La Noche en Blanco de Granada,
la luna en verso,
los suspiros de los poetas,
y... ¡Granada!
… sobrevolé el cielo de Granada
como un ave nocturna. Mi revoloteo me pareció único, casi recién estrenado.
Divisé desde las alturas los inmaculados blancos del Albayzín y deslicé mi
planeo dislocado por alguna que otra cueva del Sacromonte. Sentí la guitarra
sonar entre los arpegios de la madrugada y me pareció un aljibe mascullando el
agua en la garganta de una fuente. Adiviné frente a mis ojos las torres longevas
y ensimismadas de la Alhambra, y allí, me paré a poner una nueva rama en mi
pico. No era demasiado grande, ni pequeña; Era imposible alzar mi vuelo con
ella. Tenía el pecho henchido de suspiros, y el pico medio abierto para que
tan solo una leve brisa, trepara hasta mis pulmones antes de tropezarse con
alguno de mis versos…
Granada estaba abierta de par en
par, lo mismo que su noche en blanco. Con sus paradojas inalcanzables destinada
a no dormir y a no dejar de soñar a la vez. Desde mi altura podía distinguir
los pasos simétricos de los poetas componiendo versos con la mirada. Allí
estaba Francisco Acuyo, con las hojas del otoño trasparentes sobre las manos,
dando retoques a la improvisación una y otra vez. Me pareció verlo cerrar los
ojos y adiviné cuanta verdad encierra un parpadeo. No era una noche más. Era la
primera noche, la más larga, la más romántica y verosímil, para quien no dudo
nunca de que existe todo aquello que cuentan los versos y alimentan el doble
cuando se leen. Mara Romero Torres y Magda Robles, dibujaban las siluetas de sus prosas
en la Plaza de las Pasiegas e hicieron callar las campanas de la inmensa
Catedral de Siloé, que como una musa, bebía del silencio lo mismo que las
palomas revoltosas sobre la fuente cristalina de las Batallas. Mara y Magda,
tenían una sonrisa delicadamente rubricada sobre los labios y un temblor
sosegado en las rodillas. Los poemas pesan el doble que la sinceridad, y se
multiplican, como los besos robados en cada rincón de una ciudad cuajada de
poetas venidos de todos los rincones del universo. Ellas lo sabían. Sobre sus
manos descansaba la batuta de toda aquella orquesta literaria que había de
componer la mágica sinfonía de la “Luna en verso” y que aguardaba el estreno en
el teatro Isidoro Maiquez.
Allí, aún resonaban en las amapolas de las butacas las
palabras del poeta Manuel Salinas. Hacía tan solo unas horas, quedaba
presentada la antología poética, nacida para aquella noche de nostalgias, que aún
se amamantaba del presente. Habló Manuel Salinas, y describió la perfección de
la metáfora de la vida. Lo hizo con la voz sosegada, como quien susurra en la
espesura del universo esperando pasar inadvertido y resulta ser escuchado por
cada uno de los astros que lo componen. Así lo hizo, representando los paralelismos entre el papel
desnudo y la rima ataviada con la seda transparente del amor en estado puro. Habló
de los sueños de los poetas y de sus intenciones imperecederas en cada una de
sus palabras inmortales. Habló Manuel Salinas y hablaron cada uno de los poetas
por su boca, por sus gestos, por sus silencios. Después, se desmenuzó la antología
con sus doscientas diez páginas, como la margarita del sí quiero, y algunos de
los poetas, (todos en el recuerdo) se emborracharon con cada uno de los versos y
bebieron de la misma fuente hasta dejarla vacía de dolor. Yo, también quise
mojar mi pico.
Pasaban más de las once y media
de la noche mágica, de la luna en verso, de su eclipse, y Granada rebosaba de
gritos de niños con los ojos abiertos de par en par. Las gentes bajaban desde
las calles más anchas, abotonando los encajes de las callejuelas más estrechas,
y en cada una de ellas, un artista disgregaba a media luz, para todos, el interior
del baúl de sus secretos. La música, la magia, el baile, los olores de los
lienzos colgados en las paredes de las exposiciones. El teatro en la obra de
Eva Velázquez, con la Juana más loca, excéntrica y maravillosamente enamorada.
