viernes, 21 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



 
 
 
DIALOGO CHICO


 ¿Se puede amar más veces en una
sosteniendo el agua en la mirada…?
¡Si!
Solo si al amar, la incertidumbre oscura,
deja tu universo inerte, en la ventana.

¿Se puede amar más veces con locura,
entre la noche oscura…, entre la nada?
¡Si!
Solo cuando tus sueños acudan
a buscar tu alma desnuda,
entre las fuentes de Granada.

¿Puede el alma soñar desnuda?
¡Si!
¡Vete a buscarla en el agua!

José Manuel Rodríguez Viedma


El secreto de los vivos.

 
 
 
EL SECRETO DE LOS VIVOS




Una conclusión cuanto menos rocambolesca. Y es verdad que lo es:) Cuando una persona desaparece, vamos, digamos que se muere, que se esfuma, que la espicha. Multitudinarias voces, si no todas, exaltan con sopranos vozarrones cual temida pérdida se nos viene encima. Lo mismo nos da, si de pequeños nos daban patadas en las espinillas o nos pellizcaban repetidamente sobre el ... ombligo. Tal cual. << ¡Que bella persona coño! Con lo buena que era…>> La sudoración de sus pies, ahora era una grata mezcolanza entre el jazmín y la azucena y su malafollá, una media sonrisa difuminada a menudo entre su rostro angelical. Que si quieres arroz, Catalina, o como demonios se llame la tabernera.

Si el gachón o la gachona, tenía un carácter de los de quítamelo de enmedio que me abofetea la carótida, ahora, y en su lecho fúnebre de rosas y claveles, parece que una legión de angelitos ha venido a por el. << ¡Uno más en el reino de los cielos! >> (Manda hue… de los más frescos que ponen las gallinas pardas.)

Al ejemplo me remito con mi amigo Ramón, el de la zapatería de Castillejos. Hace una semana me lo encontré en la Plaza Nueva, debía de estar pasando el rodaje de sus últimos mocasines, cuando le dije;

- ¡Coño Ramón! Que alegría me da verte. Anoche estuvimos mi mujer y yo, de velada nocturna, junto a Fermín, Lucas, Alberto. Más tarde se incorporó Ana y Lucía. Por cierto, que cabroncete el marido de Lucía, aún recuerda la despedida de solteros y la foto de Sonia, la bailarina de “striptis” en su mesita de noche la luna de miel. Te puedes creer que apenas cruzamos palabra… Todo lo organizó Olga, la mujer de Vicente. ¡Vicente! (me dijo) Hijo de put… él y su mujer. ¡Nunca le caí bien del todo! Más bien nunca nos caímos ninguno de los tres. Claro que si yo hablara… ¿Qué? ¿Pagó en Chalet de los pinares? ¡No te jode! ¿Sigue tan gordo como siempre? Si no fuera tan estirado, las cosas bien que les podían haber ido mejor con sus amistades, a él y a ella, pero claro, el señor director de la sucursal del banco, como puede… claro, con un pobre zapatero. ¡Ramón!. (Le dije) Muy bien no estaba el hombre. Vicente, con todo lo gordo y sus hechuras, apenas se movía de la caja de pino. Calladito estuvo el hombre y sin pestañear. Murió anoche a las diez y veinte, o al menos eso me dijeron cuando llamaron por teléfono para darme el aviso… ¡Calla! ¡Calla! ¡No me jodas! Mierda de vida, cago en “to” y en la leche… Cuando se lo diga a la Puri, se va a quedar de piedra. La Puri se llamaba cada dos por tres con Olga, en el fondo eran inseparables. Olguita, le decía por el teléfono cada vez que hablaban. Ya sabes, cosas de ellas. El pobre de Vicente, joder, no me lo quito de la cabeza. Era raro, si, como el solo, pero con una inteligencia que se lleva el hombre para el otro barrió. ¡Es que no somos nadie! Ahora que le sonreía la vida, con su Mercedes nuevo por Reyes Católicos… Yo me abrí la cuenta en banco, nada más por que estaba el de director… ¿A que hora es la misa? Pues allí nos vemos, yo dejo al chavea en la tienda y tiramos “pa” San José.

