miércoles, 23 de octubre de 2013

Extracto del Poemário "VERSO" (La sonrisa de los girasoles)


 
 
 
QUEBRANTO EN LA SOLEDAD DEL AMOR

 

Tendré que inventar un aullido,
otra señal que deslumbre el reflejo del alma
cuando la cadencia del suspiro chico,
se derrame en las cuerdas temblorosas de mi beso.

Tendré que inventar una nueva agonía
que sobre mi pecho inacabado describa,
la proeza inadvertida de tu latido sobre el mío
en la caja rítmica de los secretos.

Tendré que inventar una nueva leyenda,
descrita en las páginas saladas, mojadas por tu dedo
y una nueva cubierta de pieles sedosas
formando la contraportada, del mañana cuando llegue.

Tendré que inventar una nueva luz,
calida y semidesnuda entre el fuego de las antorchas
y una nueva mirada enjaulada en las pestañas
de tus ojos cuando sueñan.

Tendré que inventar una nueva sonrisa, quizás,
o una recién estrenada lágrima,
rozando la comisura de tu boca
hasta llegar al péndulo perfecto de tu barbilla.
 
Tendré que inventar una hora más, cuando te halle
y una nueva noche oscura, con sus sábanas de seda.
Una farola en la ventana de los reproches inadvertidos
y un cristal opaco, impregnado con nuestro amor.

Tendré que inventar un nuevo sonido para llamarte
y una nueva caricia cada tarde, si me dejas.
Un nuevo espanto de miedo tras la puerta
y otro adiós, con billete de regreso en la mirada.

Tendré que inventar un nuevo regazo
en mis brazos inacabados sin los tuyos,
en esta prolongación de la carne dispuesta
si así lo fuera, a morir junto a otra carne.
 
Tendré que inventar otro cielo.
Quizás otro paraíso de ternura frente a mi lecho.
Otro pensamiento fugaz y otro olimpo,
repleto de laureles en las sienes de los justos.

Tendré que inventar un nuevo pecado
y arrepentirme de nuevo otras cien veces,
con la cabeza declinada a los zapatos
y los huesos temblorosos, atados a los tobillos.

Y una vez tenga mi nueva leyenda escrita
en la señal bendita y oculta de tu beso.
Una vez tenga mi secreto nuevo
en la agonía sedosa de tu sábana.

Una vez tenga mi aullido nuevo sobre la boca
y una nueva luz resplandeciente, y una ventana.
Una vez tenga una nueva sonrisa
en otro Olimpo en un vergel, junto a otro cielo.

Una vez tenga todo un tiempo por estrenar
y un nuevo sonido abrumador para llamarte.
Unos huesos sin temor a los suspiros
y un billete de ida y vuelta en el pensamiento.

Una vez tenga a punto de cumplir
la condena perpetua de mi pecado.
Una vez tenga mi brazo a tu abrazo
dispuesto a morir por amor, junto a tu carne.

Si ya lo tengo todo, ¡amor! y no te encuentro.
Tendré que inventarte ¡amor!
Tendré que inventarte…

 
José Manuel Rodríguez Viedma
 Del Poemário "VERSO" La sonrisa de los girasoles.

lunes, 21 de octubre de 2013

La Noche en Blanco de Granada





A vista de pájaro
La Noche en Blanco de Granada,
la luna en verso,
los suspiros de los poetas,
y... ¡Granada!
 
… sobrevolé el cielo de Granada como un ave nocturna. Mi revoloteo me pareció único, casi recién estrenado. Divisé desde las alturas los inmaculados blancos del Albayzín y deslicé mi planeo dislocado por alguna que otra cueva del Sacromonte. Sentí la guitarra sonar entre los arpegios de la madrugada y me pareció un aljibe mascullando el agua en la garganta de una  fuente. Adiviné frente a mis ojos las torres longevas y ensimismadas de la Alhambra, y allí, me paré a poner una nueva rama en mi pico. No era demasiado grande, ni pequeña; Era imposible alzar mi vuelo con ella. Tenía el pecho henchido de suspiros, y el pico medio abierto para que tan solo una leve brisa, trepara hasta mis pulmones antes de tropezarse con alguno de mis versos…


Granada estaba abierta de par en par, lo mismo que su noche en blanco. Con sus paradojas inalcanzables destinada a no dormir y a no dejar de soñar a la vez. Desde mi altura podía distinguir los pasos simétricos de los poetas componiendo versos con la mirada. Allí estaba Francisco Acuyo, con las hojas del otoño trasparentes sobre las manos, dando retoques a la improvisación una y otra vez. Me pareció verlo cerrar los ojos y adiviné cuanta verdad encierra un parpadeo. No era una noche más. Era la primera noche, la más larga, la más romántica y verosímil, para quien no dudo nunca de que existe todo aquello que cuentan los versos y alimentan el doble cuando se leen. Mara Romero Torres y Magda Robles, dibujaban las siluetas de sus prosas en la Plaza de las Pasiegas e hicieron callar las campanas de la inmensa Catedral de Siloé, que como una musa, bebía del silencio lo mismo que las palomas revoltosas sobre la fuente cristalina de las Batallas. Mara y Magda, tenían una sonrisa delicadamente rubricada sobre los labios y un temblor sosegado en las rodillas. Los poemas pesan el doble que la sinceridad, y se multiplican, como los besos robados en cada rincón de una ciudad cuajada de poetas venidos de todos los rincones del universo. Ellas lo sabían. Sobre sus manos descansaba la batuta de toda aquella orquesta literaria que había de componer la mágica sinfonía de la “Luna en verso” y que aguardaba el estreno en el teatro Isidoro Maiquez.

