viernes, 9 de diciembre de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)




¡Miente!

Cuando veas que en mi delirio,
pongo mi beso en tu frente.
a pesar de mi escalofrío,
donde veas el mar, dí que es río.
¡Miente!

Aunque veas luz en tu camino
y al cobarde morir valiente.
Donde ya no se pueblen de trigo,
aquellos senderos prohibidos.
¡Miente!

Mentir es otra forma de amar
por amor, solo diferente
 y el recuerdo, ¡querer olvidar!
que fuiste estrella en la mar
ante otros ojos y otras gentes…

Cuando sientas el beso en tu cara
si acaso, morir lentamente
y que el mundo que nace, se acaba,
donde veas luz, dibuja alborada.
¡Miente!

Aunque sientas correr una lágrima
entre tu pecho paciente,
y en la tormenta, la calma
alborotar la sal de tu cama.
¡Miente!

Mentir es otra forma de amar
y por amor, aguardiente
 y el recuerdo, ¡querer olvidar!
que fuiste la tempestad
amarrada al corazón y al vientre…

Cuando sientas las risas tempranas
y tarde se ría la gente.
Ante el balcón de tus pestañas,
haz florecer tus mañanas.
¡Miente!

Aunque la soledad te dibuje desnuda,
tu cuerpo hermoso y reciente.
Clama que fuiste la luna,
entre hermosas canciones de cuna.
¡Miente!

Mentir es otra forma de amar
por amor, de repente
 y el recuerdo, ¡hacer realidad!
la vez que hallaste verdad
ante otros ojos diferentes…

Cuando sientas el dolor traspasado,
de este veneno elocuente.
Niégate a beber del pasado
y emborracha tus pecados.
¡Miente!

Aunque sientas derrotado,
tu futuro y tu presente.
Borra de todo lo inventado,
 lo jamás imaginado.
¡Miente!

Mentir es otra forma de callar,
tus labios rojos cuando mienten
 y el recuerdo, ¡saber alejar!
las dudas que fueron capaz,
de herir tu alma de muerte…

Cuando multipliques por mil
las veces que tu alma siente.
Dibuja siempre de Abril,
tu marzo roto de añil.
¡Miente!

Aunque sientas ya todo perdido
¡Ya solo queda el relente!
Verás de la rama de olivo
crecer otra vez el olvido
¡Miente!

 Mentir es otra forma de amar
¡Dime que tienes los ojos verdes!
Pues al mentirme seré capaz
de echarme de nuevo a soñar
y pensar que me amaste dos veces…


José Manuel Rodríguez Viedma.

viernes, 11 de noviembre de 2011

No siempre es lo que parece.

        



En la otra estación de los sueños




            Arrastrando los pies como tantas y tantas veces. Dando un giro en la memoria de los tiempos antes de que estos malgasten la luz de su presencia y se difuminen para siempre. Así hemos llegado a la estación de la media noche entre el suspiro y la nostalgia. Despidiendo con las manos del alma al tren de las conciencias, con la cabeza gacha y el corazón dormido, en el complejo anden de los recuerdos.

            A la derecha, Penélope estaba sentada en aquel banco deshojando las flores secas de la penúltima página del libro de sus romances, mientras el vaivén de la brisa tocaba con la seda de sus inapreciables dedos, la plata de su pelo sujetado por el broche de nácar de una alondra. El tiempo deambulaba en el cronómetro imparable de su piel y la espera la había condenado de por vida, a la soledad del amor, amado en silencio y gritado con la voz callada de sus labios rojos, eternos y cerrados… apenas sin respirar.

           A la izquierda, un poeta acariciaba el verso inmaculado de la frente de los dioses y amarraba con fiereza la pluma, para desvirgarlo sobre la inmaculada hoja en blanco, donde se han de escribir los renglones torcidos. La boca medio entornada y la mirada perdida entre las sendas de lo incorregible. El poeta soñaba despierto, y el verso poblado de sílabas, manchaba de negra tinta la vena de su silueta. Recién escrito y presto a ser  pronunciado por otras bocas quizás entre abiertas como la de él, o melancólicas y hermosas, (rojas y dispuestas a ser besadas) como las de Penélope.

