jueves, 20 de diciembre de 2012

Feliz Navidad


martes, 20 de noviembre de 2012

La penúltima sonrisa.


 
 
 
LA PENÚLTIMA SONRISA
 
 
 
 
Estaba sentado en la silla lo mismo que una estatua de plastilina horneada con los dedos a toda prisa. Era imperfecta en sus trazos, y la silueta de sus contornos se dejaba ver entre una sombra tenaz que arañaba las cortinas colgadas a sus espaldas. Estaba sentado con la cabeza gacha, ligeramente inclinada. Sus pensamientos colgaban de un hilo entre el llanto y el olvido, entre la calma y la tempestad de un océano inalcanzable. Acababa de colocarse la nariz sobre su propia nariz y el sombrero en la cabeza. Quise acercarme a él, lanzarle el último aliento y recordarle que en su magia, descansaban todas las batallas que le tenían maltrecho el corazón y el alma. Quise decirle que las había ganado todas, que su amor las había derrotado sin contemplaciones y todo era justo a su alrededor, quise decirle todo y fui incapaz de decirle nada. El telón se abrió en un segundo y un chasquido de aplausos producidos por cientos de manos pequeñas rompió el silencio del teatro. Las cortinas se abrieron como los mares de Moisés, la oscuridad dio paso a una luna redonda que se posó en su figura y la luz recorrió su rostro de norte a sur dibujando ahora su silueta multicolor en las tablas del escenario.

Cuando abría la boca, una pálida voz se dejaba escapar por sus cuerdas vocales, yo no lo sentía, apenas sabía lo que decía,  pero aquellos niños reían con sus gestos torpes y desmedidos, con sus zancadas burlonas y tropiezos de sus pies gigantes. Sabía que estaba llorando, no solo por el cauce que dejaban la rivera de sus lágrimas sobre su rostro blanco inmaculado de un maquillaje inverosímil. Lo advertía en cada mirada que desprendían aquellas dos pupilas perdidas en el rostro del júbilo y la risa. Estaba destrozado y sin embargo, nadie era capaz de insinuar, de advertir, de sospechar lo contrario. Sabía que él esperaba que la multitud de aplausos se hicieran presentes para aprovechar y lanzar un nuevo suspiro al aire, sin que sentimiento alguno, rondara como una triste canción de cuna por las butacas de aquellos niños. Sería imperdonable verlos tristes un solo momento y mucho más odioso he impensable, que él fuera el causante de sus desdichas. No estaba dispuesto a ello, aunque el lobo de la muerte rondara por las esquinas de su vida, y estuviera presto a marcarle el tiempo con un solo bocado, no estaba dispuesto a alejarse ni un solo momento de aquella multitud de miradas que lo seguían por aquel escenario entre el chirriar de maderas y margaritas socarronas. Había pasado toda la vida rodeado de ellos y así quería que terminaran sus pasos. No quería escoger entre otra muerte más dulce que la de la sonrisa, ni último aliento que el de sus besos.

Casi dos horas después, las cortinas se cerraron por última vez. Las aguas se volvieron a unir tragándose de un sorbo la figura de aquel payaso, al que el tiempo había parado su reloj de arena en la muñeca. Permanecía quieto en su silla. El foco aún fijaba su resplandor sobre su cara y entonces descubrí, que una última lágrima, quizás la más pequeña, aún dudaba entre caer al suelo o quedarse a vivir, el tiempo que fuera necesario en su desgastada mejilla. Fuera, los niños, se apresuraban a salir ordenadamente con sus mofletes redondos. El silencio comenzaba a hacerse patente en ambos lados y en tan solo unos minutos, se hizo el único dueño entre las moquetas rojas del suelo, las cortinas cerradas del escenario y el corazón encendido de aquel payaso de cabeza cabizbaja, a quién una lágrima, continuaba marcándole el trayecto entre caer y desaparecer o difuminarse de la misma forma que lo hacen los suspiros.

Fue entonces cuando pude acercarme a él. Estábamos solos, aunque a ambos nos hubiese dado igual lo contrario. En ese momento, solo mis ojos tenían tiempo para estar junto a los suyos y poder advertir como en el interior de sus pupilas, aún quedaban retenidas las sonrisas de los niños. Puede que los milagros existan. ¡Estaban todas allí! Pude ver a muchos de ellos con sus ojitos cerrados y sus bocas abiertas de par en par mostrando sus risas y carcajadas. Veía sus rostros llenos de felicidad, la placidez de sus corazones, la serenidad de sus pequeñas almas… ¡lo vi todo! Sentí que un mundo diferente cabalgaba dentro de los ojos de aquel payaso que continuaba mirándome fijamente. Me cogió de las manos y apretó mis dedos con fuerza sin apartar la mirada de la mía, y yo… continuaba viendo colores en el interior de la suya. Me percataba de los sonidos y de los aplausos, de la quietud de algunos niños y del nerviosismo de otros. He de reconocer, que si en algún momento de mi vida, hubiese buscado a Dios, lo hubiese descubierto sin ninguna duda, tras de aquellos ojos, sentado en alguna butaca, rodeado de aquellos niños de todas las razas y colores que aplaudían con sus pequeñas manos improvisadas para la ocasión. Allí debía de estar el cielo y la gloria, y aquel payaso lo supo desde el primer momento que hizo reír a un niño alguna tarde de abril.

Cuando me soltó la mano, el tiempo se detuvo y las sonrisas desaparecieron como lo hacen los horizontes al alba, despacio, sin prisas, en silencio. Lo mismo que la hoja de otoño al caer al suelo, sensible, sutil, templada. Así lo hizo también su lágrima, antes de llegar a su boca.

Cuando se apagaron los focos, ambos salimos juntos y dejamos cerradas las puertas tras de nosotros. En el escenario, solo quedó la silla vacía. Solo hubo tiempo para una pregunta y una respuesta. La noche nos estaba esperando a los dos, sin que ninguna otra máscara ocultara nuestros rostros. La embriaguez se comería nuestras almas de un bocado a la par que nosotros lo haríamos con las estrellas. La luna sería la única testigo de nuestros requiebros, y las alondras de la madrugada, las encargadas de poner nuevos versos a las historias interminables que se cuenta a voces…

- ¿Tienes miedo? - Le dije después de llevar más de cuatro copas y su nariz de payaso sobre mi nariz.
- Solo tendré miedo, si cuando llegue…, soy incapaz de hacerle reír a Dios.
Me respondió mientras una vez más clavaba sus ojos negros sobre los míos.