La fotografía, el agua, las fuentes, los aljibes, la noche y los versos, siempre
los versos… dispuestos a salir nuevamente escondidos tras de los corazones de
los poetas… Y divisé el ala del sombrero de Pedro Vera, y escuché a Tomás
Soler. Descansé el alma en el sosiego de Juan Antonio Barros. Sentí la noche propicia de Pedro Enríquez y esboce
una sonrisa con Antonio García. Lloré la ausencia de Teresita Herrera Muiña, de
Miguel Ángel Zapata, de Jeniffer Moure y Nelson Jiménez desde el otro charco
del mapa, solo franqueable por el resplandor de la noche agujereada por las lágrimas
de las musas. Agudicé la armonía en la voz de Antonio Praena y mordí la
sinceridad inagotable de Brenda López.
Volaba tan alto, y aun así, distinguía
a cada uno de los poetas que se apresuraban hacia el teatro, y recuerdo sus
nombres, y no los olvido. Recuerdo sus prisas y los escalones empinados del entarimado
hasta llegar al atril de los justos. Sería imposible nombrarlos a todos, e indebida la omisión de alguno de ellos, y echo
mano del índice de la antología para no olvidarlos y del sueño de “La luna en
verso” para hacerlos inmortales. A todos, a los más de ciento setenta, a los
presentes y a los ausentes, a todos los reconozco entre sus versos y los aromas
que dejaron tras de si, las fragancias de los piropos sinceros a la noche
intensa de una Granada endiosada en la cumbre de la prosa. Entre todos y cada
uno de ellos, me pareció reconocerme, difuso, callado, como un cuerpo cuyas
manos, sostienen el alma al cordel de un suspiro. Mi alma estaba volando aquella
noche, como la de un pájaro, un ave
nocturna que busca la paz en la rama del tiempo y sueña ser mecida por la brisa triste y sonámbula de una sombra
de otoño.
Fue una noche cuajada de
sentidos, única e irrepetible. Como lo son las primeras citas o lo son los
primeros besos que se dan, sin esperar a que el amor pueda ser recíproco en
cada uno de ellos. Como las primeras caricias y las primeras promesas. Los
primeros llantos a escondidas, las primeras quimeras hechas realidad, el primer
lecho prestado y la primera desnudez del alma. Fue una noche abierta a todos y
con todos. Un abrazo uniforme donde encontrar cientos de latidos bombeando con
ritmos diferentes que guardan el mismo equilibrio
para mantener su armonía. Una noche de poetas dispares con denominaciones
comunes, donde las palabras pisaron la luna y borraron la huella del primer
hombre. Un instante para soñar y un buen intento para nacer de nuevo.
Ahora, dicen que la noche en
Granada, se irá difuminando como lo hacen los pinceles tras dar el último
brochazo sobre los lienzos de los pensamientos abstractos. Que todo fue un
sueño disipado en la retina del que se alimenta de la nostalgia. Que Granada
vuelve a ver la luz cuando la madrugada deja en la fuente el aliento de su último
bostezo. Que el agua de los ríos se marcha para no volver, como lo hace la
tinta de los poetas cuando sangran las heridas de los olvidos. Que la luna se
ha vuelto a vestir…
Ahora dicen sin más...,
pero aquella noche, ¡estuvimos despiertos!
José Manuel Rodríguez Viedma
3 comentarios:
Qué gusto leer tan sentida descripción de la noche en blanco de Granada!! Gracias, poeta, por tenermos presente.
Nelson Jiménez V
José Manuel, qué bonitas tus palabras. Gracias. Un fuerte abrazo.
Josw Manuel!!! Muchas gracias por este precioso texto que mere sin duda al lector en la magia que pudimos vivir en Granada la NOCHE MAS CULTURAL Y BONITA DE LA HISTORIA. GRACAS A LA OEGANIZACION POR CONTAR CONMIGO, a Paco Acuyo, a Belén y M. José Mesa Olea, a Christian Carbajosa por au increible trabajo y a ti, Jose Manuel por tener a esta Querida Loca" presente en tus palabras
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