Allí, aún resonaban en las amapolas de las butacas las palabras del poeta Manuel Salinas. Hacía tan solo unas horas, quedaba presentada la antología poética, nacida para aquella noche de nostalgias, que aún se amamantaba del presente. Habló Manuel Salinas, y describió la perfección de la metáfora de la vida. Lo hizo con la voz sosegada, como quien susurra en la espesura del universo esperando pasar inadvertido y resulta ser escuchado por cada uno de los astros que lo componen. Así lo hizo,  representando los paralelismos entre el papel desnudo y la rima ataviada con la seda transparente del amor en estado puro. Habló de los sueños de los poetas y de sus intenciones imperecederas en cada una de sus palabras inmortales. Habló Manuel Salinas y hablaron cada uno de los poetas por su boca, por sus gestos, por sus silencios. Después, se desmenuzó la antología con sus doscientas diez páginas, como la margarita del sí quiero, y algunos de los poetas, (todos en el recuerdo)  se emborracharon con cada uno de los versos y bebieron de la misma fuente hasta dejarla vacía de dolor. Yo, también quise mojar mi pico.

Pasaban más de las once y media de la noche mágica, de la luna en verso, de su eclipse, y Granada rebosaba de gritos de niños con los ojos abiertos de par en par. Las gentes bajaban desde las calles más anchas, abotonando los encajes de las callejuelas más estrechas, y en cada una de ellas, un artista disgregaba a media luz, para todos, el interior del baúl de sus secretos. La música, la magia, el baile, los olores de los lienzos colgados en las paredes de las exposiciones. El teatro en la obra de Eva Velázquez, con la Juana más loca, excéntrica y maravillosamente enamorada. La fotografía, el agua, las fuentes, los aljibes, la noche y los versos, siempre los versos… dispuestos a salir nuevamente escondidos tras de los corazones de los poetas… Y divisé el ala del sombrero de Pedro Vera, y escuché a Tomás Soler. Descansé el alma en el sosiego de Juan Antonio Barros. Sentí la noche propicia de Pedro Enríquez y esboce una sonrisa con Antonio García. Lloré la ausencia de Teresita Herrera Muiña, de Miguel Ángel Zapata, de Jeniffer Moure y Nelson Jiménez desde el otro charco del mapa, solo franqueable por el resplandor de la noche agujereada por las lágrimas de las musas. Agudicé la armonía en la voz de Antonio Praena y mordí la sinceridad inagotable de Brenda López.

Volaba tan alto, y aun así, distinguía a cada uno de los poetas que se apresuraban hacia el teatro, y recuerdo sus nombres, y no los olvido. Recuerdo sus prisas y los escalones empinados del entarimado hasta llegar al atril de los justos. Sería imposible nombrarlos a todos,  e indebida la omisión de alguno de ellos, y echo mano del índice de la antología para no olvidarlos y del sueño de “La luna en verso” para hacerlos inmortales. A todos, a los más de ciento setenta, a los presentes y a los ausentes, a todos los reconozco entre sus versos y los aromas que dejaron tras de si, las fragancias de los piropos sinceros a la noche intensa de una Granada endiosada en la cumbre de la prosa. Entre todos y cada uno de ellos, me pareció reconocerme, difuso, callado, como un cuerpo cuyas manos, sostienen el alma al cordel de un suspiro. Mi alma estaba volando aquella noche, como  la de un pájaro, un ave nocturna que busca la paz en la rama del tiempo y sueña ser mecida  por la brisa triste y sonámbula de una sombra de otoño.


Fue una noche cuajada de sentidos, única e irrepetible. Como lo son las primeras citas o lo son los primeros besos que se dan, sin esperar a que el amor pueda ser recíproco en cada uno de ellos. Como las primeras caricias y las primeras promesas. Los primeros llantos a escondidas, las primeras quimeras hechas realidad, el primer lecho prestado y la primera desnudez del alma. Fue una noche abierta a todos y con todos. Un abrazo uniforme donde encontrar cientos de latidos bombeando con ritmos diferentes que  guardan el mismo equilibrio para mantener su armonía. Una noche de poetas dispares con denominaciones comunes, donde las palabras pisaron la luna y borraron la huella del primer hombre. Un instante para soñar y un buen intento para nacer de nuevo.


Ahora, dicen que la noche en Granada, se irá difuminando como lo hacen los pinceles tras dar el último brochazo sobre los lienzos de los pensamientos abstractos. Que todo fue un sueño disipado en la retina del que se alimenta de la nostalgia. Que Granada vuelve a ver la luz cuando la madrugada deja en la fuente el aliento de su último bostezo. Que el agua de los ríos se marcha para no volver, como lo hace la tinta de los poetas cuando sangran las heridas de los olvidos. Que la luna se ha vuelto a vestir…

Ahora dicen sin más...,
pero aquella noche, ¡estuvimos despiertos!   

José Manuel Rodríguez Viedma

miércoles, 9 de octubre de 2013

Recital de Poesía "Voces Hispanas"


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Extracto del Poemário "VERSO" (La sonrisa de los girasoles)








CONFESIÓN FRENTE AL ESPEJO.

 
 
No me digas que no te quieren,
ni desnudes la simetría de tu llanto
en la fragua rota de mi almohada.
Cuando se enciendan los cipreses,...
saldrás a contar alondras
sujetando abriles en los cristales.