Después de haber pasado algunos años. Cuando siento que la noche comienza a cerrarse. Puedo distinguir como comienza a llenarse el cielo de estrellas. A mí, me siguen pareciendo toda una legión de niños de todas las razas y colores que corren a sentarse en el anfiteatro de la gloria. De repente, una luna gigante, enciende su foco en la distancia y lo ilumina. Las nubes se abren de par en par y… cuando cierro los ojos, siento una tremenda carcajada al compás de otras cientos de niños y niñas con sus mofletes redondos y rosados. No tengo ninguna duda. Cuando Dios se ríe, es imposible no hacerlo con Él.


José Manuel Rodríguez Viedma

Amarga despedida


jueves, 25 de octubre de 2012

¿Por qué no damos un paseo?


 
¿Por qué no damos un paseo?


¡Apresuraros! Ataros bien los zapatos. No los vamos a utilizar ni siquiera un momento, ni un solo metro, pero conviene tenerlos fuertemente atados. No vamos a improvisar, todo está meticulosamente dispuesto. Los caminos nos esperan con sus florecillas silvestres (cuidado con no pisarlas) y a nuestra izquierda, con toda probabilidad paseará junto a nosotros la rivera de un río. ¿Os salpica el agua en las rodillas? ¡Bien! ya tenemos el río. Acomodaros en vuestras sillas o sillones, cerrar los ojos, relajemos nuestros músculos, ¿Música? ¿Por qué no? Elegir cada una la que más os guste, recordar el río… ¿La tenéis? ¡Es preciosa! Mirad lo juncos, parecen que danzan entre los rizos del agua. De izquierda a derecha y de norte a sur. Las piedras relucen en el fondo como pequeños tesoros encarcelados, cuidado con sacarlas a flote pues perderían el esplendor de sus brillos inmortales. Escuchar el silencio como grita vuestros nombres, navegan en el agua y se lleva cada uno de vuestros secretos. Dejarlos que se marchen, (tenemos más) y que pongan rumbo a lo desconocido. Cuando vuestros secretos lleguen al mar, serán miles de secretos los que se confundan unos con los otros. Van desnudos, sin prisas, sosegados… sin miedos. Dejarlos que lleguen al mar y no tengáis mido de que los encuentren las sirenas. ¿Tenemos los ojos cerrados? ¡Bien! ¿Tenemos la música? ¡Estupendo! Ahora metamos los pies en el río…

El agua abraza nuestros tobillos, sabe que somos extraños pero aun así, nos corresponde con el abrazo del recién llegado. Intenta subir por nuestras pantorrillas y nos besa el pantalón dejándonos la huella de su beso. ¡Cuidado con no caerse! Crucemos el río de un extremo al otro, pero hagámoslo, multiplicándonos por dos. ¿Te has perdido? ¡Claro que no! Cierra nuevamente los ojos, se trata de un juego. Pensemos por un momento que somos capaces de hacerlo, verás;  deja una parte de ti, en una rivera, y cruza con el resto a la opuesta, ¿estamos? ¡perfecto¡ Una parte de ti, no ha llegado a mojarse siquiera, ahora, la otra parte, te observa desde el otro frente, tiene los pies mojados por el agua, ha caminado entre algunas piedras y se ha sentado mirándote fijamente a los ojos… ¡Aquí comienza nuestro paseo!

El camino que nos separa a nosotros mismos, de nuestros pensamientos y de nuestras acciones. De lo que decidimos hacer y lo que en realidad somos capaces de hacer. De nuestros miedos, de nuestras indecisiones, de nuestros silencios, de nuestros secretos, de nuestras pasiones. Sentados en una orilla, hemos dejado el alma y cruzado a la otra el corazón. Nos miramos frente a frente y nos sentimos a veces desconocidos. Lo sabemos y lo intuimos, nos reconocemos y nos amamos, que contrariedad, somos la única especie en el mundo, que viva con tanta fuerza y a la vez, sea capaz de odiarse a si mismo. Tenemos el río, ¿lo veis? una parte se queda sentada y la otra ha cruzado sin miedo. En la vida todo es aparentemente igual, el río es el pensamiento que cruza justo por la mitad entre los valores y la conciencia. Mientras el alma se piensa las cosas dos veces, el corazón salta al precipicio, desciende de las alturas y pone sus invisibles pies en el suelo, apenas sin un rasguño.  Sí querido caminante, lo que realmente duele, es el alma cuado piensa el daño que puede hacerle la vida al corazón.

En un lado tenemos el alma y en el otro el corazón. El alma espera el beso y el corazón sale al encuentro de los labios esperando encontradlos abiertos siempre de par en par. El alma busca un rincón para soñar y el corazón el momento para vivir. Sabe que cuando él se pare, cuando su tic-tac, guarde silencio, ya no habrá alma que se mantenga viva. El corazón salta entre las piedras y busca los tesoros entre las aguas sin ningún miedo, y sin embargo el alma, sabe que su mejor recompensa la tiene al desnudo en su interior para quién venga a cogerla con las manos limpias. El corazón se endurece con el tiempo, mientras el alma, es como una pompa de jabón siempre presta a trepar por tus sueños. El alma nos mira y el corazón aparta los ojos de las miradas furtivas. El alma aguarda, y el corazón jamás se replantea el camino toda vez que cruza el río, incapaz de dar marcha atrás. El corazón y el alma, el alma y el corazón. Somos irremediablemente dos seres en la misma encuadernación rústica de la vida. Dos libros con diferentes títulos amarrados en la misma biblioteca, casi en el mismo estante, uno bajo la letra “A” de amabilidad, amistad, amar y amor y el otro, en la letra “C” donde descansa la conciencia, la cordura, la ciencia y la calma. Extrañas similitudes a bien sabido, que quien siempre cruza el río de la vida, sin pensar lo fría que este el agua, sea precisamente el corazón.

El corazón es un viajero que jamás saca billete para subirse al tren de las emociones. ¡Míralo! apenas habla. Pasa directamente a la acción y después pregunta por el precio del viaje. Nunca le parece gravoso. Fijaos en el alma, jamás cogerá un vuelo sin tener el ticket por anticipado. El alma en cambio habla por los codos, lo valora todo y no cambia nada por nada. El corazón atiende siempre a la llamada, (¿corazonada?) el alma, que no es lo mismo, acude siempre a quien llama. Corazón y alma, uno frente al otro, con contrato indefinido.