            La estación emitía el hermoso sonido de la soledad. No había nadie más a quien preguntar. Nadie más de norte a sur, de este a oeste. Solo el viento saltando las vías metálicas y el sonido del reloj marcando el tiempo y las horas. Infatigables horas condenadas a dar vueltas a una circunferencia cercada por doce números privilegiados, capaces de hacer de la puntualidad otra forma de vida. Una neblina tapaba el horizonte casi de puntillas, y jugaba con las medidas y las distancias. Se comía de un bocado la ciudad, para devolvérnosla en unos segundos, con las mismas luces y sombras. Dibujaba siluetas de arriba a bajo y enmarañaba sonidos de risas y besos de otros dos enamorados bajo el mástil frío de una nueva farola. (Ya éramos cinco.) 

            Transcurrió el tiempo como si nada, quizás porque de la nada solo se amamanta el tiempo con su otra boca, y sobre la escasa neblina, a lo lejos, la figura de aquel tren se acercó hasta pisar con sus zapatos redondos el andén y mi billete. Ya no escuchaba el reloj, a pesar de que en mi subconsciente, sus insaciables manecillas igualadas sobre el número diez, me gritaba despavorido que ya eran las en punto. Diez pequeñas campanadas que me acercaban al cristal de mi asiento nuevamente en soledad. Diez pequeñas campanadas que me otorgaron el tiempo justo para limpiar con la manga de mi abrigo oscuro, la otra neblina que no me permitía observar con claridad el paisaje del que antes yo, formaba parte como alma que aguarda, confundido entre siluetas de espera. Diez pequeñas campanadas para sentarme y volver a pensar. Diez momentos justos para regalar otra nueva mirada al horizonte y dejarla perdida. Me sobró el tiempo para soñar y la imaginación para diluirme en ella y volver a encontrarme a mi mismo.

            Cuando quise darme cuenta, me marchaba. Lentamente. Como si el maquinista quisiera que me percatase por última vez de aquel momento, como si este fuera el último y las oportunidades comenzaran a desvanecerse como hojas de otoño tras de mis pasos. Tratando de hacerme recordar si había olvidado algo en la maleta. ¡Aún había tiempo para bajar de aquel vagón y detener mis pasos, que no el tiempo! Aún podía meter todos y cada uno de los besos que se habían quedado amarrados a las sábanas de nuestra cama. Aún había tiempo de poder volver a tu encuentro y alborotar nuevamente las sábanas del deseo. Abrazarte otras cien veces y otras cien, dejar que tu abrazo recorriera mi espalda hasta encadenarme de por vida a tu piel y a tu aroma. Aún debía estar encendida la vela del sueño entre tus ojos y yo podía apagarla otra vez, para poner otra noche imaginada en el quicio de tu puerta. Aún había tiempo de borrar el adiós de mis ojos, cerrando los tuyos con un beso. Nos quedaban miles de frases que decirnos sin poner en ellas más puntos finales, que aquellos capaces de nacer con vida propia, entre suspiro y suspiro. No tenía en la maleta tu risa, y aún era capaz de poder regresar para atraparla, para hacerla mía. Había dejado la mitad de mi equipaje en el armario de tu alma y solo era capaz de viajar con la única muda de tu piel en mi recuerdo. Aún había tiempo de susurrarte al oído, hasta hacerme sentir el ser más privilegiado cuando la aurora posa sobre tus párpados la luz de un nuevo día. Había tiempo (lo sé) de robarte la última lágrima y posarla sobre mis dedos. Había tiempo de tragarme tu sal, hasta saciar la sed de tu llanto, y poner barreras de acero al adiós, y de trigo al hasta pronto, si no fuera mentira…

            Cerré lo ojos para no pensar. Ya no hay retorno. Las puertas del tren se habían sellado para siempre y el maquinista, acariciándose el cabello, puso la distancia infinita entre tu puerta y mi puerta. Pasaban las diez y ya no se escuchaba el reloj. Las puertas del tren me habían atrapado, diluido las sombras y posado en aquel andén, mágico de mis sueños, mi último “te quiero.”