Y vendrá el viento y te tocará la cara,
y sentirás sus manos sobre tus ojos
como la antesala de un amor invisible
que te busca desnuda entre las sombras.

Te quedarás tendida en la orilla.
Como una piedra puntiaguda
con otra sal y otra espuma,
con otras vergüenzas inesperadas.

Y sentirás acariciar tu piel desnuda
con el abrazo inhóspito de las olas,
hasta querer morir, para nacer de nuevo
en la misma playa, para añorar su abrazo.

No digas que no te quieren,
pues habrán llenado su luz
nuevamente las estrellas al horizonte,
y dibujado un azul diferente
al océano lloroso de tus ojos.

Márchate cuando tú quieras
sin esperar que nadie te llame.

Cuando el vacío de tu alma duplique tu ausencia,
se multiplicarán por mil los recuerdos
y quizás, cuando ya no estés,
sabrás que todos los que te quisieron
nunca podrán ocupar, el espacio de tu silla vacía.

Y te habrá querido como nunca
el universo de tu soltería,
desterrado por siempre y para siempre
en la tormenta salada de tu lágrima.

No me digas que no te quieren,
los que no murieron junto a tu beso.
Todos se llevaron en sus bocas
la deuda del amor, en tu primer otoño.

En los espejos del olvido
la soledad camina desnuda
y solo se reflejan de puntillas
el amor y los recuerdos.
 
José Manuel Rodríguez Viedma
Del Poemário "VERSO" La sonrisa de los girasoles.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

ANTOLOGÍA "AROMAS DE CIUDAD"


 
Antología LAIA IV 2013
Poesía
Aromas de Ciudad
(Spanish Edition)
 
YA SE PUEDE ENCARGAR LA ANTOLOGIA LAIA IV INTERNACIONALMENTE
 
 
Latin American Intercultural Alliance (LAIA) con sede en Nueva York, USA, Argentina y España, recoge en este libro las obras de los ganadores y finalistas de la Tercera Edición del Concurso Literario LAIA 2013, en esta Antología poética: LAIA IV, Aromas de ciudad. El tema sugerido: Aromas de ciudad fue desarrollado de manera muy variada y particular desde la subjetividad propia de cada uno de los autores. Es así como encontramos evocaciones que hacen de cada lugar un sitio único dentro de ciudades, pueblos, puertos, balnearios, campos, y paisajes del alma que estos describen. No faltan las evocaciones del pasado, el amor, el desamor, el peligro de las grandes ciudades, el misterio, la magia, la desilusión, y el colorido sabor de las tradiciones, por citar algunos de los temas.


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jueves, 29 de agosto de 2013

X Poesía en el Laurel 2.013



Terminó
Poesía en El Laurel.
(Y se durmió la chicharra...)
 
 
Se acabó el X Poesía en el Laurel. Era el tercer día de poesía y lo anunciaba una chicharra escondida entre los jardines. Alzaba su grito entre el silencio y se hizo eco entre algunos de los versos que se escondían entre las sombras de San Luis el Real. Apenas quedaba tiempo para que los poetas recordaran nuevas letanías de tiempos pasados donde pareció no crecer nunca la flor, ni desprenderse de los montes los riachuelos de cristal, ni dibujarse amaneceres bajo el calor ardiente de los besos que se dieron tras de los cristales de las ventanas...

La Concejal de Cultura Ana Sáenz recordó a Guillén, - Si la vida no se puede alargar, habrá que ensancharla – pero el X recital de la Zubia, el que debe conmover con los versos, paralizar el corazón con los sentidos de otros y la métrica de los poemas, estaba apunto de quedarse tendido como una musa, en el albero imaginario del Convento adscrito en tiempos atrás a la orden de los Franciscanos.

Habló Ana y se hizo el silencio. No había lugar para otra silla todo estaba repleto. Se advirtió nostalgia en sus palabras, señoras y señores… no hay tiempo para más.

 
Tomaron asiento en la mesa donde antaño debieron coserse otros sueños, Antonio Chicharro y el Poeta Antonio Carvajal. El primero, de memoria, recordó los pasajes del poeta y lo acercó a los presentes con su verbo distendido. Cuando sus palabras finalizaron, Antonio Carvajal ya era un viejo conocido, o un conocido más, quizás más cercano, más amigo. Esta el la misión del que presenta y Antonio la vio cumplida. Para entonces, Héctor Márquez ya se había hecho al piano y extendido sus manos abiertas como un abanico, esperando que el aire de su boleteo se colmara de teclas blancas y negras, que como fichas de ajedrez, esperaban ser despertadas del sueño de los justos.

Sonó el piano y cantaron tenor y soprano, chico y chica, del propio circulo del Poeta, como reconoció Carvajal, el cual, como si de una perfecta traducción de sus poemas se tratara, recitaba antes de ser melodiosamente entonados después, sobre pentagramas y notas sujetas a la clave de sol en la noche tierna de los poetas. Algunas sillas se cerraron de golpe y se hizo el silencio… y las miradas. Se respiro el autismo de las aulas universitarias, apenas duraron unos minutos, pero la mirada y el silencio, se hicieron eternos. Al final se aplaudieron los poemas, las improvisaciones, las sonrisas y a las chicharras, como quien gime hacia dentro… hacia adentro.