¿Continuamos con los ojos cerrados? ¿Sí? Pues ahora crucemos el río nuevamente, tiende la mano del alma al corazón y deja que vuelva tras de los juncos a sentarse junto a tu alma. Volvamos a ser una sola persona, abraza a tus propios sentimientos y siéntete vivo al cien por cien. Escúchate a ti mismo, tantas veces como desees ser escuchado y recapacita en cada una de tus acciones. Cuéntale al alma, las veces que has fingido que no te ha dolido el corazón, y deja que el corazón le susurre al alma, cuantos caminos somos capaces de explorar sin levantarnos de la silla. Escucha de uno el palpitar nostálgico de cada beso entregado, y del otro, los remiendos que hubo de hacerse por no sentirse correspondido. Escucha el alma como es capaz de abrazarse al latido y como el corazón es incapaz de escuchar un solo latido, si no tiene alma. ¡Siente! ¡Vive! y sobre todo, jamás tengas miedo de las imperfecciones.

¿Escuchas la música? Los gorriones han vuelto a posar sus alas en las copas de los árboles y buscan su rama donde posar el canto. ¿Escuchas el agua? El río ha tocado el arpa una vez más, posando sus rizos en cada piedra. Se marcha buscado el mar con tus secretos y los míos, algunos los ha dejado escondidos bajo las sombras de los juncos… No tengas miedo a que sean encontrados por otro corazón u otra alma. Nadie tiene porque asustarse de los besos que nos dimos y mucho menos, de aquellos que alguna vez, fuimos incapaces de darnos.
XXXXXXXX
¡Despierta! Abre los ojos… ¿Te ha parecido corto nuestro paseo? Recuerda que siempre hay tiempo para caminar sobre un nuevo latido y volar, hasta donde quieran llevarnos las alas del alma…
¿Y el río…?  ¡La vida! solo la vida.  (Ya hemos llegado.)

 
José Manuel Rodríguez Viedma

martes, 9 de octubre de 2012

A la orilla del recuerdo. (A lágrima viva.)



 
SE QUE ME CASTIGÓ EL CIELO


Se que me castigó el cielo.
Que las estrellas no están hechas para mí
ni la suavidad de tu pelo.
XXXXX
Pero un día treparé a lo alto
y robaré cuatro luceros
para ponerlos en tu sueño.
Robaré de un salto el amanecer
y dejaré sola la luna de enero.
XXXXX
Pintaré de rosas la noche
aún sabiendo que me castigó el cielo,
por ser marinero sin barco
capitán de cuatro puertos.
XXXXX
Por no tener espumas mis olas,
ni valor mis sentimientos…
Por no tener llantos, mis pupilas rotas,
¡se que me castigó el cielo!
XXXXX
Por no tener espinas mis rosas.
Por cerrar las puertas del pensamiento
y por haberte querido tanto…
¡Se que me castigó el cielo!
XXXXX
Por querer volar y ser gaviota.
Por querer ser tu silencio…
Tengo las alas rotas
por el peso de tus recuerdos.
XXXXX
Por querer cambiar la historia
y de caminos mis senderos.
Por haberte querido tanto,
se que me castigó el cielo.
XXXXXX
Por tener una espina clavada
desde aquella noche de mayo,
de luna terciopelo y nácar
se que el cielo está llorando.
XXXXX
Por no olvidar el aliento,
ni su tierra, ni el lamento,
ni las sonrisas calladas.
Por tener lágrimas de bronce
que me cortan la cara.
XXXXXX
Por darte el primer beso
y después darte la espalda.
Por tantas noches de desvelo…
¿Sabes tu acaso muchacha?
¡si puede perdonarme el cielo!

 
José Manuel Rodríguez Viedma.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



 
 
 
DIALOGO CHICO


 ¿Se puede amar más veces en una
sosteniendo el agua en la mirada…?
¡Si!
Solo si al amar, la incertidumbre oscura,
deja tu universo inerte, en la ventana.

¿Se puede amar más veces con locura,
entre la noche oscura…, entre la nada?
¡Si!
Solo cuando tus sueños acudan
a buscar tu alma desnuda,
entre las fuentes de Granada.

¿Puede el alma soñar desnuda?
¡Si!
¡Vete a buscarla en el agua!

José Manuel Rodríguez Viedma


El secreto de los vivos.

 
 
 
EL SECRETO DE LOS VIVOS




Una conclusión cuanto menos rocambolesca. Y es verdad que lo es:) Cuando una persona desaparece, vamos, digamos que se muere, que se esfuma, que la espicha. Multitudinarias voces, si no todas, exaltan con sopranos vozarrones cual temida pérdida se nos viene encima. Lo mismo nos da, si de pequeños nos daban patadas en las espinillas o nos pellizcaban repetidamente sobre el ... ombligo. Tal cual. << ¡Que bella persona coño! Con lo buena que era…>> La sudoración de sus pies, ahora era una grata mezcolanza entre el jazmín y la azucena y su malafollá, una media sonrisa difuminada a menudo entre su rostro angelical. Que si quieres arroz, Catalina, o como demonios se llame la tabernera.

Si el gachón o la gachona, tenía un carácter de los de quítamelo de enmedio que me abofetea la carótida, ahora, y en su lecho fúnebre de rosas y claveles, parece que una legión de angelitos ha venido a por el. << ¡Uno más en el reino de los cielos! >> (Manda hue… de los más frescos que ponen las gallinas pardas.)

Al ejemplo me remito con mi amigo Ramón, el de la zapatería de Castillejos. Hace una semana me lo encontré en la Plaza Nueva, debía de estar pasando el rodaje de sus últimos mocasines, cuando le dije;

