sábado, 5 de abril de 2014

Gólgota. TU FUEGO A MEDIO CAMINO

 


 
 
TU FUEGO A MEDIO CAMINO
 
              Artículo incluido en la Revista “Gólgota” de la Semana Santa de Granada. Presentada Oficialmente el pasado día 3 de Abril.
 
 
 

Solo la interpretación de la mirada nos basta para entendernos. La hora precisa y el momento adecuado nos hace imperecederos, quizás en un instante, perfectos, y en dicha ecuación de silencios aislados, tal vez inmortales. Tenemos la cara cubierta por el capillo y el ocaso ha llegado introduciendo la punta de su dedo de vida en el cuerpo y en el alma. Apenas nos resta un suspiro para querer entendernos, apenas una herida nueva se abre en el duelo de la penitencia, cuando alguien, reduciendo otra mirada al puñal del gesto te habla. Y das un paso, otro más de unos cientos o de miles. Agachas la cabeza y continúas recorriendo la calle, sintiendo la desnudez  del cuerpo como hiela tus rodillas y como del suspiro vuelve a nacer el rezo difuminado en tantos y tantos rostros desconocidos que te siguen observando, como tú, únicamente al espejo resplandeciente de los ojos. Y sabes que pasas inadvertido. Eres un alma sin rostro, sin nombre y sin apellidos, una figura en la hilera que camina sosteniendo un pabilo de luz, donde pretendes que a cada instante ardan sin reparo las voluntades que te llenaron de odio. Y deseas que el fuego purifique la soberbia que te bebiste junto al penúltimo trago de vino y que la envidia desaparezca en cada destello que hace chisporrotear el cirio abrazado por mi mano. Y escuchas el sonido del tambor balanceándose en las ramas y perdiéndose en los rincones. Y lo sigues con los sentidos esperando el giro en la plazuela llena de hombres, de  mujeres y de niños. Comes el aliento del jazmín y del almendro y alzas la cabeza esperando encontrar en los dos trozos ovalados de tu capillo, una nueva selección de estrellas que se duplican cuando las observas con perplejidad.   Escuchas el silbido de la brisa penetrando entre las flores y cierras una vez más los ojos, para intentar divisar el sueño improvisado en el horizonte de tu espalda, y como  la gloria es balanceada por una marea de hombres, en cuya cerviz, las fuerzas van quedando mermadas con el paso del tiempo, hasta llegar a la misma calle por donde tus pies, han dejado hace un momento la estela de tu lagrima en el asfalto, derramada junto a la cera, como frágiles gotitas de una lluvia tibia. De una tormenta serena.

Estoy solo en la penumbra y el fuego de mi cirio se ha desvanecido con el aire. Solo ha quedado el hilo de un humo negro y fino como la sin razón de los sueños incumplidos y un leve resplandor que aún quema, pero que no arde, aún titubea en la punta milimétrica de la mecha. Me giro, buscando el donativo de otro fuego que me   prenda, y apenas en un segundo, otros ojos ocultos bajo otros cielos ovalados, como los míos, se posan en mis pupilas. Justo en la otra ribera de este sueño de clamores y penitentes, alguien ha advertido la oscuridad de mi mano. Se ha detenido el cortejo y ha penetrado el fuego de su pabilo en mi mecha temblorosa y desorientada. La brisa ha cerrado su boca, y durante unos segundos, el fuego se ha multiplicado, renaciendo otra luz en mi cirio sin perder la hermosura la luz en el suyo. Y hemos detenido la mirada el uno junto al otro. No he advertido su rostro, ni siquiera la hermosura de quien pueda esconderse tras de la tela de colores difusos en la madrugada. No sé si es ella, o es él. Ni la edad que aparentan los círculos perfectos de su iris acaramelado. No he advertido un atisbo de complicidad entre sus ojos y tampoco en los míos. Quizás debajo de su mirada se encuentre oculta una sonrisa. O un lamento. No había pedido ni su fuego ni su luz. Mis ojos apenas habían dictado palabra alguna, ni susurro siquiera había nacido en mi boca cerrada y oculta. He mirado sus manos, y en ellas, tampoco he encontrado una similitud entre el masculino y el femenino. Ni siquiera sé, si le debo o me debe. Si lo conozco o me conoce. Si alguna vez en la calle, con los rostros y la palabra libre, siquiera le he ofrecido un asiento, una puerta, un <<…pasé usted primero… >>   Tal vez guarde en si la ofensa de un desconcierto, o el agradecimiento de alguna dicha. O tal vez nada. Su rostro como el mío, está oculto. El o ella, tampoco sabe quien soy.