 
Llegó el turno de los premios y Pedro Enríquez se hizo al micrófono. Nuevamente su voz hablaba y declamaba a la vez. El Don de los poetas se hizo palpable sobre las tablas. Subió el premiado, El Poeta Félix Grande y este, a su vez, a Francisca Aguirre, su mujer, Poeta y compañera de caminos infatigables. Ambos se sentaron en la mesa y disertaron de tal forma, que la naturalidad de sus palabras, arrancaron sonrisas de los presentes. Hablaron de amor, de “Antoñito Gala” de “Pepe Hierro” del Café Gijón, del Ateneo, de la infancia, de la juventud, de las gabardinas largas heredadas de su padre, de la delgadez, de la herradura del zapato, de la seda de las medias destrozadas por el roce de los nervios, de las ataduras de la carne y del tiempo. Cuando Francisca Aguirre, acabó la presentación de Félix, (nunca termino de hacerlo) el poeta, tras colgar educadamente el teléfono a su hija, elogio la defensa de Luis Rosales, dibujándonos la historia bajo el prisma personal, de quién con él, había compartido gran parte de su vida. Recordó pasajes ya olvidados, borrosos y grises y bajo algún laurel, la chicharra de San Luis, busco el verso escondido en la memoria de los justos de uno y otro bando. Ya es tarde para hacerle reproches a una España que, dividida y muerta, lloró cadáveres  en cada puerta y en cada casa. San Luís bebió la melancolía del agua, del recuerdo, y quiso ser parte del olvido. La poesía, es la didáctica del amor en estado puro, y el poeta, el catedrático que jamás necesitó ir a clase para ponerla en práctica.

Con los versos de Félix Grande y de Francisca Aguirre y un premio bajo del brazo, que necesitó ayuda para transpórtalo, llegó la música… (Y la chicharra, encontró su mundo.)

 
Miguel Soler con bella y melodiosa voz, le cantó a Lorca, sin duda alguna escondido en alguna parte de la luna de Agosto. Rafa Soler y Miguel Ángel Corral acariciaron las cuerdas de las Guitarras flamencas y embelezaron a los asistentes con trastes y arpegios que sonaron a zambras sacromontanas. Cesar Jiménez al violonchelo, por el que desplegó el alma y el corazón, Mati Gómez y Ana Lerai llenaron de belleza el escenario y acompasaron con la maestría de sus manos, los acordes de Miguel, mientras Gustavo Reyes y Julio Pérez, a la percusión, hacían resonar los corazones, descorchaban el silencio y nos envolvían en una Granada tierna, que se negaba a dormir a aquellas horas de la noche.

Así se acabó el X Poesía en el Laurel. La Zubia le había guiñado nuevamente un ojo al poeta, mientras el sabor del limón dejaba su beso amargo en los labios, y un cierto regusto a mezcolanza entre el recuerdo y el olvido, encendía ya las luces a un nuevo verso. Habrá que esperar un nuevo año para llenar las sillas, para agotar los programas de mano, para dibujar otra luna redonda en el Laurel… la luna de los poetas. Habrá que esperar un año más para llenar el hueco que dejan los suspiros cuando se cierra el telón de las estrellas. Habrá que esperar otra vez el susurro del viento buscado los versos en los rincones de la Zubia, en sus luces y en sus sombras. Habrá que esperar para volver a escuchar la música y la voz, los sonidos y el agua. Habrá un tiempo para esperar y nada más. Para soñar con los poetas inadvertidos, aquellos que sueñan con amores imposibles y se disfrazan de chicharras…   


 
 
 
Tierna luz que ya te marchas.
Cincelada moldura tallada con gubia
entre cauchiles mansos de agua.
Divina hermosura, laurel en la Zubia,
destemplada agonía, torreón en la Alhambra.

 
 
 
 
 
           Mi agradecimiento personal a Ana Sáenz Soubrier, Concejala de Cultura del Ayuntamiento de la Zubia por su estimable invitación. Al Poeta Pedro Enríquez como Director, por su búsqueda incesante de la exquisitez. A mi amigo Manuel Sánchez Salmerón, siempre por sus atenciones y más que entrañable y valiosa compañía.

 
José Manuel Rodríguez Viedma

Fotografías tomadas por Cultura del Ayuntamiento de la Zubia

martes, 27 de agosto de 2013

Recital de Poesía. Águilas (Murcia)




LA POESÍA EN LA CALLE
Y EL POETA EN EL MAR
 

... unos días después de que Mara Torres, Brenda Soler y Magda Robles llevaran los cánticos sobres sus bocas… Unas noches después de que pisaran las arenas calidas y dormidas… Un infinito después de que sus poemas deambularan sobre las calles, y las musas del verano se tendieran en la orilla de los sueños…

Primero llegó la luna. Redonda. Se situó justo encima del Auditorio  “Infanta Doña Elena” con mucho disimulo, respetando a los allí presentes, sin alzar la voz. Tan solo la  luminosidad de su esfera inmaculada, un tanto introvertida, hizo robar las miradas de los que deambulaban de arriba abajo. Ella lo sabía desde el primer momento, y cuando sintió las primeras voces bajo los acordes de los versos y de las olas, de puntillas, disimuladamente, tomo asiento cerca de las estrellas para no volverse a levantar. Abajo, las olas intentaban acercarse un poco más al mismo auditorio. En cada segundo, primero adentrando sus dedos revoltosos entre la cresta de sus aguas. Luego, arrastrando su sal entre la fina arena de la playa de las  Delicias, cuando alcanzó su propósito, el agua, la arena y la sal, se ocultaron bajo el manto taciturno de la noche, que a las diez, andaba cansada de contar sus astros una vez más, sobre la marea desordenada del cielo.