- ¡Coño Ramón! Que alegría me da verte. Anoche estuvimos mi mujer y yo, de velada nocturna, junto a Fermín, Lucas, Alberto. Más tarde se incorporó Ana y Lucía. Por cierto, que cabroncete el marido de Lucía, aún recuerda la despedida de solteros y la foto de Sonia, la bailarina de “striptis” en su mesita de noche la luna de miel. Te puedes creer que apenas cruzamos palabra… Todo lo organizó Olga, la mujer de Vicente. ¡Vicente! (me dijo) Hijo de put… él y su mujer. ¡Nunca le caí bien del todo! Más bien nunca nos caímos ninguno de los tres. Claro que si yo hablara… ¿Qué? ¿Pagó en Chalet de los pinares? ¡No te jode! ¿Sigue tan gordo como siempre? Si no fuera tan estirado, las cosas bien que les podían haber ido mejor con sus amistades, a él y a ella, pero claro, el señor director de la sucursal del banco, como puede… claro, con un pobre zapatero. ¡Ramón!. (Le dije) Muy bien no estaba el hombre. Vicente, con todo lo gordo y sus hechuras, apenas se movía de la caja de pino. Calladito estuvo el hombre y sin pestañear. Murió anoche a las diez y veinte, o al menos eso me dijeron cuando llamaron por teléfono para darme el aviso… ¡Calla! ¡Calla! ¡No me jodas! Mierda de vida, cago en “to” y en la leche… Cuando se lo diga a la Puri, se va a quedar de piedra. La Puri se llamaba cada dos por tres con Olga, en el fondo eran inseparables. Olguita, le decía por el teléfono cada vez que hablaban. Ya sabes, cosas de ellas. El pobre de Vicente, joder, no me lo quito de la cabeza. Era raro, si, como el solo, pero con una inteligencia que se lleva el hombre para el otro barrió. ¡Es que no somos nadie! Ahora que le sonreía la vida, con su Mercedes nuevo por Reyes Católicos… Yo me abrí la cuenta en banco, nada más por que estaba el de director… ¿A que hora es la misa? Pues allí nos vemos, yo dejo al chavea en la tienda y tiramos “pa” San José.

Y allí estaba el hombre… La cara descompuesta, los ojos desencajados de las órbitas y los zapatos de charol, más relucientes que el cristal de un ascensor a las ocho de la mañana, cuando aún había porteros en las casas de vecinos. ¡Ah! y la Puri. La cual entre sollozos, mientras le hacia una suma con la mirada a la pobre de Olga, le decía echadita en su hombro; “Quince años sin hablarnos ninguno de los tres, lo que son las cosas y sin embargo, nos queríamos como hermanos… es que… Lo que es la vida Olga. Mi vida.”

Una conclusión al respecto en cuanto menos rocambolesca...
¿Por qué llenamos de piropos y alabanzas a quines las espichan y nos caían mal? ¡He aquí la cuestión! ¡Ya no nos escuchan! y no pueden debatirnos las mentiras.
¿Por qué seguimos haciendo leña los trajes de los vivos? ¡No hay duda! Por qué ellos si nos escuchan y padecen. Lo cual nos indica que hasta que las espichemos, aún hay tiempo de seguir haciéndonos daño…

Valga para todos los amigos y “amiguetes” sin distinción, riqueza, ideología o clases políticas. La muerte y la vida se asemejan en muchas cosas, pero una de ellas, sin duda, la hace igual y semejante. Seas como fueras en la vida, en la muerte alguien te seguirá dando palmaditas en la espalda. Y si tienes dinero, igual hasta llora más y mejor.
 
 
José Manuel Rodríguez Viedma

martes, 18 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)




EL PRINCIPIO DE UNA CARICIA.

 
Estaban adormecidas…
Una tenue luz improvisada las unió de repente,
cuando la mañana las multiplicó por dos, entre suspiros cercanos
y la luz en la ventana de sus ojos, arañaba el cristal,
entre el espejo dubitativo de sus nombres.
XXXXXX
Estaban adormecidas… casi inertes, casi desechas.
La madrugada se había pasado toda la noche jugando con ellas
hasta dejarlas sin sentido, moribundas y calladas.
Estaban tronchadas entre sí, como dos racimos de uvas,
como las yedras de las verdes tinajas,
como el espino del amor, desventurado en medio de una sonrisa.
XXXXXXX
Cuando se miraron el uno al otro, las encontraron entrelazadas.
Aún olían a besos, a caricias recién estrenadas
y a pompas de jabón difuminadas con el roce precoz de sus cinturas.
XXXXXXX
Al verlas nuevamente y sentir su espina,
decidieron al unísono dar cuerda al motor de la locura.
Se amaron otras cien veces más y ya no hubo noche,
capaz de dejar otra vez, por un instante,
que sus manos ocultaran dar cuerda a los relojes de los besos.
XXXXXXX
En un instante de paz, sus almas multiplicaron las esencias de los jardines.
Las alondras callaron sus picos en las ramas, y a lo lejos…
presintieron que la aurora dibujaba otro astro en sus miradas.
XXXXXXX
Ya era tarde para contar de nuevo las estrellas.
El amor y la fragancia, la locura y el cuerpo,
las había dejado otra vez, adormecidas...
Tiernamente adormecidas…
Se habían mirado a los ojos.
¡Y amado locamente de nuevo!

 
José Manuel Rodríguez Viedma.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)

 
 
 
 
MARINERO DE REGRESO
 
 
He huido cargado de redes
y regresado al mismo puerto.
Otras tantas miles de veces
y otros cientos que no me acuerdo.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! y no puedo.
XXXXXXX
Dejé rodar mi timón sin dueño,
en la espesura de la mar celeste,
para solo escuchar en mis sueños
gritar una aurora a su suerte.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! que quiero verte.
XXXXXXX
Me he preguntado ansiosamente,
por mis cien huidas y mil regresos
y solo me vino a la mente,
que al marcharme tan de repente
se me olvidaron todos tus besos.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! y no puedo.
XXXXXXX
Arrié mi vela a tu cuerpo,
atraqué mi barco a tu vientre.
Hasta morir cien veces de nuevo
depositando mí sal en tu frente.
XXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! que quiero verte.
XXXXX
Cuado te cayó la azucena del pelo,
deposité mi ancla, en tu simiente
y ambos supimos que el cielo
tiene cien nombres diferentes.
XXXXXX
Regresé ¡mi amor! a tu bahía
y en mi regreso locamente,
al quererte como te quería
entendí que en mi marea fría,
había estado allí, para siempre…
 
 
José Manuel Rodríguez Viedma.

martes, 4 de septiembre de 2012

Es tiempo de incorporaciones.


 
El sonar de la sirena
 
 
 
Es tiempo de incorporaciones. Mis hijas devoran los segundos y se afanan en multiplicar por diez, cada uno de los minutos que pasan por los pequeños relojes de sus muñecas. Se lanzan a la piscina como nunca, y temo que se beban el agua de este verano, como yo me he bebido la de tantos y tantos junios, julios y agostos a chupitos pequeños, en vasos de lágrimas. Recordarán siempre su infancia, porque la infancia no se olvida jamás. Perdura en nuestra mente, como un tatuaje invisible que solo utiliza la tinta de la sangre y el alcohol de la desinfección, para invalidar los porrazos que nos dimos, y que nos damos, a pesar de que el tiempo transcurra también en nuestros relojes de arena, robados a la playa desnuda de los cuentos. Los olores a libros nuevos se impregnan en la sala de mi habitación, mientras los disfrazo con el forro transparente de mis suspiros. La goma de nata, lista para ser estrenada con el primer error primordial ante la discordia inusual, que deja un número par con un impar, traspasado por el más y el menos de la osadía. El lápiz perfectamente afilado, dispuesto a dar de cabeza con la primera página en blanco, que forme parte inmortal del primer renglón inacabado.

