viernes, 21 de octubre de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



Consejo sencillo de la vejez

 

Siempre en la puerta sentado.
Lo mismo estaba el chiquillo,
con una varilla en la mano
 y la sonrisa de trigo.
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En sus ojos se dibujaban
universos recién estrenados,
 y en las rodillas cantaba
entre una negra maraña,
un cardenal de cuidado.
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El pelo a la brisa desnudo,
las manos al río en volandas,
y los pajarillos con disimulo
sentados en negras barandas.
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¿Quién fuera aquel chiquillo?
que más que mirar te miraba,
como si en su grandeza de grande,
¡Tan grande se reflejara!
Con un puñado de años ¡ya!
clavados en las espaldas.
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Que daría yo, porque no crecieras.
Porque siempre fueras pequeño,
para que aunque tú no lo quisieras
pudiera yo ser el dueño,
de hacer que no despertaras
de la infancia de tu cuerpo.
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Ya ves niño, mis arrugas.
¡Rasgando piel al entrecejo!
Sin que tenga mi alma la duda,
en esta cabeza desnuda
de que soy un hombre más viejo.
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En mi sabiduría yo hallo la fuente
y en ella tú bebes consejos.
Pues la vejez es como un barco
que siempre te lleva a buen puerto.
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Un barquito de papel,
cargado de buenos remedios.
Tan dulce como la miel,
que se hunde con los dedos.
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¿Para que quieres crecer?
Si al final el mundo entero,
no es más que un atardecer
que solo coge en el sombrero.
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En tu infancia la nube se torna,
como una caracacola de ensueño.
En la distancia una paloma
no es más que un cascabel pequeño,
que suena cuando se colma
de cientos de recuerdos buenos.
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Crecer es solo llegar más alto.
¡Pero nunca llegar el primero!
Pues a veces  con un garabato,
aunque sea un garabato pequeño,
llegas a tocar con las manos
la senda sublime del cielo.
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Yo también quise ser grande
y subirme a un molino viejo,
y desde allí ver el paisaje
de donde nacen los besos.
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Yo también con mi rama joven,
quise poner en la hoguera leño
y llenar mis futuros presentes
con más de un millón de recuerdos.
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Tan grande y tan holgado
que ya por más que los cuento,
alguno se me queda colgado
en otra rama del pensamiento.
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Hacerte grande ¡es perder!
los principios de los cuentos,
auque aprendas bien a leer
con los ojos del firmamento.
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¡Yo no maldigo la vejez!
que bien merecido mi tiempo,
fue como un manantial
que poquito a poco me fui bebiendo.
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Solo te pido ¡chiquillo!
que como tu también has de hacerlo,
bebe poquito a poquito
con cientos de sorbos pequeños.
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Y hagamos un trato entre ambos
aunque en este trato la vejez,
sea un nuevo garabato
atado entre tu zapato,
como una cometa a los pies.
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A cambio de tu sonrisa
yo te daré el mejor de los cuentos,
mientras dejo que entre la brisa
se duerman tus ojillos tiernos.
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A cambio de tu mirada,
yo te daré mi sombrero
y en el hallarás la barca,
al timonel y al marinero.
¡Ambos en volandas!
se llevaron el vergel de mi tiempo.
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Ya se ha dormido el chiquillo,
entre la sabia de los almendros.
Mientras el aire te besa el flequillo
¡Yo velaré por tus sueños!
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 Ahora te acuno entre mis brazos
¡Ya lo ves, que no me quejo!
solo apelo a nuestro trato,
pues en este campo sin riego
¡lo que yo daría por hacer!
por seguir viéndote crecer,
sin yo hacerme más viejo.
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José Manuel Rodríguez Viedma

domingo, 2 de octubre de 2011

Fiel reflejo



Otra vez, nosotros dos



             A dos metros de distancia. Solo a dos metros. Arrastramos nuestros pasos y ahí estamos. Otra vez, solos con nosotros mismos. La sonrisa dejándose escapar entre los rasgos que la noche ha sembrado en nuestras mejillas con el roce de la almohada. Nos miramos fijamente ante el espejo. No hay palabras. El silencio contesta a cada una de nuestras preguntas inacabadas, y antes de escuchar respuesta alguna, en nuestra mente se contestan todas y cada una de ellas. Que infinito silencio, y que hermoso a la vez.