*** *** ***

(En un lapsus)

            Eran otras diez a mi regreso. Otro reloj y otro tiempo. Aquella estación vibraba con los sonidos desacompasados de la gente, que de arriba abajo, caminaba entre los andenes poblados de trenes con direcciones inapreciables. Ninguna campana acompañaba el minutero ni el tiempo en mi muñeca, y ninguna voz a lo lejos requería mi presencia. Ninguna niebla ocultaba mi rostro. Ya había llegado. Despertado del sueño volvía a la vida. Busqué aquella farola en la que se amaron aquellos jóvenes, pero en ella solo encontré la ironía de un beso fugaz que se había marchado con la adolescencia. Y entonces, supe que fui yo quien te besaba, y tu quien sonreías… Busqué los versos de aquel poeta escritos sobre la improvisada textura del pensamiento, y quise leerlos en sus labios antes de que emprendieran el vuelo a lo desconocido. Pero solo el silencio me regaló su armonía y entonces entendí, justo en aquel instante, que era yo quien me inspiraba mientras nos bebíamos el amor, de cuclillas, cada madrugada para no despertar a Morfeo de sus sueños eternos.

            Eran otras Díez en mis sueños. ¡Ningún tren!  Había puesto partida ni rumbo lejos de las caricias del alma. Tenía en los bolsillos del pijama guardados hasta el último de tus besos, y la sal de tu lágrima, jamás fue salina en la comisura de tus labios…

            Que ironía… ¡todo era un sueño! No había más niebla que la de mis ojos cerrados, ni más alboroto que el de mis sábanas que seguían alborotadas. Ningún billete se había picado con el diente mellado de la partida, y ninguna estación puesto a secar al sol reloj alguno, ni tiempo voraz en sus fachadas. Ningún horizonte imaginado había dibujado con la acuarela del pensamiento, otro lugar distinto del que ambos estábamos, ni a la cama puesto raíles de acero. No hizo falta pellizco para volver a la realidad, ni nostalgia alguna que me mordiera la piel ante mi regreso. Solo me bastó abrir los ojos. (¿Serían las en punto?) Tú estabas junto a mí. Aparté el pelo de tus hombros y dejé depositado allí, el más hermoso de mis besos.

- ¿Te marchas?
Me dijiste;
-  Acabo de llegar.
Susurré.
-  ¿De donde?
Y ¡Sonreíste!
- De decirle a Penélope que espere.

             Nunca es tarde para esperar el último tren de la vida.
 (Ahora eras tú, la que volvías a estar dormida…)



Nota del autor;

“No hay mejor tren que el de los sueños, aunque a veces la quimera, te lleve al último vagón del pensamiento.”



José Manuel Rodríguez Viedma

viernes, 21 de octubre de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



Consejo sencillo de la vejez

 