Es tiempo de incorporaciones. De nuevas sonrisas y de llantos por doquier, por aquellos que pisan por primera vez con sus pequeños baberos a rayas, las aulas celestiales repletas de niños y niñas. Están listas las sirenas, y limpios los patios de todos los colegios. Pronto se llenarán de gominolas y chocolates, de balones y gritos, de sonrisas y llantos, de besos precoces y de caricias, ¡siempre de caricias! deseosas de ser contadas entre corrillos para no ser olvidadas jamás, aunque el tiempo te disfrace a fin de cuentas con la careta de la adolescencia, pintada con cientos de arrugas. Es tiempo de incorporaciones, de arrastrar las mochilas por el suelo y hacer del pavimento, vías eternas por donde caminará de lunes a viernes el tren de los olvidos. Ya habrá tiempo de cargar con la vida a las espaldas hasta sentirla sin piedad, como es capaz de mordernos el cogote con su aliento a nectarina. Todo se acaba para volver a empezar de nuevo. Las etapas se dejan atrás en cada curso, y en la vida, las estaciones pasan del otoño al invierno con diferentes frutos y olores.

Miro a los niños como cuentan las horas, los días. Se comen en dos mordiscos sus bocadillos y saltan nuevamente. Vuelven a gritar y se esconden entre las acacias y las lloronas. Juegan a ocultarse entre matorrales y después, aparecen para gritar sus nombres como si se llamaran a si mismos, por primera vez. Se beben el viento con una pajita y lanzan el frasco de las esencias a la papelera de la aventura. Aún les quedan unos días más, para saborear el resto de un septiembre que ya tiembla en el almanaque de los chicharrones. Miro a los niños, y veo el alma… el alma de todo aquel que se ha negado a crecer, a pesar de no encontrar el espacio suficiente, para poder encender la antorcha multiplicada por diez de las velas de su tarta. Veo a los niños y siento el estupor de sentirme uno de ellos en cada momento, en cada grito y en cada lamento propiciado por el golpe en sus rodillas dañadas por el roce del asfalto. Cierro la ventana y me inclino  hacia la goma de nata, mientras cierro los ojos y la aspiro, ¡tan fuerte! que ningún aroma de Dior, es capaz de transportarme en sueños al país de nunca jamás. Ahora que no me ven, he roto la virginidad del lápiz garabateando un papel en blanco, hasta percatarme que ahora me sale mejor dibujar las sombras sobre la nada y hacer de la nada un mundo de sombras donde perderme. He corrido a morder la onza de una tableta de chocolate, y he sentido en mi cabeza replicar por unos instantes la tabla del siete y solo me he atrancado dos veces. He abierto algunos libros por la mitad y he sentido, vivido y soñado. ¡Nada más hermoso que el aroma de un libro recién estrenado! solo comparable a la primera tarde de un amor en soledad, junto al sabor del primer café amargo, besándote los labios. He desenrollado el forro de cristal y se me ha pegado en las manos. He cortado el celo y lo he puesto sobre la mesa, he cogido las tijeras con sus puntas redondas y al intentar meter mis dedos en sus ojales, me he sentido crecer, ¡de repente! y no he podido cortar ni una sola de mis ideas. También me habían crecido las manos. 

Es tiempo de incorporaciones. A lo lejos, los niños continúan buceando bajo el agua, mientras en vano, yo, intento sacar la cabeza de mis recuerdos. Se salpican con manotazos de tal forma, que algunas de sus gotas de agua, han ido a parar a cada una de mis mejillas, solo así me conformo al pensar que no se trata de un llanto. De un llanto sutil, que me ha robado treinta años de golpe en un suspiro, en un instante. Tan inapreciable, que hubiese negado que haya existido, de no ser porque lo he sentido, como una lluvia cálida de otoño o como aquellos charcos de invierno, que se formaban en algunas calles, donde el asfalto aún soñaba con recostarse algún día...

Es tiempo de incorporaciones y la sirena de la vida está presta a tocar de nuevo. Mientras, los niños y niñas preparan sus carteras para ser arrastradas con sus puños cerrados y nosotros, los que aún no hemos dejado de serlo, nos conformaremos con amarrarnos tras de la reja de nuestras pestañas para sentir sus risas en la distancia. Los veremos sonreír, gritar, saltar, jugar, llorar y robar si acaso algún que otro beso a la infancia. ¡Qué más da haber crecido! - nos diremos - ¡Nosotros también fuimos como ellos! y volveremos a andar los mismos caminos que nos llevaron en sueños a nuestro colegio, (el de la vida) con una sonrisa de oreja a oreja, mientras jugamos con nuestras manos en los bolsillos y acariciamos con la punta de los dedos, la figura redonda, frondosa y peculiar de una pequeña goma de nata….

Ahora quizás entendamos que La A de araña, nos habrá tejido un tela capaz de amarrar el tiempo y no lo soltará nunca. Que el elefante de la E, nos indicará el camino de vuelta y no menos el de regreso. Que la I de iglesia, nos llevará al suspiro de nuestra paz interior, mientras el oso de la O, marcará el territorio de nuestras vidas y la U de uva, nos mostrará la vid de lo que somos y hemos sido, el viñedo de nuestras familias creadas con amor, y el mejor de los brindis lanzado a los cielos con el más dulce y afrutado de los vinos... (Aún hay tiempo de un chapuzón.)

 
            Nota; La vida es el recreo más hermoso, siempre y cuando lo aprovechemos hasta el final y hagamos oídos sordos a las sirenas. De una u otra forma no habremos crecido, aunque cambien de lugar y de destino, el camino de nuestros besos. (Quizás ya no sean tan decentes.)


