lunes, 21 de octubre de 2013

La Noche en Blanco de Granada





A vista de pájaro
La Noche en Blanco de Granada,
la luna en verso,
los suspiros de los poetas,
y... ¡Granada!
 
… sobrevolé el cielo de Granada como un ave nocturna. Mi revoloteo me pareció único, casi recién estrenado. Divisé desde las alturas los inmaculados blancos del Albayzín y deslicé mi planeo dislocado por alguna que otra cueva del Sacromonte. Sentí la guitarra sonar entre los arpegios de la madrugada y me pareció un aljibe mascullando el agua en la garganta de una  fuente. Adiviné frente a mis ojos las torres longevas y ensimismadas de la Alhambra, y allí, me paré a poner una nueva rama en mi pico. No era demasiado grande, ni pequeña; Era imposible alzar mi vuelo con ella. Tenía el pecho henchido de suspiros, y el pico medio abierto para que tan solo una leve brisa, trepara hasta mis pulmones antes de tropezarse con alguno de mis versos…


Granada estaba abierta de par en par, lo mismo que su noche en blanco. Con sus paradojas inalcanzables destinada a no dormir y a no dejar de soñar a la vez. Desde mi altura podía distinguir los pasos simétricos de los poetas componiendo versos con la mirada. Allí estaba Francisco Acuyo, con las hojas del otoño trasparentes sobre las manos, dando retoques a la improvisación una y otra vez. Me pareció verlo cerrar los ojos y adiviné cuanta verdad encierra un parpadeo. No era una noche más. Era la primera noche, la más larga, la más romántica y verosímil, para quien no dudo nunca de que existe todo aquello que cuentan los versos y alimentan el doble cuando se leen. Mara Romero Torres y Magda Robles, dibujaban las siluetas de sus prosas en la Plaza de las Pasiegas e hicieron callar las campanas de la inmensa Catedral de Siloé, que como una musa, bebía del silencio lo mismo que las palomas revoltosas sobre la fuente cristalina de las Batallas. Mara y Magda, tenían una sonrisa delicadamente rubricada sobre los labios y un temblor sosegado en las rodillas. Los poemas pesan el doble que la sinceridad, y se multiplican, como los besos robados en cada rincón de una ciudad cuajada de poetas venidos de todos los rincones del universo. Ellas lo sabían. Sobre sus manos descansaba la batuta de toda aquella orquesta literaria que había de componer la mágica sinfonía de la “Luna en verso” y que aguardaba el estreno en el teatro Isidoro Maiquez.

Allí, aún resonaban en las amapolas de las butacas las palabras del poeta Manuel Salinas. Hacía tan solo unas horas, quedaba presentada la antología poética, nacida para aquella noche de nostalgias, que aún se amamantaba del presente. Habló Manuel Salinas, y describió la perfección de la metáfora de la vida. Lo hizo con la voz sosegada, como quien susurra en la espesura del universo esperando pasar inadvertido y resulta ser escuchado por cada uno de los astros que lo componen. Así lo hizo,  representando los paralelismos entre el papel desnudo y la rima ataviada con la seda transparente del amor en estado puro. Habló de los sueños de los poetas y de sus intenciones imperecederas en cada una de sus palabras inmortales. Habló Manuel Salinas y hablaron cada uno de los poetas por su boca, por sus gestos, por sus silencios. Después, se desmenuzó la antología con sus doscientas diez páginas, como la margarita del sí quiero, y algunos de los poetas, (todos en el recuerdo)  se emborracharon con cada uno de los versos y bebieron de la misma fuente hasta dejarla vacía de dolor. Yo, también quise mojar mi pico.