Siempre en la puerta sentado.
Lo mismo estaba el chiquillo,
con una varilla en la mano
 y la sonrisa de trigo.
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En sus ojos se dibujaban
universos recién estrenados,
 y en las rodillas cantaba
entre una negra maraña,
un cardenal de cuidado.
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El pelo a la brisa desnudo,
las manos al río en volandas,
y los pajarillos con disimulo
sentados en negras barandas.
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¿Quién fuera aquel chiquillo?
que más que mirar te miraba,
como si en su grandeza de grande,
¡Tan grande se reflejara!
Con un puñado de años ¡ya!
clavados en las espaldas.
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Que daría yo, porque no crecieras.
Porque siempre fueras pequeño,
para que aunque tú no lo quisieras
pudiera yo ser el dueño,
de hacer que no despertaras
de la infancia de tu cuerpo.
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Ya ves niño, mis arrugas.
¡Rasgando piel al entrecejo!
Sin que tenga mi alma la duda,
en esta cabeza desnuda
de que soy un hombre más viejo.
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En mi sabiduría yo hallo la fuente
y en ella tú bebes consejos.
Pues la vejez es como un barco
que siempre te lleva a buen puerto.
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Un barquito de papel,
cargado de buenos remedios.
Tan dulce como la miel,
que se hunde con los dedos.
-----------------------------------
¿Para que quieres crecer?
Si al final el mundo entero,
no es más que un atardecer
que solo coge en el sombrero.
----------------------------------------
En tu infancia la nube se torna,
como una caracacola de ensueño.
En la distancia una paloma
no es más que un cascabel pequeño,
que suena cuando se colma
de cientos de recuerdos buenos.
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Crecer es solo llegar más alto.
¡Pero nunca llegar el primero!
Pues a veces  con un garabato,
aunque sea un garabato pequeño,
llegas a tocar con las manos
la senda sublime del cielo.
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Yo también quise ser grande
y subirme a un molino viejo,
y desde allí ver el paisaje
de donde nacen los besos.
-----------------------------------------
Yo también con mi rama joven,
quise poner en la hoguera leño
y llenar mis futuros presentes
con más de un millón de recuerdos.
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Tan grande y tan holgado
que ya por más que los cuento,
alguno se me queda colgado
en otra rama del pensamiento.
---------------------------------------------
Hacerte grande ¡es perder!
los principios de los cuentos,
auque aprendas bien a leer
con los ojos del firmamento.
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¡Yo no maldigo la vejez!
que bien merecido mi tiempo,
fue como un manantial
que poquito a poco me fui bebiendo.
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Solo te pido ¡chiquillo!
que como tu también has de hacerlo,
bebe poquito a poquito
con cientos de sorbos pequeños.
-----------------------------------------------
Y hagamos un trato entre ambos
aunque en este trato la vejez,
sea un nuevo garabato
atado entre tu zapato,
como una cometa a los pies.
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A cambio de tu sonrisa
yo te daré el mejor de los cuentos,
mientras dejo que entre la brisa
se duerman tus ojillos tiernos.
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A cambio de tu mirada,
yo te daré mi sombrero
y en el hallarás la barca,
al timonel y al marinero.
¡Ambos en volandas!
se llevaron el vergel de mi tiempo.
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Ya se ha dormido el chiquillo,
entre la sabia de los almendros.
Mientras el aire te besa el flequillo
¡Yo velaré por tus sueños!
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 Ahora te acuno entre mis brazos
¡Ya lo ves, que no me quejo!
solo apelo a nuestro trato,
pues en este campo sin riego
¡lo que yo daría por hacer!
por seguir viéndote crecer,
sin yo hacerme más viejo.
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José Manuel Rodríguez Viedma

domingo, 2 de octubre de 2011

Fiel reflejo



Otra vez, nosotros dos



             A dos metros de distancia. Solo a dos metros. Arrastramos nuestros pasos y ahí estamos. Otra vez, solos con nosotros mismos. La sonrisa dejándose escapar entre los rasgos que la noche ha sembrado en nuestras mejillas con el roce de la almohada. Nos miramos fijamente ante el espejo. No hay palabras. El silencio contesta a cada una de nuestras preguntas inacabadas, y antes de escuchar respuesta alguna, en nuestra mente se contestan todas y cada una de ellas. Que infinito silencio, y que hermoso a la vez.

            Medio adormecidos. Aun el reloj no hace más de diez minutos que con su estruendo ha roto la paz del sueño y sin embargo, ya nos llamaba el espejo. A gritos y a empujones, con una fuerza frenética y necesaria. Así nace el primer saludo de la mañana. A nosotros mismos, como si tras del cristal reconociéramos al mejor amigo, enjaulado en una trágica cárcel de cristal, que solo encuentra la libertad con tus pasos (cuando te marchas) y tus latidos. (Porque estamos vivos.) Sobre el espejo nace el primer gesto y la primera sonrisa. Sobre el espejo el agua y sobre el agua, navega la ultima y perfecta simetría del sueño. Clavamos las pupilas sobre nuestro fiel reflejo y jugamos a no conocernos. Ahora, como si fuéramos dos perfectos desconocidos que solo tuvieron la feliz coincidencia de levantarse a la misma hora, con la misma ropa, con la misma mirada. Predestinados a mirarnos el uno al otro, con la mirada perdida. En cada una de nuestras pupilas se reflejan por mil las mismas imágenes, y en cada uno de nuestros gestos, se adivinan otros tantos espontáneos y con igual similitud.