José Manuel Rodríguez Viedma

jueves, 16 de agosto de 2012

Poesía en el Laurel





POESÍA EN EL LAUREL
<< Se cerró el telón >>


Pasaban algunos minutos de las nueve y media de la tarde, cuando Francisco Valenzuela,  VALEN, entonaba al cielo de la Zubia sus romances cantados. Algunas estrellas parecieron darse cita de una manera especial en el sublime escenario de las constelaciones. Mientras la guitarra de Pablo García vibraba entre trémolos apasionados, todas las flores de San Luis el Real, desplegaban sus galas oscuras en el paraíso del Laurel. Y se hizo la noche cerrada con el Arpa de Elisa Remón, abrazó las cuerdas con el alma y entonó las palabras de amor traducidas al castellano de la dama del verso, Aicha Bassry, que había dejado Marruecos en cuerpo y alma, para regalar sus poemas a quien tuvimos la suerte de escucharla.  Nos dibujó a su hija robando un racimo de uvas en sus sueños y con ella, todos saboreamos la vid de la dulzura. Suhail Serghini con su laúd árabe, nos traslado al país de las mil y una noches. Se estremecieron los cimientos del convento de las Mercedarias de la Caridad hasta el punto, que todas las flores temblaron con sus pétalos y estíos difuminados entre aromas de otros tiempos.

Se cerró el telón de la Poesía en el Laurel en su novena etapa. Cuando apenas nos habíamos llevado a la boca la miel de la prosa que la brisa se había comido de un bocado cuesta abajo. Cuando la Poesía desde Turquía, se posaba en los labios de Haidar Ergülen y un baño de silencio besaba las mejillas de la calida brisa de unas cercanas doce de la noche, que se despedía borracha de amor ante la tenue luz de las farolas. Se cerró el telón con la voz del poeta Antonio Gil de Carrasco, que nos dibujaba una España medieval en el recuerdo y un llanto apasionado ante la perdida de su abuela. Sus versos se aclimataron a los ojos cuajados de lágrimas y un vendaval de sentimientos, danzaron al unísono entre la pasión y el quebrando de su palabra.   

El catorce de agosto había cerrado el telón de la cultura en el laurel. Los poetas afianzaron sus bocas a la gubia del silencio y se tornaron en estatuas mudas para que solo el alma y recuerdo hablara ya de ellos en la fragua lorquiana de los tiempos. Los músicos guardaron los instrumentos en sus cajas de misterio y la abrazaron con dulzura a sus manos, como quien el alma lleva fuera del cuerpo y la saca a pasear por la rivera de los sueños cada madrugada. Los cantautores dejaron caer al suelo sus pestañas y  desprendieron sus inspiraciones hasta los talones de sus zapatos, para seguir recorriendo el mundo entre compases, inacabados versos y rimas, llantos y requiebros.


A poco menos de las doce de la noche, cuando apenas la cenicienta de la Zubia había escuchado la campana de la iglesia blanca de la cuesta…, se cerró el Telón. Se apagaron los enchufes de las baterías de sonido y se durmieron las flores entre las encinas y los laureles de los cuentos. Ahora solo quedaba en la blanda brisa de la huerta, un cierto desasosiego de las personas condenadas a marcharse entre suspiros. Todos fuimos víctimas para el recuerdo y fuimos protagonistas del presente más inmediato. Cuando los poetas se callan, el alma se despierta y grita, cuando el alma grita, el poeta es incapaz de comerse de un solo bocado, las palabras que describen cuerpos y vida. Pero ya era imposible volver a escucharlos, al menos entre aquella brisa que durante dos mágicas noches nos había besado la frente.
Desgraciadamente para los mortales… de una forma incandescente, se había cerrado el telón.




EN OTRO MOMENTO


No habrá tiempo de imperfecciones cuando nos miremos.
Cuando cara a cara nos veamos el uno junto al otro.
El alma nos tenderá la mano y nos besaremos junto al río
y la parra nos tenderá la uva, para comerla con nuestros labios.
Nos sabrán a beso las miradas furtivas de los necios
y a incienso la valentía de quien nos niega.
Abriremos el telón, ¡de nuevo! con nuevas rimas y nuevos versos,
y cuando veamos el amanecer en los ojos cerrados del poeta,
nos miraremos de nuevo…. y sonreiremos.
Ahora, ahoguemos en profundas aguas nuestros besos,
en la huerta solo queda Dios disfrazado de niño,
que busca entre las flores, las sonrisas y los versos.


José Manuel Rodríguez Viedma

Mi más sincera felicitación
al Ayuntamiento de la Zubia y en su nombre a D. Antonio Iglesias Montes, su alcalde, y a Ana Sáenz de Soubrier, Concejala de Cultura.
Al Poeta Pedro Enríquez por su más que acertada dirección, y a mi amigo Manuel Sánchez Salmerón, siempre por su impagable compañía.








miércoles, 8 de agosto de 2012

Poesía en el Laurel


JARDINES DE SAN LUIS EL REAL
LA ZUBIA, GRANADA

La novena Edición de Poesía en el Laurel, volvió a ser mágica. Mágica con la música de Xavier Astor & Compañía, Rogelio Gil al saxo, Kiko Aguado a la guitarra, Xavier Astor al contrabajo y Julio Pérez a la guitarra. Mágica en cada uno de sus acordes que daban la bienvenida al acto, toda vez que la palabra del Poeta Pedro Enríquez resonaba entre los jardines, inmensamente mágicos de San Luis el Real. No faltaron los protocolos y agradecimientos meritorios por parte de D. Antonio Iglesias Montes, Alcalde de la Zubia, ni de Ana Sáenz Soubrier, Concejal de Cultura. No faltó nada, para que la noche fuera eternamente mágica y la poesía, por si sola, comenzara a brotar por cada poro de la piel de los que nos congregamos en un nuevo paraíso terrenal.

La Mexicana Leticia Luna, oculta tras el velo de una noche mecida a medias por una brisa tímida, abrió su boca y su libro, y comenzaron a brotar las palabras dulces acentuadas por los gestos de sus manos. De aquel libro abierto, volaron rimas azules que se quedaron para siempre a vivir en el escenario. La piel sintió el roce de su abrazo y el dulce balanceo de su mágica voz, encontró el camino de la Zubia para no perderse jamás. Le bastó una vela encendida para iluminar los sentimientos y los sueños y un nuevo velo, de sangre en esta ocasión, para homenajear con su verbo el dolor de otros tiempos  inmortalizados en negro sobre blanco.