Para entonces, Pedro Vera ya había abierto la boca. Era la hora de los poetas. El momento en el que los versos debían salir a la calle y encaramarse como veletas de sueños sobre las hojas de las palmeras. La voz de Mariam despertaba a las sirenas de tal manera, que ninguno de aquellos pescadores que lanzaban sus redes a la mar, se percataron de que las tenían junto a ellos, con sus bocas abiertas y sus bellezas desnudas. Andrés acariciaba la guitarra y a Mariam se le erizaba la piel con sus caricias. Ella era parte del roble, y su pelo negro moldeado al viento, fibra de aquellas seis cuerdas que danzaban temblorosas al tacto sencillo de sus manos.

María José Castejón Trigo, llevo el amanecer de Zaragoza, pero aún era temprano para dibujar en la noche de Águilas una nueva alborada. Julián Borao, deshilachó poemas tristes y la melancolía se detuvo inerte en el verso del amor eterno entre las olas. (Todas despertaron al eco de su voz.) Ivonne Sánchez Varea, acaricio la nueva acuarela de su libro y volvió a dibujar un trazo infranqueable entre la voz y el agua. Todo fue mágico, lo mismo que Granada a la que dejó disfraza entre colores disolventes. Joaquín Piqueras dejó a Cartagena descalza en la orilla. No te vallas nunca… le dijo, pero el tenía un nuevo verso que dejar en la playa de los sentidos. Andrés Carrillo hizo suyas sus iras y las musas se taparon los ojos, ruborizadas. El Cabo de Palos quedaba  demasiado lejos para pensar en su arrepentimiento inexistente. (Y enfado a Dios.) Desde Cehejin se desplazó Asunción García. Vino ella, el poema, la guitarra y la voz. Abrió la boca y se deshizo el verso, ella tenía el amor desbocado entre la música y tembló en cada mirada que Andrés y Mariam se lanzaban entre las sombras y las luces. Tomás Soler fue el Acróbata del verso profundo, corto y sosegado. Conocía las aguas y metió los pies en sus orillas. Ató una cuerda entre dos estrellas y deslizó su voz hasta llegar de un extremo al otro, sin más red que la del viento. El puso el fin de las delicias. Nieves Rodríguez Artero, de Águilas, como Tomás, jugó con las palabras y estrenó sentidos nuevos en cada pálpito. Suspiró profundamente y detuvo el silencio con su prosa en espacios infinitos. Javier Irigaray, desde Antas, buscó una sonrisa y la encontró debajo de las caracolas de sus poemas. Consumió el tiempo de los versos, llenó la copa de mar y la depositó junto a la arena de sus bolsillos. Antonia Soler desde Calasparra buscó la perfección de sus poemas y la encontró… quizás como ella sabe, supo dejar la mente dormida.

Fue una noche de poesía en la Calle, y de poemas arrastrando los pies sobre la arena de la playa. Un grupo de Poetas con algo que decir y que soltar al viento, que venía y se marchaba tan suspicaz, que apenas daba tiempo de arremolinarnos los papeles.

Con las palabras del artífice de todo, el poeta y amigo Pedro Vera, elocuente improvisador de versos y de palabras, de sueños cumplidos. Con la voz y la guitarra, con las melancolías. Dejamos desiertas las playas y sus delicias. Dejamos el blanco del Auditorio lo mismo de inmaculado que la luna, que se marchaba a lo lejos musitado un verso de Lorca. Allí dejamos el faro, a lo lejos, guiñándole un ojo a los pescadores mientras las sirenas se introducían de nuevo en el agua… El que suscribe, Rodríguez Viedma, dibujó una puerta entre abierta. (Un poema más que salió a la calle.) La había abierto en Cádiz de par en par. Medio cerrada en Alicante y me esperaba, con sus cerrojos de miel, bajo la sombra de un laurel en las noches de Granada.     

 

José Manuel Rodríguez Viedma.

lunes, 26 de agosto de 2013

CERTAMEN INTERNACIONAL DE LITERATURA 2.013 LAIA


Quisiera aprovechar estas líneas y en este blog, para agradecer de todo corazón a los Organizadores del Certamen Internacional de Literatura Poesía 2.013 y a todos los que formáis Latin American Intercultural Alliance de Nueva York, LAIA, por vuestra exitosa labor cultural. Os agradezco el premio que me otorgáis como Finalista del Certamen Anual de Literatura Internacional 2.013 de Poesía “Aromas de Ciudad” en el que mi poema “Retorno entre las sombras” participaba. Es para mí un tremendo orgullo y todo un honor, que dichos versos formen parte de la IV Antología Poética LAIA que será presentada en la Feria del Libro Hispana de Nueva York, España y Latino America.

El Próximo 26 de octubre, intentaré hacer lo posible para asistir y poder retirar el citado premio como Finalista, al Queens Museum of Art/ Museo de Arte de Queens, Nueva York.

Nuevamente os reitero mi más sincero agradecimiento por la distinción recibida, la cual llevaré con orgullo en mi curriculum literario.

Un sentido y sincero abrazo en la distancia.

José Manuel Rodríguez Viedma.

lunes, 5 de agosto de 2013

II CICLO DE POESÍA (ÁGUILAS - MURCIA)


lunes, 24 de junio de 2013

Luna de San Juan


 
 
LUNA DE SAN JUAN
 
 
Se marcha tras la cresta de los precipicios.
Es de noche, y aún su blancura en la mirada,
desvela los nombres carentes de apellidos
como inhóspitos seres despiertos de madrugada.
 