Y allí estaba el hombre… La cara descompuesta, los ojos desencajados de las órbitas y los zapatos de charol, más relucientes que el cristal de un ascensor a las ocho de la mañana, cuando aún había porteros en las casas de vecinos. ¡Ah! y la Puri. La cual entre sollozos, mientras le hacia una suma con la mirada a la pobre de Olga, le decía echadita en su hombro; “Quince años sin hablarnos ninguno de los tres, lo que son las cosas y sin embargo, nos queríamos como hermanos… es que… Lo que es la vida Olga. Mi vida.”

Una conclusión al respecto en cuanto menos rocambolesca...
¿Por qué llenamos de piropos y alabanzas a quines las espichan y nos caían mal? ¡He aquí la cuestión! ¡Ya no nos escuchan! y no pueden debatirnos las mentiras.
¿Por qué seguimos haciendo leña los trajes de los vivos? ¡No hay duda! Por qué ellos si nos escuchan y padecen. Lo cual nos indica que hasta que las espichemos, aún hay tiempo de seguir haciéndonos daño…

Valga para todos los amigos y “amiguetes” sin distinción, riqueza, ideología o clases políticas. La muerte y la vida se asemejan en muchas cosas, pero una de ellas, sin duda, la hace igual y semejante. Seas como fueras en la vida, en la muerte alguien te seguirá dando palmaditas en la espalda. Y si tienes dinero, igual hasta llora más y mejor.
 
 
José Manuel Rodríguez Viedma

martes, 18 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)




EL PRINCIPIO DE UNA CARICIA.

 
Estaban adormecidas…
Una tenue luz improvisada las unió de repente,
cuando la mañana las multiplicó por dos, entre suspiros cercanos
y la luz en la ventana de sus ojos, arañaba el cristal,
entre el espejo dubitativo de sus nombres.
XXXXXX
Estaban adormecidas… casi inertes, casi desechas.
La madrugada se había pasado toda la noche jugando con ellas
hasta dejarlas sin sentido, moribundas y calladas.
Estaban tronchadas entre sí, como dos racimos de uvas,
como las yedras de las verdes tinajas,
como el espino del amor, desventurado en medio de una sonrisa.
XXXXXXX
Cuando se miraron el uno al otro, las encontraron entrelazadas.
Aún olían a besos, a caricias recién estrenadas
y a pompas de jabón difuminadas con el roce precoz de sus cinturas.
XXXXXXX
Al verlas nuevamente y sentir su espina,
decidieron al unísono dar cuerda al motor de la locura.
Se amaron otras cien veces más y ya no hubo noche,
capaz de dejar otra vez, por un instante,
que sus manos ocultaran dar cuerda a los relojes de los besos.
XXXXXXX
En un instante de paz, sus almas multiplicaron las esencias de los jardines.
Las alondras callaron sus picos en las ramas, y a lo lejos…
presintieron que la aurora dibujaba otro astro en sus miradas.
XXXXXXX
Ya era tarde para contar de nuevo las estrellas.
El amor y la fragancia, la locura y el cuerpo,
las había dejado otra vez, adormecidas...
Tiernamente adormecidas…
Se habían mirado a los ojos.
¡Y amado locamente de nuevo!