            Frente al espejo, ambos, medido adormecidos. Así somos. Sin miedos ni vergüenzas. Las alturas ya no nos asustan y más de cien veces hemos saltado el mismo precipicio, sin hacernos el menor de los rasguños.  Hemos amado mil veces y otras mil veces nos han amado. Hemos llorando hasta multiplicar nuestras lágrimas, y hemos dejado que estas se escapen entre nuestros dedos, como frágiles gotitas de sal, que al alma, amamantan con sus defectos y virtudes. Hemos rehecho en cada noche nuestros futuros y roto nuestros presentes. Nos hemos visto desnudos, sin que apenas nos ruboricemos el uno del otro. Hemos encontrado nuestros defectos y los hemos ocultado, mientras el tiempo, y la edad, han vuelto a dejarlos sueltos al viento de una madrugada a la que siempre ha cogido una copa de más. Frente al espejo, nos hemos sentido observados por alguien que nos pedía paso, mientras el alma, a empujones, no dejaba hueco alguno a la indecisión del nuevo día. Hemos negado con la cabeza y afirmado con el mentón o la barbilla. Nos hemos acariciado, como dos adolescentes que se besan por primera vez. Hemos perfumando nuestra piel con la manzanilla de un beso y nos hemos sentido fuertes, con la decisión del último reflejo que la luz ha dejado caer en nuestra cabeza. Nos hemos sentido solos y acompañados. Jamás hemos temido a la luna, y jamás la luna ha venido a perseguirnos hasta el interior de nuestra mágica cajita de cristal.

            Nos hemos reconocido frente al espejo y nos hemos odiado. Como dos amigos que se disputan las vanidades el uno al otro, y cambian de tercio el malestar de las palabras mal entendidas y acusadoras. El amor duele cuando salen a flote las verdades y se miente cuando se ama, ocultando con indulgencias propias nuestros acusados defectos. No podemos mentirnos sobre el espejo. ¡Nada sería lo mismo! Somos dos viejos amigos que conocen a la perfección las cicatrices que el alma, saca a flote cuando se desnuda.

            Nos vemos cara a cara y nos sonreímos. Un día más. Cuando la mañana pone en alerta cada uno de nuestros sentidos. Cuando la alondra infinita de la vida hace sonar el despertador de Morfeo y los brazos nos descuelgan de la cama, como dos tiras de sábanas más, retorcidas mitad por amor y la otra mitad de noche y soledad.  

            Nos hemos vuelto a reconocer frente al espejo, y aun nos preguntamos quien de los dos se encuentra en la otra orilla. Quien de los dos se marcha y quien de los dos se queda. Quien de los dos suspira y quien de los dos pone partida al tiempo, introduciendo nuestros pies en zapatillos de cartón. Jamás podremos saber quien de los dos se marcha, y quien de los dos se queda. Que ironía, cada vez que intento averiguarlo, me encuentro de nuevo con mi otro yo. No puedo jurar que eres tu quien me espera, pues volvemos a estar los dos, frente a frente, y entonces me pregunto, ¿Quién de los dos esperaba al otro para conocerse si es posible, aunque fuera un poquito mejor?

            Algún día me atreveré a preguntarle. Me armaré de valor. Abriré la puerta de repente a la mayor velocidad, y me plantaré delante. ¿Cuándo has llegado? Solo me asustará llegar antes y no encontrarme sobre el espejo. Reflejándome como siempre, esperando su luz y la mía. Sentiré miedo entonces si no me encuentro, pues bien habré llegado tarde a la cita conmigo mismo, o lo que es peor. Puede que no llegue nunca.

            Apaguemos la luz y sigamos durmiendo. Aun le quedan cinco  minutos más al reloj, al cristal y al tiempo… El espejo y el sueño nos enseñan siempre la misma realidad. Ambos somos los mismos al otro lado de la nada.

José Manuel Rodríguez Viedma

sábado, 17 de septiembre de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)