Pasaban más de las once y media de la noche mágica, de la luna en verso, de su eclipse, y Granada rebosaba de gritos de niños con los ojos abiertos de par en par. Las gentes bajaban desde las calles más anchas, abotonando los encajes de las callejuelas más estrechas, y en cada una de ellas, un artista disgregaba a media luz, para todos, el interior del baúl de sus secretos. La música, la magia, el baile, los olores de los lienzos colgados en las paredes de las exposiciones. El teatro en la obra de Eva Velázquez, con la Juana más loca, excéntrica y maravillosamente enamorada. La fotografía, el agua, las fuentes, los aljibes, la noche y los versos, siempre los versos… dispuestos a salir nuevamente escondidos tras de los corazones de los poetas… Y divisé el ala del sombrero de Pedro Vera, y escuché a Tomás Soler. Descansé el alma en el sosiego de Juan Antonio Barros. Sentí la noche propicia de Pedro Enríquez y esboce una sonrisa con Antonio García. Lloré la ausencia de Teresita Herrera Muiña, de Miguel Ángel Zapata, de Jeniffer Moure y Nelson Jiménez desde el otro charco del mapa, solo franqueable por el resplandor de la noche agujereada por las lágrimas de las musas. Agudicé la armonía en la voz de Antonio Praena y mordí la sinceridad inagotable de Brenda López.

Volaba tan alto, y aun así, distinguía a cada uno de los poetas que se apresuraban hacia el teatro, y recuerdo sus nombres, y no los olvido. Recuerdo sus prisas y los escalones empinados del entarimado hasta llegar al atril de los justos. Sería imposible nombrarlos a todos,  e indebida la omisión de alguno de ellos, y echo mano del índice de la antología para no olvidarlos y del sueño de “La luna en verso” para hacerlos inmortales. A todos, a los más de ciento setenta, a los presentes y a los ausentes, a todos los reconozco entre sus versos y los aromas que dejaron tras de si, las fragancias de los piropos sinceros a la noche intensa de una Granada endiosada en la cumbre de la prosa. Entre todos y cada uno de ellos, me pareció reconocerme, difuso, callado, como un cuerpo cuyas manos, sostienen el alma al cordel de un suspiro. Mi alma estaba volando aquella noche, como  la de un pájaro, un ave nocturna que busca la paz en la rama del tiempo y sueña ser mecida  por la brisa triste y sonámbula de una sombra de otoño.


Fue una noche cuajada de sentidos, única e irrepetible. Como lo son las primeras citas o lo son los primeros besos que se dan, sin esperar a que el amor pueda ser recíproco en cada uno de ellos. Como las primeras caricias y las primeras promesas. Los primeros llantos a escondidas, las primeras quimeras hechas realidad, el primer lecho prestado y la primera desnudez del alma. Fue una noche abierta a todos y con todos. Un abrazo uniforme donde encontrar cientos de latidos bombeando con ritmos diferentes que  guardan el mismo equilibrio para mantener su armonía. Una noche de poetas dispares con denominaciones comunes, donde las palabras pisaron la luna y borraron la huella del primer hombre. Un instante para soñar y un buen intento para nacer de nuevo.


Ahora, dicen que la noche en Granada, se irá difuminando como lo hacen los pinceles tras dar el último brochazo sobre los lienzos de los pensamientos abstractos. Que todo fue un sueño disipado en la retina del que se alimenta de la nostalgia. Que Granada vuelve a ver la luz cuando la madrugada deja en la fuente el aliento de su último bostezo. Que el agua de los ríos se marcha para no volver, como lo hace la tinta de los poetas cuando sangran las heridas de los olvidos. Que la luna se ha vuelto a vestir…

Ahora dicen sin más...,
pero aquella noche, ¡estuvimos despiertos!   

José Manuel Rodríguez Viedma

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué gusto leer tan sentida descripción de la noche en blanco de Granada!! Gracias, poeta, por tenermos presente.
Nelson Jiménez V

Juan A. dijo...

José Manuel, qué bonitas tus palabras. Gracias. Un fuerte abrazo.

Eva Velázquez Valverde dijo...

Josw Manuel!!! Muchas gracias por este precioso texto que mere sin duda al lector en la magia que pudimos vivir en Granada la NOCHE MAS CULTURAL Y BONITA DE LA HISTORIA. GRACAS A LA OEGANIZACION POR CONTAR CONMIGO, a Paco Acuyo, a Belén y M. José Mesa Olea, a Christian Carbajosa por au increible trabajo y a ti, Jose Manuel por tener a esta Querida Loca" presente en tus palabras

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