jueves, 25 de octubre de 2012

¿Por qué no damos un paseo?


 
¿Por qué no damos un paseo?


¡Apresuraros! Ataros bien los zapatos. No los vamos a utilizar ni siquiera un momento, ni un solo metro, pero conviene tenerlos fuertemente atados. No vamos a improvisar, todo está meticulosamente dispuesto. Los caminos nos esperan con sus florecillas silvestres (cuidado con no pisarlas) y a nuestra izquierda, con toda probabilidad paseará junto a nosotros la rivera de un río. ¿Os salpica el agua en las rodillas? ¡Bien! ya tenemos el río. Acomodaros en vuestras sillas o sillones, cerrar los ojos, relajemos nuestros músculos, ¿Música? ¿Por qué no? Elegir cada una la que más os guste, recordar el río… ¿La tenéis? ¡Es preciosa! Mirad lo juncos, parecen que danzan entre los rizos del agua. De izquierda a derecha y de norte a sur. Las piedras relucen en el fondo como pequeños tesoros encarcelados, cuidado con sacarlas a flote pues perderían el esplendor de sus brillos inmortales. Escuchar el silencio como grita vuestros nombres, navegan en el agua y se lleva cada uno de vuestros secretos. Dejarlos que se marchen, (tenemos más) y que pongan rumbo a lo desconocido. Cuando vuestros secretos lleguen al mar, serán miles de secretos los que se confundan unos con los otros. Van desnudos, sin prisas, sosegados… sin miedos. Dejarlos que lleguen al mar y no tengáis mido de que los encuentren las sirenas. ¿Tenemos los ojos cerrados? ¡Bien! ¿Tenemos la música? ¡Estupendo! Ahora metamos los pies en el río…

El agua abraza nuestros tobillos, sabe que somos extraños pero aun así, nos corresponde con el abrazo del recién llegado. Intenta subir por nuestras pantorrillas y nos besa el pantalón dejándonos la huella de su beso. ¡Cuidado con no caerse! Crucemos el río de un extremo al otro, pero hagámoslo, multiplicándonos por dos. ¿Te has perdido? ¡Claro que no! Cierra nuevamente los ojos, se trata de un juego. Pensemos por un momento que somos capaces de hacerlo, verás;  deja una parte de ti, en una rivera, y cruza con el resto a la opuesta, ¿estamos? ¡perfecto¡ Una parte de ti, no ha llegado a mojarse siquiera, ahora, la otra parte, te observa desde el otro frente, tiene los pies mojados por el agua, ha caminado entre algunas piedras y se ha sentado mirándote fijamente a los ojos… ¡Aquí comienza nuestro paseo!

El camino que nos separa a nosotros mismos, de nuestros pensamientos y de nuestras acciones. De lo que decidimos hacer y lo que en realidad somos capaces de hacer. De nuestros miedos, de nuestras indecisiones, de nuestros silencios, de nuestros secretos, de nuestras pasiones. Sentados en una orilla, hemos dejado el alma y cruzado a la otra el corazón. Nos miramos frente a frente y nos sentimos a veces desconocidos. Lo sabemos y lo intuimos, nos reconocemos y nos amamos, que contrariedad, somos la única especie en el mundo, que viva con tanta fuerza y a la vez, sea capaz de odiarse a si mismo. Tenemos el río, ¿lo veis? una parte se queda sentada y la otra ha cruzado sin miedo. En la vida todo es aparentemente igual, el río es el pensamiento que cruza justo por la mitad entre los valores y la conciencia. Mientras el alma se piensa las cosas dos veces, el corazón salta al precipicio, desciende de las alturas y pone sus invisibles pies en el suelo, apenas sin un rasguño.  Sí querido caminante, lo que realmente duele, es el alma cuado piensa el daño que puede hacerle la vida al corazón.

En un lado tenemos el alma y en el otro el corazón. El alma espera el beso y el corazón sale al encuentro de los labios esperando encontradlos abiertos siempre de par en par. El alma busca un rincón para soñar y el corazón el momento para vivir. Sabe que cuando él se pare, cuando su tic-tac, guarde silencio, ya no habrá alma que se mantenga viva. El corazón salta entre las piedras y busca los tesoros entre las aguas sin ningún miedo, y sin embargo el alma, sabe que su mejor recompensa la tiene al desnudo en su interior para quién venga a cogerla con las manos limpias. El corazón se endurece con el tiempo, mientras el alma, es como una pompa de jabón siempre presta a trepar por tus sueños. El alma nos mira y el corazón aparta los ojos de las miradas furtivas. El alma aguarda, y el corazón jamás se replantea el camino toda vez que cruza el río, incapaz de dar marcha atrás. El corazón y el alma, el alma y el corazón. Somos irremediablemente dos seres en la misma encuadernación rústica de la vida. Dos libros con diferentes títulos amarrados en la misma biblioteca, casi en el mismo estante, uno bajo la letra “A” de amabilidad, amistad, amar y amor y el otro, en la letra “C” donde descansa la conciencia, la cordura, la ciencia y la calma. Extrañas similitudes a bien sabido, que quien siempre cruza el río de la vida, sin pensar lo fría que este el agua, sea precisamente el corazón.