Con nuestro amor cumplido


En esta historia de dos,
ambos estamos agradecidos.
Tú, por llenarte yo de amor,
yo, por sentirme correspondido.
xxxxxx
No hay débitos por nuestra parte
nada compramos, ni debimos,
pues fueron por amor avalados
todos los besos que nos dimos.
xxxxxx
Y fíjate que aun recuerdo Granada,
no me pierdo por sus caminos.
Observo en las laderas las torres
y pinto en los senderos, olivos.
xxxxxxx
Pero si quieres que recuerde
pongo fin a los olvidos,
y pongo precio a mi suerte
si aun sientes, lo que sentimos.
xxxxxxxxx
Fue una historia triste donde las haya
no por vivir, lo que vivimos,
pues menos suerte mantuvo el alma
si al final de aquellos caminos,
se fueron quedando en las ramas
el fruto amargo de los sentidos.
xxxxxxx
Y aún con el paso del tiempo
¡Escucha bien lo que te digo!
sigo preguntándole al viento,
si fue verdad que nos quisimos.
xxxxxxx
Pues no comprendo ya tu cuerpo
bajo el roce de otros latidos,
ni la furia del toro negro
en la dehesa de mi brazo prohibido.
xxxxxxxx
Ya no recuerdo tu beso
que con tanto escalofrío,
se negó a ser errante a su suerte
si no ponía su labio en tu frente,
si no hacía pan, con tu trigo.
xxxxxxx
Ni veo la luz de la farola
alumbrándome en  tu camino,
ni aquella aldaba en tu puerta
bajo el número prohibido,
de aquellos cientos de besos
y otros tantos que nos dimos.
xxxxxxx
Que hermoso no odiarte, ¡pues te quiero!
y después de haber amado,
que hermoso ser olvidado
sin el mayor de los recelos.
xxxxxxx
Como olvidar tus ojos tristes,
como olvidarlos, si no puedo
y el día que los olvide,
será cuando sin amor predique
que ya no te quiero amor, ¡que no te quiero!
xxxxxxx
Si para querer siempre hay tiempo,
para que dar instante al olvido.
Para que poner cerco a tu cuerpo
aunque mecido por otros caminos,
de besos se siembre el sendero
y con otros sueños se planten olivos.
xxxxxxx
El amor es como una veleta
a la que un viento casi dormido,
sopla de puerta en puerta,
gime  de río en río
y al llegar ante tu pelo,
pretende susurrarte al oído
que ya no puedo quererte,
lo mismo que te he querido.
xxxxxxx
Ya no maldigo mi suerte
bien sabe Dios lo que me digo,
pues entre tenerte y no tenerte
en este cruce de caminos,
salí ganando más con perderte
aunque con ello fuera la muerte,
quien se llevara tu corazón y el mío.
xxxxxxx
Ya no hay débitos por nuestra parte.
Nada compramos, ni debimos,
que bien fueron por amor avalados
todos los besos que nos dimos.
xxxxxxx
Fue aquella noche en Granada.
Como dos sombras por los caminos
y al llegar a la fuente, ¡fue el agua!
además de regalarnos el alma,
la única gloria que nos bebimos.


José Manuel Rodríguez Viedma

miércoles, 10 de agosto de 2011

VIII Edición Poesía en el Laurel 2.011 (Jardines San Luis el Real, La Zubia.)



Alumbró otra vez. Como siempre, como nunca…


La octava edición de Poesía en el Laurel en los Jardines de San Luis del Real, fue verdaderamente asombrosa. No por el encanto que estos ofrecen a quien toma asiento entre las pobladas arboledas centrales, mientras la brisa de una noche recién estrenada, toca con sigilo el cuerpo y el alma. (Más el alma, si al caso viene.)

Anoche fue algo especial, digno de recordar y agradecer. (Es lícito.) El homenaje merecido a Enrique Morente, bajo el título “Donde Tú alumbras.” Alcanzó todas las expectativas imaginadas, al menos de este que transcribe hoy. Apenas pasadas unas horas, de que el sentimiento, la grandeza y el arte, fueran de nuevo colgados del rabo de la estrella, que aun palpita en nuestro universo. Con el corazón desenfadado y la garganta presta a entonar un nuevo eco, allá donde pueda y deba ser escuchado, con la fragua de la luna y el abanico del silencio.

Todo era imaginado y contemplado desde el preludio de las primeras palabras del Poeta y Director del acto Pedro Enríquez. (Mi enhorabuena.) El primer silencio se hizo con el tono de su voz, y para entonces solo el alma y el corazón, quedaron inmersos en el sonido sublime de la vida. (Así lo hacen los poetas.) Lagartija Nick aporreó con toda la rabia el cielo de la Zubia, buscó entre los laureles los acordes de “Ciudad sin sueño” y “Vuelta de paseo,” con ello se hizo posible de nuevo aquel “Omega,” al que faltó la voz de Enrique, que no el alma.