 
José Manuel Rodríguez Viedma.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)

 
 
 
 
MARINERO DE REGRESO
 
 
He huido cargado de redes
y regresado al mismo puerto.
Otras tantas miles de veces
y otros cientos que no me acuerdo.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! y no puedo.
XXXXXXX
Dejé rodar mi timón sin dueño,
en la espesura de la mar celeste,
para solo escuchar en mis sueños
gritar una aurora a su suerte.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! que quiero verte.
XXXXXXX
Me he preguntado ansiosamente,
por mis cien huidas y mil regresos
y solo me vino a la mente,
que al marcharme tan de repente
se me olvidaron todos tus besos.
XXXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! y no puedo.
XXXXXXX
Arrié mi vela a tu cuerpo,
atraqué mi barco a tu vientre.
Hasta morir cien veces de nuevo
depositando mí sal en tu frente.
XXXXXX
Que quiero verte, ¡amor…! que quiero verte.
XXXXX
Cuado te cayó la azucena del pelo,
deposité mi ancla, en tu simiente
y ambos supimos que el cielo
tiene cien nombres diferentes.
XXXXXX
Regresé ¡mi amor! a tu bahía
y en mi regreso locamente,
al quererte como te quería
entendí que en mi marea fría,
había estado allí, para siempre…
 
 
José Manuel Rodríguez Viedma.

martes, 4 de septiembre de 2012

Es tiempo de incorporaciones.


 
El sonar de la sirena
 
 
 
Es tiempo de incorporaciones. Mis hijas devoran los segundos y se afanan en multiplicar por diez, cada uno de los minutos que pasan por los pequeños relojes de sus muñecas. Se lanzan a la piscina como nunca, y temo que se beban el agua de este verano, como yo me he bebido la de tantos y tantos junios, julios y agostos a chupitos pequeños, en vasos de lágrimas. Recordarán siempre su infancia, porque la infancia no se olvida jamás. Perdura en nuestra mente, como un tatuaje invisible que solo utiliza la tinta de la sangre y el alcohol de la desinfección, para invalidar los porrazos que nos dimos, y que nos damos, a pesar de que el tiempo transcurra también en nuestros relojes de arena, robados a la playa desnuda de los cuentos. Los olores a libros nuevos se impregnan en la sala de mi habitación, mientras los disfrazo con el forro transparente de mis suspiros. La goma de nata, lista para ser estrenada con el primer error primordial ante la discordia inusual, que deja un número par con un impar, traspasado por el más y el menos de la osadía. El lápiz perfectamente afilado, dispuesto a dar de cabeza con la primera página en blanco, que forme parte inmortal del primer renglón inacabado.

Es tiempo de incorporaciones. De nuevas sonrisas y de llantos por doquier, por aquellos que pisan por primera vez con sus pequeños baberos a rayas, las aulas celestiales repletas de niños y niñas. Están listas las sirenas, y limpios los patios de todos los colegios. Pronto se llenarán de gominolas y chocolates, de balones y gritos, de sonrisas y llantos, de besos precoces y de caricias, ¡siempre de caricias! deseosas de ser contadas entre corrillos para no ser olvidadas jamás, aunque el tiempo te disfrace a fin de cuentas con la careta de la adolescencia, pintada con cientos de arrugas. Es tiempo de incorporaciones, de arrastrar las mochilas por el suelo y hacer del pavimento, vías eternas por donde caminará de lunes a viernes el tren de los olvidos. Ya habrá tiempo de cargar con la vida a las espaldas hasta sentirla sin piedad, como es capaz de mordernos el cogote con su aliento a nectarina. Todo se acaba para volver a empezar de nuevo. Las etapas se dejan atrás en cada curso, y en la vida, las estaciones pasan del otoño al invierno con diferentes frutos y olores.