El corazón es un viajero que jamás saca billete para subirse al tren de las emociones. ¡Míralo! apenas habla. Pasa directamente a la acción y después pregunta por el precio del viaje. Nunca le parece gravoso. Fijaos en el alma, jamás cogerá un vuelo sin tener el ticket por anticipado. El alma en cambio habla por los codos, lo valora todo y no cambia nada por nada. El corazón atiende siempre a la llamada, (¿corazonada?) el alma, que no es lo mismo, acude siempre a quien llama. Corazón y alma, uno frente al otro, con contrato indefinido.

¿Continuamos con los ojos cerrados? ¿Sí? Pues ahora crucemos el río nuevamente, tiende la mano del alma al corazón y deja que vuelva tras de los juncos a sentarse junto a tu alma. Volvamos a ser una sola persona, abraza a tus propios sentimientos y siéntete vivo al cien por cien. Escúchate a ti mismo, tantas veces como desees ser escuchado y recapacita en cada una de tus acciones. Cuéntale al alma, las veces que has fingido que no te ha dolido el corazón, y deja que el corazón le susurre al alma, cuantos caminos somos capaces de explorar sin levantarnos de la silla. Escucha de uno el palpitar nostálgico de cada beso entregado, y del otro, los remiendos que hubo de hacerse por no sentirse correspondido. Escucha el alma como es capaz de abrazarse al latido y como el corazón es incapaz de escuchar un solo latido, si no tiene alma. ¡Siente! ¡Vive! y sobre todo, jamás tengas miedo de las imperfecciones.

¿Escuchas la música? Los gorriones han vuelto a posar sus alas en las copas de los árboles y buscan su rama donde posar el canto. ¿Escuchas el agua? El río ha tocado el arpa una vez más, posando sus rizos en cada piedra. Se marcha buscado el mar con tus secretos y los míos, algunos los ha dejado escondidos bajo las sombras de los juncos… No tengas miedo a que sean encontrados por otro corazón u otra alma. Nadie tiene porque asustarse de los besos que nos dimos y mucho menos, de aquellos que alguna vez, fuimos incapaces de darnos.
XXXXXXXX
¡Despierta! Abre los ojos… ¿Te ha parecido corto nuestro paseo? Recuerda que siempre hay tiempo para caminar sobre un nuevo latido y volar, hasta donde quieran llevarnos las alas del alma…
¿Y el río…?  ¡La vida! solo la vida.  (Ya hemos llegado.)

 
José Manuel Rodríguez Viedma

martes, 9 de octubre de 2012

A la orilla del recuerdo. (A lágrima viva.)



 
SE QUE ME CASTIGÓ EL CIELO


Se que me castigó el cielo.
Que las estrellas no están hechas para mí
ni la suavidad de tu pelo.
XXXXX
Pero un día treparé a lo alto
y robaré cuatro luceros
para ponerlos en tu sueño.
Robaré de un salto el amanecer
y dejaré sola la luna de enero.
XXXXX
Pintaré de rosas la noche
aún sabiendo que me castigó el cielo,
por ser marinero sin barco
capitán de cuatro puertos.
XXXXX
Por no tener espumas mis olas,
ni valor mis sentimientos…
Por no tener llantos, mis pupilas rotas,
¡se que me castigó el cielo!
XXXXX
Por no tener espinas mis rosas.
Por cerrar las puertas del pensamiento
y por haberte querido tanto…
¡Se que me castigó el cielo!
XXXXX
Por querer volar y ser gaviota.
Por querer ser tu silencio…
Tengo las alas rotas
por el peso de tus recuerdos.
XXXXX
Por querer cambiar la historia
y de caminos mis senderos.
Por haberte querido tanto,
se que me castigó el cielo.
XXXXXX
Por tener una espina clavada
desde aquella noche de mayo,
de luna terciopelo y nácar
se que el cielo está llorando.
XXXXX
Por no olvidar el aliento,
ni su tierra, ni el lamento,
ni las sonrisas calladas.
Por tener lágrimas de bronce
que me cortan la cara.
XXXXXX
Por darte el primer beso
y después darte la espalda.
Por tantas noches de desvelo…
¿Sabes tu acaso muchacha?
¡si puede perdonarme el cielo!

 
José Manuel Rodríguez Viedma.

Con otras miradas...

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La mitad del silencio

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