El actor Juan Diego, destiló la esencia del amigo y saboreó los versos del poeta Miguel Hernández. Con el poema “Elegía a Ramón Sijé” estremeciendo a las más de 700 personas que abarrotaban los jardines, bajo la cristalizada mirada de Soleá Morente, la hija del cantaor, que ya momentos antes nos había regalado una tenue sonrisa, mientras musitaba entre requiebros, -Lo más bonito en mi vida, fue conocer a mi padre-.

La periodista Primi Sanz ya lo auguraba. Bajo su batuta grandes amigos de Enrique, desfilaron uno a uno por el escenario, en el que no en pocas ocasiones, dejó de serlo para ser un monólogo entre ellos y el propio homenajeado. El que sin duda, estaba en  ocasiones (como en la calle Santiago,) subido en algún balcón de las mercedarias. Y así lo hablaron el Director José Sánchez Montes y Tato Rébora, los cuales mostraron los sueños del pasado con la palabra, y el suspiro imperecedero con los sentidos. Los versos del Poeta Luis García Montero, frescos y recién estrenados, se balanceaban en la garganta, donde se sostienen las emociones. El poeta paró el reloj del tiempo y la muerte, y quiso crear el sueño de una nueva cita. La melodiosa voz de Enrique Moratalla, lanzada a merced de la brisa, sostenida en las cuerdas del violín de José Vélez y la guitarra de Vicente Coves. La radiante expresión de Raúl Alcover, y su dedicatoria al cielo, cada vez que acallaba su voz, su armónica y su guitarra. Los versos del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías,” sentaron en primera fila a Federico García Lorca.  

Pero nada era bastante, hasta que no saltaron al ruedo los cantaores y guitarristas. Entonces desde la Zubia, el Sacromonte pareció recostarse por un instante sobre la vega y las cuevas abrieron sus bocas, hasta gemir el aliento de cada uno de los rincones de la Granada de Morente.

Jaime Heredia el Parrón, tocó las astas de una luna, y puso por montera el cielo de una noche abierta a los sueños sin cerrar los ojos. Juan Pinilla,  jugaba con las melodías de mano a mano, para dejarlas danzar al viento de nuevos mundos. Antonio Campos dejó crecer el duende entre suspiros inalcanzables. Cuando la media noche pretendía tocar la campana, Marina Heredia tomó el timón y sobre su barca nos llevó por tangos a cruzar siempre de su mano, las orillas del pensamiento. Carmen Linares hoy, ayer y siempre, abandonó mudos los murmullos del agua, y las guitarras de Miguel Ángel Cortés, Paco Cortés y Pepe Montoyita inventaron escalas, sonetos, trémolos, falsetas y acordes, hasta enseñar a los asistentes, que los ángeles existen. Aunque son invisibles, saben descolgarse en silencio por cada una de las seis cuerdas que peinaban sus dedos. (Nunca se hizo la noche.)

Estuvieron todos los que fueron, y los que no lo hicieron, allí estaban. Siempre fueron recordados. Como la propia Aurora Carbonell, viuda de Enrique, quien dejaba su presencia plasmada en los dibujos del programa de mano, y a los que viendo de cerca (y no tanto) permítanme la osadía, pueden sentirse, olerse y palparse, entre colores furtivos la fuerza radiante de sus besos.

Con el sonido final de la “Estrella,” Enrique Morente dio punto y seguido a una nueva noche magistral, donde el presente pudo más que el recuerdo y eso solo ocurre, cuando hay personas como Tú, Enrique, incapaces de morirse nunca…

Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a Antonio Iglesias Montes, Alcalde de la Zubia y a Ana Sáenz Soubrier, Concejala de Cultura y sobre todo a Manuel Sánchez Salmerón. (Nos debemos un encuentro.)


José Manuel Rodríguez Viedma.




Enrique Morente
(Llanto sereno)
XXXXX
XXXXX
Para entonces se encontrarán acalladas todas las voces,
y a la madrugada le habrán pintado los ojos de besos.
No existe mayor tesoro en los brazos de los hombres,
que el que habita en la mente, y en el alma con los versos.
XXXXXXX
Para entonces Enrique nos tendrá inventados nuevos sones,
y solo serán estremecidos entre las ramas de los cerezos.
No habrá más nada que buscar en Granada y sus rincones,
ya todo serán alondras calladas, al paso triste de mis huesos.
XXXXX
Solo con el tiempo quedarán tan aclamadas proposiciones,
pero solo será a cambio y sin otro motivo si nos vemos.
Que yo desterrando del alma si son posibles otras razones,
por tales mundos perdidos, de tan perdidos, nos encontremos.