            Medio adormecidos. Aun el reloj no hace más de diez minutos que con su estruendo ha roto la paz del sueño y sin embargo, ya nos llamaba el espejo. A gritos y a empujones, con una fuerza frenética y necesaria. Así nace el primer saludo de la mañana. A nosotros mismos, como si tras del cristal reconociéramos al mejor amigo, enjaulado en una trágica cárcel de cristal, que solo encuentra la libertad con tus pasos (cuando te marchas) y tus latidos. (Porque estamos vivos.) Sobre el espejo nace el primer gesto y la primera sonrisa. Sobre el espejo el agua y sobre el agua, navega la ultima y perfecta simetría del sueño. Clavamos las pupilas sobre nuestro fiel reflejo y jugamos a no conocernos. Ahora, como si fuéramos dos perfectos desconocidos que solo tuvieron la feliz coincidencia de levantarse a la misma hora, con la misma ropa, con la misma mirada. Predestinados a mirarnos el uno al otro, con la mirada perdida. En cada una de nuestras pupilas se reflejan por mil las mismas imágenes, y en cada uno de nuestros gestos, se adivinan otros tantos espontáneos y con igual similitud.

            Frente al espejo, ambos, medido adormecidos. Así somos. Sin miedos ni vergüenzas. Las alturas ya no nos asustan y más de cien veces hemos saltado el mismo precipicio, sin hacernos el menor de los rasguños.  Hemos amado mil veces y otras mil veces nos han amado. Hemos llorando hasta multiplicar nuestras lágrimas, y hemos dejado que estas se escapen entre nuestros dedos, como frágiles gotitas de sal, que al alma, amamantan con sus defectos y virtudes. Hemos rehecho en cada noche nuestros futuros y roto nuestros presentes. Nos hemos visto desnudos, sin que apenas nos ruboricemos el uno del otro. Hemos encontrado nuestros defectos y los hemos ocultado, mientras el tiempo, y la edad, han vuelto a dejarlos sueltos al viento de una madrugada a la que siempre ha cogido una copa de más. Frente al espejo, nos hemos sentido observados por alguien que nos pedía paso, mientras el alma, a empujones, no dejaba hueco alguno a la indecisión del nuevo día. Hemos negado con la cabeza y afirmado con el mentón o la barbilla. Nos hemos acariciado, como dos adolescentes que se besan por primera vez. Hemos perfumando nuestra piel con la manzanilla de un beso y nos hemos sentido fuertes, con la decisión del último reflejo que la luz ha dejado caer en nuestra cabeza. Nos hemos sentido solos y acompañados. Jamás hemos temido a la luna, y jamás la luna ha venido a perseguirnos hasta el interior de nuestra mágica cajita de cristal.

            Nos hemos reconocido frente al espejo y nos hemos odiado. Como dos amigos que se disputan las vanidades el uno al otro, y cambian de tercio el malestar de las palabras mal entendidas y acusadoras. El amor duele cuando salen a flote las verdades y se miente cuando se ama, ocultando con indulgencias propias nuestros acusados defectos. No podemos mentirnos sobre el espejo. ¡Nada sería lo mismo! Somos dos viejos amigos que conocen a la perfección las cicatrices que el alma, saca a flote cuando se desnuda.

            Nos vemos cara a cara y nos sonreímos. Un día más. Cuando la mañana pone en alerta cada uno de nuestros sentidos. Cuando la alondra infinita de la vida hace sonar el despertador de Morfeo y los brazos nos descuelgan de la cama, como dos tiras de sábanas más, retorcidas mitad por amor y la otra mitad de noche y soledad.  

            Nos hemos vuelto a reconocer frente al espejo, y aun nos preguntamos quien de los dos se encuentra en la otra orilla. Quien de los dos se marcha y quien de los dos se queda. Quien de los dos suspira y quien de los dos pone partida al tiempo, introduciendo nuestros pies en zapatillos de cartón. Jamás podremos saber quien de los dos se marcha, y quien de los dos se queda. Que ironía, cada vez que intento averiguarlo, me encuentro de nuevo con mi otro yo. No puedo jurar que eres tu quien me espera, pues volvemos a estar los dos, frente a frente, y entonces me pregunto, ¿Quién de los dos esperaba al otro para conocerse si es posible, aunque fuera un poquito mejor?

            Algún día me atreveré a preguntarle. Me armaré de valor. Abriré la puerta de repente a la mayor velocidad, y me plantaré delante. ¿Cuándo has llegado? Solo me asustará llegar antes y no encontrarme sobre el espejo. Reflejándome como siempre, esperando su luz y la mía. Sentiré miedo entonces si no me encuentro, pues bien habré llegado tarde a la cita conmigo mismo, o lo que es peor. Puede que no llegue nunca.

            Apaguemos la luz y sigamos durmiendo. Aun le quedan cinco  minutos más al reloj, al cristal y al tiempo… El espejo y el sueño nos enseñan siempre la misma realidad. Ambos somos los mismos al otro lado de la nada.

José Manuel Rodríguez Viedma

Con otras miradas...

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La mitad del silencio

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