A golpe de vara, sus pasos y los míos han comenzado el camino de nuevo, calle abajo. Hemos dejado la plaza. El tambor ha marcado a lo lejos una nueva sinfonía. Un compás. Las hileras de penitentes avanzan, y yo entre ellos. Durante unos segundos todo ha cobrado un nuevo sentido, quizás un significado. Desde la salida, desde el primer rayo de luz a las primeras horas de la tarde, cuando la brisa me premiaba con un cálido frescor de naranjos. Cuando mis pies arañaban el primer tramo de asfalto, mi alma, mi corazón y mis suspiros, no habían parado de solicitar la clemencia para mis pecados ante aquel inmenso Cristo crucificado, a quien toda la inmensidad del universo y de la gloria, la divinidad había puesto a sus pies. Y había pedido salud, con la boca abierta de par en par, para todos los que me rodean, quiero y me quieren. Y lealtad para quien esbozo cada noche mis plegarias y a quien pido que me aleje de su olvido. Y amor, para honrar a quien enamoro y tal vez a quien me odia. Había pedido valor, para contrarrestar el rencor cuando me pica con su aguijón envenenado. Y había pedido sabiduría para no errar, y honestidad para dormir tranquilo las noches de insomnio. Y había pedido paz, para poner fin a las guerras interiores y a los conflictos mundanos que nos  acercan a la manada de los lobos. Y había pedido verdad ante los engaños, y caridad para quien tiene más de dos monedas en los bolsillos. Había pedido trabajo y pan, porque es el sustento de los mortales, y agua para saciar la sed cuando nos llega. ¡Tanto le había pedido! que la mecha de mi cirio se había difuminado. Se acabó la llama y aún estaba a medio camino. Quizás debiera apagarse en ese justo instante. Inaparente para mi y perfectamente milimétrico, para aquel gigante que colgaba del madero en forma de cruz. "… nada haces en vano …"  - Me dije – En aquel momento, cuando creí haberlo pedido todo, se me apagó la luz, y sin apenas tiempo para solicitar una nueva llama que prendiera e iluminara el resto de mi camino, aquel otro cirio se había acercado a mi. Atendió mi oscuridad y me ofreció un nuevo resplandor nacido del suyo. Entendí entonces cuanto sobran  las palabras y cuanto valen los suspiros. Entendí que el camino tiene dos partes y ambas sirven para marcharse y para regresar por donde alguna vez nos fuimos.
 
Ahora, a mitad de este camino y después de tanto pedir por las calles y las plazas, lo había entendido todo. Toda mitad requiere el mismo porcentaje para amar y ser amado. Para dar y entregar alma y corazón en la misma subasta y no vender sin cariño verdadero. Para poner la mitad de tu mano, junto a otra mitad de la que nazca el abrazo. La mitad de uno mismo, que junto a la de otro ser, nos haga completos. Toda mitad requiere de la sabiduría para enseñar y aprender del mismo libro. Toda mitad para soñar y para velar por los sueños de otros. Y en aquel momento, en aquel hermoso lapsus de intersecciones y de mitades, era el  instante perfecto para dejar de pedir y dar comienzo a la mitad en la que tocaba agradecer…


…Ya estaba en la sacristía. Pasaban las dos, y a la noche le temblaban los astros en las sienes. Todo había terminado. A Cristo aún le quedaba un entrecalle encendido, y a mi, gratificarle a alguien con mi palabra, tal vez una luz.  Soplé la mecha y volví a ver el humo negro hasta desvanecerse. Le toque en la espalda y le di las gracias…

 << De nada papa. De nada... >>  

José Manuel Rodríguez Viedma.

Con otras miradas...

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La mitad del silencio

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