Tras ella, el Poeta Joan Manresa desde las Islas Baleares, duplicó su presencia en el escenario con sus mismos versos, divididos en dos almas gemelas, que hablaban y decían lo mismo con diferente lenguaje. Joan recitó sus versos en catalán, la misma expresión que fueron concebidos y los jardines de San Luis guardaron silencio ante aquellas palabras que sonaban, para algunos incomprendidas, pero que brotaban con dulzura de su alma. A poco de que guardara silencio, su alma gemela, tras del atril, los volvía a transmitir en castellano. Los poemas saltaban de boca en boca, mientras Joan sacaba una llave de su bolsillo y con el puño entre abierto, dejaba escapar sobre el entarimado, la arena, quizás de un reloj roto que había parado el tiempo en el Laurel.

Y llegó la magia del homenajeado. Irrumpió Rafael Guillén después de que una vecina de su infancia, estremeciera al poeta con unos versos de su hermano Jorge Guillén. La cigüeña volvió a volar por los jardines y puso rumbo a la Alhambra, que para entonces y a lo lejos, yacía recostada difuminada en el horizonte. Recogió el merecido premio con sus manos y recitó algunos de sus poemas. A pesar de reconocer burlonamente que jamás se emocionaba, lo hizo. Su melancólica voz, pidió templanza a la música de Xabier Astor que le acompañaba, pidió calma a la brisa que se había apagado por momentos, y pidió tiempo sin abrir la boca, para saborear poco a poco, segundo a segundo, cada estrofa de sus versos, sus mágicos versos, ante una nueva y recién estrenada mágica noche de ensueño, música y poesía.





Una noche más en los Jardines de San Luis el Real. (Aún nos queda otra.) La Poesía en el Laurel hizo nuevamente respirar a la Zubia, como lo hacen los poetas…



Transito


Sentimos la metamorfosis en la leyenda,
nos hicimos flacos y delgados cuerpos sin hambre.
Llegamos con las expectativas del hambriento
y nos fuimos con el remanso de la paz en nuestras barrigas.

Nos supo a poco tales manjares en la huerta de los sentidos,
tan poco, que en más de una ocasión trepamos al árbol
para comernos las frutas de los otros.
Sentimos de tal manera el amargo limón en nuestros labios,
que terminamos por besarnos el veneno de nuestras bocas.
Habrá que volver mañana. (Nos dijimos.)
Esta cena ha sabido a poco en nuestro plato.

Nuestra alma de poeta sigue hambrienta,
el pan en el mantel ya se ha apagado
y las noche en el Laurel, nos ha dejado, la simiente de otra miel,
para beberla ya… sobre otros labios.

José Manuel Rodríguez Viedma.

sábado, 7 de julio de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



Entre iras y reproches.



Si piensas que todo he perdido,
nada más lejos de la realidad.
Bien baratos vendiste tus gritos,
aún me queda la ¡dignidad!

Si piensas que todo está dicho,
que ya no hay nada de lo que hablar…
Solo es fruto ruin, de tu capricho,
pues aún me queda la ¡libertad!

Si sobre tu sillón de eucalipto,
crees que no puedes aprender más.
Tu torpeza no guarda el ritmo,
de querer saber de honestidad.

Si tu riqueza te hace divino
sobre un castillo de cristal.
Si solo piensas que hay un camino
que siempre nos lleva a tu verdad,
el tiempo te enseñará el destino
de tu pobreza inútil, ¡singular!
Eres el más pobre de los hombres,
tienes dinero… y nada más.

Cuando la muerte te alcance algún día
sobre tu lecho inerte, sin pensar.
Solo le pido a mi suerte,
¡estar a tus pies presente!
y ver lo que te puedes llevar.

Para entonces habrás aprendido
pero ya no habrá tiempo de hablar.
Nunca fuimos amigos,
¡jamás! dos semillas de trigo…
¿Dónde aprendiste tu lealtad?

Si piensas que todo he perdido,
nada más lejos de la verdad.
Con ser libre y honesto yo he sido,
que tú, cien veces más rico,
a fuerza de ¡Dignidad!



José Manuel Rodríguez Viedma

Entrevista realizada para el Periódico “Ideal” el Lunes día 2 de Junio de 2.012

Entrevista: Inmaculada García Leyva.
Fuente: Periodico "Idedal" Diario Regional de Andalucía. (02/06/2.012)


domingo, 17 de junio de 2012

"72 horas buscando amor" ya está en la calle




"72 horas buscando amor" ya está en la calle.
          




Ayer tarde, a partir de las ocho y media de la tarde, ante un centenar de asistentes que se dieron cita en el patio de la Sede de la Asociación de la Prensa de Granada, fue presentado el libro, bajo el sello de la Editorial Círculo Rojo, “72 horas buscando amor.”

            Entre algunos de los congregados se encontraba la Secretaria General del Centro UNESCO Andalucía, acompañada por dos jóvenes periodistas de la prensa escrita. Miembros destacados de Gobierno del Ayuntamiento de la Zubia, El Presidente de la Real Federación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Granada, así como algunos de sus componentes de la Junta de Gobierno del Órgano Federativo. Hermanos Mayores de diversas Cofradías granadinas, escritores y poetas, entre ellos, Antonio Sanchéz Ramírez, (El compadre) Antonio González o Álvaro Ramos, destacados Empreasarios de la sociedad granadina y un largo etcétera de grandes amigos, que en la tarde noche del Sábado dieciséis de junio, decidieron compartir una agradable velada literaria.

            La mesa presidencial, se encontraba formada por: La Presidenta de la Asociación de la Prensa de Granada, Doña Encarna Ximénez de Cisneros, el Teniente de Alcalde D. Vicente Aguilera Lupiañez, en representación del Excelentísimo Ayuntamiento de la Ciudad de Granada,  el licenciado en Historia del Arte, D. David Rodríguez Jiménez-Muriel y el autor del libro, D. José Manuel Rodríguez Viedma.

            Aproximadamente diez minutos después de la hora acordada y guardando los minutos de rigor, Encarna Ximénez de Cisneros, encendía los micrófonos de mesa y dejaba escapar los primeros compases de su melodiosa voz, para dar comienzo de una manera oficial, con lo que sería más tarde la presentación oficial del libro. Agradecimientos a la asistencia del nutrido público que escuchaba en silencio cada palabra de ella, solo roto por el sonar de los vaivenes de los abanicos que danzaban al unísono en una calurosa tarde del mes de junio. Breves palabras pero intensas, que dieron paso a las de David Rodríguez Jiménez-Muriel, quien hizo aún más palpable el silencio con la inconfundible majestuosidad de su voz. No importó para nada sus casi treinta y nueve de fiebre en su cabeza, ni el frío interior que amenazaba su cuerpo. Habló como siempre, sin defraudar para nada en cada estrofa de sus cuatro folios perfectamente alineados, en los que describía la obra y el libro, “72 horas buscando amor”.