José Manuel Rodríguez Viedma













miércoles, 3 de agosto de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



Aprende a amar


Cuando se ama a una mujer,
hazlo pues sin contemplaciones.
Pues no existen más razones
que intentar hacerte querer,
para darte cuenta después
que al amarla sin condiciones,
eres capaz de saber,
los enigmas y soluciones
para alcanzar aquellos dones,
¡hombre! de la cabeza a los pies.

Poner condición al amor
es como nunca haber querido.
Es hacer que un beso de dos
ante un corazón dividido,
ponga placeres al alma,
que por otras razones derrama
para ser solo carnaza de olvido.

¡Veras!
Amarla es mirar y ser mirado
y no poner en la balanza,
que mirada más alcanza
el mismo horizonte lejano.
Pues ya verás en su mirada,
su piel, su carne, su alma,
junto al roce de sus manos.

Amarla hasta donde puedas
es nunca haber empezado,
a soñar con las veredas
de un camino jamás andado.

Nunca pongas barreras
a las cadenas de su abrazo,
y comparte con ella sus penas
donde no existan barreras,
para morir en su regazo.

Roba si puedes su lágrima
y dejarás de ser humano.
Pues no existe mejor hazaña
al sentirse enamorado,
que tener en sus pestañas
tu beso depositado.

Déjalo todo sin reparo
en esta loca marea,
donde el tiempo no esperado
no es tiempo, si ella espera.

Quiérela hasta donde nunca
hubieses imaginado.
Dejando colgadas en la luna
las alforjas del pasado,
pues con amarla no tengas duda
¡lo tienes todo, con ser amado!

Olvídate de tus razones,
pues su validez al tiempo prescriben
y de los dichos que digan ¡que dicen!
gritando por los rincones
todas pues, se precipiten,
al universo de sus tacones.

Ama al fin, sin esperar valores.
Sin que recaiga en ti sabiduría,
olvida pues las pretensiones
y el amar amando con medida.
Pues nunca existen razones
para ponerle al amor condiciones,
de volver amarla otro día.

Ama a una mujer con desespero.
Decir mil veces ¡te quiero!
entre el silencio de la madrugada.
Tener bien claro el requiebro,
que al verla y sentirla amada,
(Ten claro)
siempre es más lo que me llevo
que lo que pude dejar en su almohada.

Mientras nosotros les dejamos los besos,
ellas nos dejan el alma…


José Manuel Rodríguez Viedma.

domingo, 17 de julio de 2011

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)




La primera sensación

ñññññññññññññ
Que extraña lentitud,
tus manos sobre las mías.
En un instante de inquietud
temblorosas, ausentes, frías…

Que extraño parecer,
tu latido sobre mis risas.
Alborotada la calma en la piel
tortura cuando me miras.
kkkkkkkk
Y al romper el silencio del beso,
al juntar la boca contra otra boca
que extraño y profundo deseo,
dejar desnudas las olas
en esta mar que desboca
las tormentas de Morfeo.

Que realidad ya en tus manos
acariciando mi cuerpo,
como una paloma sin alas
a la que le crecen diez dedos.

Ya mi espalda en tu cama,
ya mi cuerpo en tu pecho.
Mientras la seda de la almohada
desprende aromas de sueño.

Que extraño temblor  
en la cárcel de tu mirada.
Que extraña aguja ensartó el hilo
al que se cosieron tus lágrimas.

Que irónica sonrisa,
desnuda te arranca.
 La luz de una luna
que no quiso ser blanca.

Que extraña lentitud,
cuando las luces se apagan
y solo quedan las sombras
atrapadas a la cama.

¿Te marchas?
ñññññññ
Tus manos sobre las mías,
solo hay silencio en mi oído.
Extrañas sensaciones, (ya no hay risas)
que gimen entre esencias de olvido.

José Manuel Rodríguez Viedma.

Con otras miradas...

Con otras miradas...
La mitad del silencio

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