaje mañana.
¡Se ha muerto! ¿Quién lo diría?
Noviembre se hizo de escarcha,
no había gentío en la plaza,
¿Sería Señor... porque llovía?



José Manuel Rodríguez Viedma.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Cuando el agua habla.




Cuando el agua habla



A lo mejor si guardo silencio,
escucho el sonido del agua
o la escucho hablar, melódica,
risueña, enamorada.

¿Pero el agua habla?
El agua se desliza por la piel,
por la rosa y la rama.
El agua apaga la sed,
por la ribera del alma.

El agua es el aliento,
que le falta a una mirada.
Duda entre ser un afluente
o un rió que muere en la playa.

Y al encontrarse desnuda
navegando por tu cara,
el agua se hace velero
y el velero nostalgia
y la nostalgia un te quiero
y el te quiero una palabra
y mi palabra un beso
y el beso un trozo del alma,
que al ponerla frente a tu risa
quiere beberse tu lágrima.

Lagrimas como rosas,
rosas engalanadas
desde este balcón de los Mártires,
donde veo sentada a Granada.

Lucecillas multicolor,
que se encienden y se apagan
unas por falta de amor,
las otras de amor derramadas
y al fondo la mano de Dios
que las enciende con la mirada.

Granada vestida de noche,
Granada vestida de agua
dibujada entre pinceles de bronce,
esculpida a cinceladas de plata.

Eres como una enorme caseta
a la que no le falta de nada,
sus farolillos rojos de embrujo,
su blanca luna callada.

Con sus dos ríos prohibidos
que forman su negra baranda.

Eres como una caseta,
que formada en la distancia,
a unos los llenas de esperas
y a otros los desesperas
con abanicos de nostalgias.

Tu vestido de negra noche,
tus zapatillos de albero,
tus decorados de vida,
tus realidades de sueño,
tus manantiales de vino,
tus arrayanes de fuego
y hasta el aire que respiro,
en este que hacer pregonero
me hace sentirte caseta,
que a Dios se escapo desde el cielo.

Y desde allí… ¡Desde allí versos de Lorca!
Verso que muere en poema
y siembra romanceros gitanos
en el llamador de su puerta.

Desde allí Carlos cano
siendo flor de hierba buena,
descuelga su fado de amor
haciendo con sus manos la flor,
guirnalda de primavera.

A lo mejor si guardo silencio,
escucho el sonido del agua
o la escucho hablar, melódica,
risueña, enamorada.

¿Pero el agua habla?
¿Hablar…?
¡Grita... sueña... canta!

¡Si, Benítez Carrasco!
Maestro de la palabra,
los agujeritos que tiene el cielo,
unos los hacia tu perro
con su muletita de plata.

Pero los otros… ¡Los otros serán caseta!
serán caseta en Granada
que en la gloria un casetero
ante Dios y su mirada,
encajándose el sombrero
que San Pedro le entregara,
encenderá el portón de la Feria
ante el hermoso suspiro del agua.


José Manuel Rodríguez Viedma

Con otras miradas...

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