Aún queda el fuego retorciéndose en los leños
y las brasas depositando el sueño de los justos.
Improvisados corazones que saltan en pequeños,
pálpitos de sentimientos carentes de ropa. Desnudos.
 
Tengo el beso del cerezo y la almendra en el recuerdo
y una gota de rocío enmudecida en la pupila.
Advierto el temblor, aún de tu llanto pequeño,
danzando entre la mar oscura de mis rodillas.
 
Casi he tocado con la punta de los dedos la brisa,
por un momento he bailado con la fuerza del fuego.
En un instante me ha dado la espalda la vida
y vuelto a nacer, cien veces de nuevo.
 
Será la hoguera incandescente de tu herida
o el rastro que deja, el amor en el alma. Sería eso.
No tuve dolor, ni miedo a morir en vida,
cuando de nuevo mi vida, llegó a tu beso.
 
Después, el agua tocó nuestros pies, y se fue desnuda.
Bebimos ambos ya, de la misma copa.
En el horizonte hemos advertido que fue la luna,
quien se ha llevado, nuestros nombres sobre la boca.
 
José Manuel Rodríguez Viedma

miércoles, 19 de junio de 2013

Solo a veces...


jueves, 6 de junio de 2013

Enigma

La mitad de una reflexión


 
 
LA MITAD DE UNA REFLEXIÓN
 
 
 
Todo gira a nuestro alrededor en pequeñas porciones de vida. Nos aferramos a las medidas, como si en cada una de sus proporciones simétricas, halláramos  la equivalencia perfecta en la que el error, vuelque la balanza siempre sobre el contrario, de forma, que no siempre seamos los poseedores de la mayor parte del manjar. Nosotros, los seres inteligentes, perspicaces y profundos, no en pocas ocasiones recurrimos a la mitad de nuestras acciones, casi siempre, no con valentía y sí con el temor de volver a equivocarnos. Irremediablemente, vivimos, soñamos, sentimos y amamos, con la incertidumbre capaz de hacernos sentir que todo en nuestra vida, lo hemos dejado a medias.
 

“A medias” deambulamos por nuestro camino, al cincuenta por ciento. La mitad del tiempo apreciamos el paisaje y el resto, lo pasamos atentos de llevar bien atados los cordones de nuestros zapatos. En cada milésima de segundo cae una estrella, se desprende una hoja de un árbol, una nube cambia su forma y una mirada se ha cruzado con la nuestra. Por lo contrario, en la mayor de las ocasiones, en nuestros pies, el calzado carece de cordones. Como vemos, la medida deja de ser exacta, el tiempo inoportuno y la simetría de nuestros gestos, meramente irrelevante.

Nos acostumbramos demasiado a quedarnos “a medias”. Nos miramos fijamente, vemos el destello en los ojos de quien tenemos en frente, los asimilamos, vocalizamos sus palabras en el corazón, los escuchamos atentamente y luego, dibujamos en nuestro rostro, una “media sonrisa”. Andamos de aquí para allá, sin miedo a que el tiempo se olvide de nosotros y nos estremezca con el frío enero del olvido. Alzamos murallas a nuestro alrededor, no escatimamos esfuerzos en vivir por nosotros y equivocadamente, por el resto de los demás, para al final, sin hallar el punto de encuentro entre lo efímero y lo definitivo, quedarnos casi siempre a “mitad del camino”. El tiempo es completo, pero nosotros lo dividimos a nuestro antojo. Dibujamos paréntesis invisibles que lo hacen infinitamente más pequeño y menos valeroso. Nos pasamos “media vida” quedando en “media hora” y apenas teniendo “medio minuto” para escribir a “medias tintas” en “media hoja de papel” una simple nota que diga; ¡Vuelvo pronto!

Casi siempre lanzamos al vacío nuestros zapatos con las “medias suelas gastadas”. Nos preocupamos de haber engordado “medio kilo de más” y nos empeñamos en comer “media ración” para volver a encontrar el equilibrio perfecto. Buscamos la “mitad” de un trozo de fruta, preferiblemente a “media mañana” y buscamos alargar “el medio día” con la franqueza de saber, que apenas tenemos tiempo para “comer a medias” mientras nuestras conversaciones quedan relevadas a “medias palabras” que escuchamos “medio dormidos” justo en “medio del sofá”.

Que ironía la nuestra. La plenitud, el tiempo, las medidas, las simetrías en nuestra vida. La racionalidad de nuestros gestos. La concordancia y la coherencia entre el ser y no ser. Entre la totalidad y la escasez, la sombra y el cuerpo. Vivimos con demasiadas carencias y aún pensamos que podemos comprar la “mitad de nuestro tiempo”  con la “mitad del salario” que nos proporciona nuestra “media jornada laboral”.

Vivimos con demasiadas mitades a nuestro alrededor, ¡tantas! que cuando lleguemos a ver nuestro corazón rebosante de alegría, el alma henchida de nostalgias de lo que fuimos, dejaremos el plato en nuestra mesa “medio vacío”, más que por el cuidado a engordar, por miedo, única y exclusivamente por el miedo, a pensar que por amor, seamos capaces de atragantarnos con nuestras completas virtudes.

No busques la “media naranja” o te pasarás la vida buscado la otra mitad en el interior de tu frutero. Jamás te quedes con una “verdad a medias” pues siempre hace más daño la “mitad de una mentira”. No cierres “a medias los ojos”, pues nadie será capaz de contarte el final de tus sueños. Nunca “medies” ¡entra de lleno! Abre las puertas “medio entornadas” o ciérralas a cal y canto, si el que viene tras de ti, quiere robarte algún suspiro. Salta la “mediana del tiempo” y cambia de carril con destino a ninguna parte. Nunca te dispongas a hacer nada “a media luz”,  la madrugada se come entera de un solo bocado.