            Invitó a su lectura con decisión, analizó algunos de sus capítulos sin destriparlos y dejó la miel en los asistentes, que desde el primer instante, se dejaron aconsejar por sus palabras. Tuvo tiempo de hacer un repaso por la trayectoria del autor y de sus publicaciones anteriores. De sus colaboraciones literarias en diversos medios de comunicación y de los trabajos discográficos realizados hasta la fecha. Mencionó a poetas de la talla de D. Antonio Machado y de D. Manuel Benítez Carrasco, de quien señaló sin reparos, refiriéndose a Rodríguez Viedma,  << es el único autorizado para llamarse discípulo de uno de los genios más inconmensurables que un día hubo de vérselas con la vida naciendo en Granada. Así lo dijo el propio poeta y así conviene que quede claro hoy día >> y afirmo con rotundidad; << si hay alguien capaz de continuar la línea poética del albaicinero, es él. >>

            Incidió en señalar  << de que se trata del más inclasificable de los libros  que he tenido la oportunidad de degustar. Porque “72 horas buscando amor” tiene el eclecticismo de las obras que no se dejan definir con facilidad, participando de modos, modismos, y contenidos universales y a su vez personales. >> David Rodríguez continuaba describiendo el libro; << Tiene algo de ensayo, algo de relato y parte de novela. Pero transpira poesía porque la deformación profesional había de estar presente. Su estructura precisamente en 72 breves capítulos de una digestión lectora abrumante. >> Y señaló; << Ahí lo tienen. El que aún crea que se va a enfrentar a un melodrama timorato, algo pusilánime, tendrá la sensación a cada vuelta de página de este libro, de estar frente al tratado filosófico más mundano y directo que le devolverá, como el ciento por uno bíblico, la oportunidad de pensar…>> Para terminar señalando del mismo; << En “72 horas buscando amor” se pasa de la primera a la tercera persona, del diálogo a la reflexión y todo ello bajo el tamiz de la didáctica. Porque como nos ha venido a decir la filología hispánica, son formas literarias aquellas que con fines educativos, casi pedagógicos, saltan del ensayo a la crónica y de la epístola al tratado, para hacer de este libro el más versátil y mudable de cuantos han caído en mis manos. >> Mientras le lanzaba al propio escritor las siguientes palabras; << Dice José Manuel que no pretende nuevas incursiones en el universo de la prosa; y yo, abusando de la amistad, la misma que aflora en una de esas horas de búsqueda del amor, tengo que hacerle un público compromiso hoy y pedirle, comprometerle, a que cuando lo estime, cuando lo crea conveniente, nos haga a todos un regalo: Narrativa pura, leal y legal, porque verán que no miento si les digo que en esta su tercera obra, ha hecho una de las aportaciones más frescas y una contribución que literariamente, remoza el adocenado panorama de las publicaciones. >>

                Al finalizar las aplaudidas palabras del presentador, tomó la palabra el autor del libro, José Manuel Rodríguez Viedma, quien por espacio de algo más de diez minutos, agradeció de sobremanera las palabras de David Rodríguez Jiménez-Muriel, a quien definió como un gran amigo personal, con el que es sabido, y así dejaron patentes en sus interlocuciones, han pasado grandes noches de versos compartidos y de grandes charlas literarias en los rincones más románticos de la Ciudad de Granada. Agradeció de igual manera la asistencia del público allí congregado para la ocasión, de los cuales, algunos, ya tenían en sus manos la recién estrenada obra. José Manuel agradeció especialmente aquellos amigos incondicionales que no faltaron a la cita y lo arroparon en los citados momentos especiales para el autor. No faltaron las palabras emotivas para sus familiares más directos, como su mujer y sus hijos, << pues han sobrellevado de la mejor de las maneras, el trabajo realizado, el cual, me ha mantenido más aislado de lo que me hubiese gustado >> y refiriéndose a su mujer, << como la que más ha sufrido el trabajo compartido en tantas noches de correcciones que a veces le apartaron del sueño, el descanso y hasta la paciencia. >> Matizó de una manera breve la inspiración que le había llevado a realizar la obra y la trato de esquivar, para todos aquellos que no se sintieran románticos o melancólicos; << No hallareis trama alguna, y quizás os cueste reconocer al personaje principal. Lo importante es que al final de su lectura, sintáis que en alguno de sus capítulos, sois vosotros los auténticos protagonistas. >> José Manuel Rodríguez Viedma, citó algunas frases celebres sobre el amor de Paulo Coelho y Ortega y Gasset, mientras de una forma lenta y pausada, sin ahondar para nada en los entresijos de la obra, matizaba algunos puntos y comas con los que el lector se encontraría al abrir su portada.

            Para terminar el acto, el Teniente de Alcalde de la Ciudad de Granada tomó los micrófonos y no perdió la ocasión para alabar el trabajo del poeta y escritor, tanto en el barrio que lo vio nacer, como de la Ciudad de Granada << Eres la bandera de tu barrio. Él y la Ciudad de Granada te deben mucho en el campo de la literatura. >> Dijo el Edil. Hizo mención a las diversas colaboraciones en las que el Poeta ha sido requerido y siempre ha estado presto a ello sin reparos, no perdiendo la ocasión para dejarlo constar de una manera especial. De igual forma, agradeció como los demás miembros de la mesa presidencial, la asistencia al acto, recordando la predisposición del Ayuntamiento de Granada en todos los eventos culturales que promueve la ciudad.

          Casi a los cuarenta minutos, cuando el reloj marcaba próximas las nueve y vente de la noche, Encarna Ximénez de Cisneros, Presidenta de la Asociación de la Prensa de Granada, cerraba con sus palabras el acto de presentación e invitaba a los casi ya más del centenar de personas, a tomar una copa de buen vino español, que para la ocasión D. Francisco Rodríguez Campos, Gerente de las Empresas “Taberna el Enganche” y “La Divisa Blanca, había preparado gentilmente para la ocasión.

           En Granada el verano se había adelantado un par de noches. El vino dejaba tras descorcharse, un perfecto aroma y tras de él, un reguero de rojo manjar adiamantado besaba el cristal de las copas. En la mesa se formaba una serpenteante cola para la firma de libros. “72 horas buscando amor” ya estaba oficialmente en la calle.

Con otras miradas...

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La mitad del silencio

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