Miro a los niños como cuentan las horas, los días. Se comen en dos mordiscos sus bocadillos y saltan nuevamente. Vuelven a gritar y se esconden entre las acacias y las lloronas. Juegan a ocultarse entre matorrales y después, aparecen para gritar sus nombres como si se llamaran a si mismos, por primera vez. Se beben el viento con una pajita y lanzan el frasco de las esencias a la papelera de la aventura. Aún les quedan unos días más, para saborear el resto de un septiembre que ya tiembla en el almanaque de los chicharrones. Miro a los niños, y veo el alma… el alma de todo aquel que se ha negado a crecer, a pesar de no encontrar el espacio suficiente, para poder encender la antorcha multiplicada por diez de las velas de su tarta. Veo a los niños y siento el estupor de sentirme uno de ellos en cada momento, en cada grito y en cada lamento propiciado por el golpe en sus rodillas dañadas por el roce del asfalto. Cierro la ventana y me inclino  hacia la goma de nata, mientras cierro los ojos y la aspiro, ¡tan fuerte! que ningún aroma de Dior, es capaz de transportarme en sueños al país de nunca jamás. Ahora que no me ven, he roto la virginidad del lápiz garabateando un papel en blanco, hasta percatarme que ahora me sale mejor dibujar las sombras sobre la nada y hacer de la nada un mundo de sombras donde perderme. He corrido a morder la onza de una tableta de chocolate, y he sentido en mi cabeza replicar por unos instantes la tabla del siete y solo me he atrancado dos veces. He abierto algunos libros por la mitad y he sentido, vivido y soñado. ¡Nada más hermoso que el aroma de un libro recién estrenado! solo comparable a la primera tarde de un amor en soledad, junto al sabor del primer café amargo, besándote los labios. He desenrollado el forro de cristal y se me ha pegado en las manos. He cortado el celo y lo he puesto sobre la mesa, he cogido las tijeras con sus puntas redondas y al intentar meter mis dedos en sus ojales, me he sentido crecer, ¡de repente! y no he podido cortar ni una sola de mis ideas. También me habían crecido las manos. 

Es tiempo de incorporaciones. A lo lejos, los niños continúan buceando bajo el agua, mientras en vano, yo, intento sacar la cabeza de mis recuerdos. Se salpican con manotazos de tal forma, que algunas de sus gotas de agua, han ido a parar a cada una de mis mejillas, solo así me conformo al pensar que no se trata de un llanto. De un llanto sutil, que me ha robado treinta años de golpe en un suspiro, en un instante. Tan inapreciable, que hubiese negado que haya existido, de no ser porque lo he sentido, como una lluvia cálida de otoño o como aquellos charcos de invierno, que se formaban en algunas calles, donde el asfalto aún soñaba con recostarse algún día...

Es tiempo de incorporaciones y la sirena de la vida está presta a tocar de nuevo. Mientras, los niños y niñas preparan sus carteras para ser arrastradas con sus puños cerrados y nosotros, los que aún no hemos dejado de serlo, nos conformaremos con amarrarnos tras de la reja de nuestras pestañas para sentir sus risas en la distancia. Los veremos sonreír, gritar, saltar, jugar, llorar y robar si acaso algún que otro beso a la infancia. ¡Qué más da haber crecido! - nos diremos - ¡Nosotros también fuimos como ellos! y volveremos a andar los mismos caminos que nos llevaron en sueños a nuestro colegio, (el de la vida) con una sonrisa de oreja a oreja, mientras jugamos con nuestras manos en los bolsillos y acariciamos con la punta de los dedos, la figura redonda, frondosa y peculiar de una pequeña goma de nata….

Ahora quizás entendamos que La A de araña, nos habrá tejido un tela capaz de amarrar el tiempo y no lo soltará nunca. Que el elefante de la E, nos indicará el camino de vuelta y no menos el de regreso. Que la I de iglesia, nos llevará al suspiro de nuestra paz interior, mientras el oso de la O, marcará el territorio de nuestras vidas y la U de uva, nos mostrará la vid de lo que somos y hemos sido, el viñedo de nuestras familias creadas con amor, y el mejor de los brindis lanzado a los cielos con el más dulce y afrutado de los vinos... (Aún hay tiempo de un chapuzón.)

 
            Nota; La vida es el recreo más hermoso, siempre y cuando lo aprovechemos hasta el final y hagamos oídos sordos a las sirenas. De una u otra forma no habremos crecido, aunque cambien de lugar y de destino, el camino de nuestros besos. (Quizás ya no sean tan decentes.)


José Manuel Rodríguez Viedma

Con otras miradas...

Con otras miradas...
La mitad del silencio

Libro de vistas