Cuando llegues a la mesa, utiliza el tintero. Gasta el tiempo necesario para escribir sobre una nota, hasta ocupar sus márgenes con la mayor de las caricias que posean tus manos. ¡He vuelto!    

No tengas desconfianza ni al reloj, ni al tiempo, recuerda siempre que eres tú, quien marca las horas y da cuerda a sus manecillas. No te importe si ves la botella sobre la mesa, “medio llena” o “medio vacía” ¡nada es primordial! Lo importante es beber todo aquello que reste en su interior, ¡hasta darle fin!

Cuenta las horas, hasta la “media noche” únicamente para comerte de ella hasta la última estrella. No cierres los ojos ¡jamás! si la ves “medio desnuda”. Recuerda siempre que los seres inteligentes, perspicaces y profundos, somos los únicos capaces de poder quitarle la ropa.

La mitad, solo es la parte de un todo, y el todo, es la fracción perfecta del equilibrio de un beso, incapaz de darse a la mitad…

(Tu.)



José Manuel Rodríguez Viedma

jueves, 23 de mayo de 2013

Oculto


miércoles, 8 de mayo de 2013

"Amanecer sin madrudada"


Viedeo promocional del libro "72 horas buscando amor"



lunes, 6 de mayo de 2013

72 horas buscando amor

Del libro
"72 horas buscando amor."
 
Llueve sobre un cristal.
Hora 37
 
 
 

Como un silencio que nos encoge el alma. ¡Melancolía! Como un refugio en el que solo cogen las miradas perdidas. ¿Las miradas se pierden? ¡Por supuesto que sí! Cada vez que los ojos atacan sin piedad la diana del horizonte, pero son incapaces de ver nada, absolutamente nada. Cuando el limbo nos atrapa y nos lleva allí donde dicen que duermen los niños sin nombre. Donde los pensamientos se despiertan, mientras el cuerpo se arropa junto al tierno edredón del sueño. Sí. Las miradas se pierden y no se recuperan. Si la mirada es el espejo del alma, quizás sea el alma la que se escape y nos deje solos. Por un momento, por una eternidad. Tras de un cristal que nos protege del mundo, llueve. Tras de él, la gente sigue caminando de arriba a abajo con sus cabezas vacilantes, con gestos perfectamente acompasados entre las manos y los pies. Como péndulos. Mientras el ruido se detiene ante la frontera del vidrio y sella su pasaporte con la rúbrica del silencio.
 
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El cielo es gris y la lluvia que se desprende de su abismo, pretende caer en nuestra cara. Todo es un imposible. Ella no sabe que nos protegemos tras de la ventana. Cuando sus gotas golpean el cristal, perezosas comienzan a deslizarse abrazándose unas a otras, hasta desprenderse de nuestra vista. La mirada perdida y el limbo desierto de niños. Los niños sin nombre juegan a coro con sus pequeñas voces de la mano de la Divinidad y las miradas perdidas… las miradas perdidas se encuentran con el alma, que jamás se escapó de nuestro cuerpo inerte tras de la ventana.        
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Querido lector, quiero pensar que no solo utilizamos las ventanas para percatarnos de aquello que transcurre en el exterior. Aunque así lo fuera, a menudo también recurrimos a estas, simplemente para buscar el equilibrio de nuestra conciencia. Nos aislamos voluntariamente tras de un cristal, dejamos nuestra mente en blanco (aunque es imposible, siempre aparece un garabato) y tratamos de encontrarnos a nosotros mismos.

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Como si de una barrera se tratara, dejemos que el cristal se convierta en nuestra propia burbuja mágica que nos traslada en el tiempo. Que aquello que vemos transcurrir en el exterior, nos toque con suavidad el corazón y nos recuerde que estamos vivos, A veces y solo a veces, al ver la vida que pasa ante nosotros, tras de un inmenso escaparate, nos convierte en aquellos perfectos compradores que buscan y comparan.
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Recuerda, querido lector, la vida es una oferta que no podemos dejar escapar.
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 ¿Y el amor? ¿En que lugar lo encontramos? ¿En que extremo del cristal? Creo que el problema no es donde se encuentra el amor, sino por lo contrario, quizás seamos nosotros los que nos empeñemos en estar  casi siempre en el extremo equivocado. Busquemos el amor tras del cristal y en las veces que inesperadamente, fue capaz de acariciar nuestros rostros para beber de su sonrisa. Aquellos cristales que marcaron nuestra existencia entre la oferta y la demanda. Comprar amor no sale tan caro. A veces basta con pedirlo para tenerlo en nuestras manos, envuelto en un hermoso papel de regalo. Si querido lector, muchos son los cristales que nos arañan el alma, sin que en ellos encontremos la más mínima amenaza, el más mínimo deterioro, la más insignificante astilla. El cristal araña el alma simplemente, porque a veces lo que somos capaces de encontrar al otro lado, puede despertar de un plumazo nuestras cadencias y complejos. Quizás el amor, al ser tan grande, es imposible que lo sujete una sola percha en el infinito y nosotros tan pequeños, que ni de puntillas, somos capaces de asomarnos al ventanal traslúcido de sus ojos.
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Querido lector, ¿Alguna vez te has asomado para mirar tras del cristal de los nidos de los recién nacidos? No querido amigo/a, no hace falta que la paternidad o la maternidad aflore en tu piel, para observar, e incluso sentir, lo que acontece en el interior. El cristal nos muestra la vida recién estrenada. Aún de sus pequeños cordones umbilicales, cuelga la etiqueta de “frágil” y sus llantos agudos, espantan el vuelo invisible de la cigüeña. El amor araña el cristal de nuestras pupilas, hasta pintar un llanto nervioso que recorre nuestro cuerpo. Quizás ahí, encontremos el amor en su estado más puro. Que curiosidad, nosotros nos hallamos al otro extremo, haciendo con nuestro vaho un dibujo nebuloso que se acerca a la perfección. Sus ojos cerrados, ¡sueñan!... Pero ¿Cómo es posible? si aún no han logrado recoger de la vida ni una sola imagen, ni un solo recuerdo, ni la más mínima sensación capaz de reproducirse en sus pequeñas conciencias. Si querido lector, aún así… ¡Sueñan! Llevándose  hasta sus pequeñas bocas sus rojizas y cerradas manos, como si en ellas se encontrara aún la esencia de la divinidad más pura.
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Un cristal que nos enseña la vida recién estrenada, nosotros en el otro extremo, consumimos los minutos con gestos y abrazos inesperados. Si en el interior, el amor se desprende de la cuerda floja de un llanto, en el exterior, nosotros lo intercambiamos con una mirada, con una sonrisa, con un apretón de manos… ¿Y el amor?... El amor que no entiende de cristales, atraviesa el vidrio como lo hace la quilla de un barco que corta los océanos en dos.
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Querido lector, no todos los cristales nos muestran el amor de la manera que quisiéramos. Ni al buscarlo lo hacemos de la misma forma. Ambos sabemos que perdemos más tiempo en buscarlo, que él en encontrarnos a nosotros, y a veces, nos localiza desnudos, desarmados y hasta desorientados en este mundo que gira y gira, y en cada vuelta que da, en unas la vida se estrena a golpe de chupete y en otras la existencia, se rompe a fuerza de tanto lavar el pellejo, con el agua pura de la vejez. ¡Que verdad si así lo fuera! En otras tantas ocasiones, la vida nos suelta de la mano apenas con dos puestas de traje. Así es la vida y la muerte, tan inesperadas como el amor, que no avisa, y el desamor, que no llama.     
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Nos pasamos media vida tras de un cristal. Lo mismo  lo hacemos tras de la ventanilla de un avión, que nos asciende hasta dejarnos colgados de una nube a la grupa de la ciencia, que lo hacemos tras del cristal frontal o lateral de un coche. Desde arriba, el mundo se hace pequeño, y desde abajo, la tierra se estira para mostrarse infinita.
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Si utilizamos gafas de sol, (también es otro cristal) la expresión de nuestros ojos se reduce a la mitad y es solo la mitad del alma la que enseñamos. A veces la protección ante los rayos del sol, también nos protege de la risa y el llanto. El cristal nos agudiza la mirada y la pinta de colores hermosos, pero artificiales. Otro cristal, es el espejo del agua, cuando dibuja nuestros rostros de forma tan débil, que la punta de un solo dedo es capaz de alborotarlos hasta la locura, basta con introducirlo lentamente en su interior.
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La ventana del dormitorio, donde los sonidos duermen a fuerza de doble acristalamiento. El ventanal del salón, donde rebotan los ecos escondidos tras de la frecuencia de una radio mal apagada. El cristal de una lupa, que nos aumenta lo observado hasta hacerlo rebosar más allá de sus bordes curvos y bastos. La propia vida es como un cristal, como un inmenso escaparate, “se mira, pero no se toca” como la profundidad de un vaso, que hace aumentar nuestra visión, mientras disminuye su contenido. En cada trago, un sorbito de vida y con ella, la madurez se hace tan grande e infinita, que casi es capaz de coger en su interior la milagrosa sonrisa de un niño. El principio de una vida, observada minuciosamente, borracho de júbilo tras de un cristal. Así recuerdo aquellos nidos, donde bostezaban y lloraban aquellos niños presos del sueño de la Divinidad. Un cristal que nos separaba los pies de la gloria, para alcanzar el cielo con las manos. Rendidas cuentas, también el final de nuestros días, nos regalará el asombroso escaparate de nuestros cuerpos sin vida. Solo que en ese momento extremo, los que desgarren su llanto, se encontrarán al lado inverso del cristal.
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Media vida entre reflejos que juegan con nuestras formas físicas a su antojo, y que apenas son capaces de reflejar con exactitud nuestra apariencia. Solo formas y nada más, que se encaprichan y nos dibujan sin tapujo, con el abanico dulce que ofrece el sol, ante una fuente de colores. Reflejos que nos acarician y apenas nos tocan, porque prefieren simplemente revolotear, sobre la invisible aureola de nuestras mentes. Si querido lector, media vida tras de un cristal. Rara naturaleza la del ser humano, aquella que ingenia la manera  para estar, sin ser visto, o bien ser visto… ¡pero no estar! 
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¿Y el amor? ¿El amor? ¡Como siempre! Querido amigo/a, en cada gota capaz de arañar con su boca, el beso con el que la lluvia casi siempre, nos sorprende en la ventana…   (Aún hay tiempo. Salgamos a la calle y olvidemos los paraguas…)
 
José Manuel Rodríguez Viedma

Con otras miradas...

Con otras miradas...
La mitad del silencio

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