LA POESÍA EN LA CALLE
Y EL POETA EN EL MAR
... unos días después de que Mara
Torres, Brenda Soler y Magda Robles llevaran los cánticos sobres sus bocas…
Unas noches después de que pisaran las arenas calidas y dormidas… Un
infinito después de que sus poemas deambularan sobre las calles, y las musas del
verano se tendieran en la orilla de los sueños…
Primero llegó la luna. Redonda. Se
situó justo encima del Auditorio “Infanta
Doña Elena” con mucho disimulo, respetando a los allí presentes, sin alzar la
voz. Tan solo la luminosidad de su
esfera inmaculada, un tanto introvertida, hizo robar las miradas de los que
deambulaban de arriba abajo. Ella lo sabía desde el primer momento, y cuando
sintió las primeras voces bajo los acordes de los versos y de las olas, de
puntillas, disimuladamente, tomo asiento cerca de las estrellas para no
volverse a levantar. Abajo, las olas intentaban acercarse un poco más al mismo
auditorio. En cada segundo, primero adentrando sus dedos revoltosos entre la
cresta de sus aguas. Luego, arrastrando su sal entre la fina arena de la playa
de las Delicias, cuando alcanzó su propósito,
el agua, la arena y la sal, se ocultaron bajo el manto taciturno de la noche,
que a las diez, andaba cansada de contar sus astros una vez más, sobre la marea
desordenada del cielo.
Para entonces, Pedro Vera ya había
abierto la boca. Era la hora de los poetas. El momento en el que los versos debían
salir a la calle y encaramarse como veletas de sueños sobre las hojas de las
palmeras. La voz de Mariam despertaba a las sirenas de tal manera, que ninguno
de aquellos pescadores que lanzaban sus redes a la mar, se percataron de que
las tenían junto a ellos, con sus bocas abiertas y sus bellezas desnudas. Andrés
acariciaba la guitarra y a Mariam se le erizaba la piel con sus caricias. Ella
era parte del roble, y su pelo negro moldeado al viento, fibra de aquellas seis
cuerdas que danzaban temblorosas al tacto sencillo de sus manos.
María José Castejón Trigo, llevo
el amanecer de Zaragoza, pero aún era temprano para dibujar en la noche de Águilas
una nueva alborada. Julián Borao, deshilachó poemas tristes y la melancolía se
detuvo inerte en el verso del amor eterno entre las olas. (Todas despertaron al
eco de su voz.) Ivonne Sánchez Varea, acaricio la nueva acuarela de su libro y volvió
a dibujar un trazo infranqueable entre la voz y el agua. Todo fue mágico, lo
mismo que Granada a la que dejó disfraza entre colores disolventes. Joaquín
Piqueras dejó a Cartagena descalza en la orilla. No te vallas nunca… le dijo,
pero el tenía un nuevo verso que dejar en la playa de los sentidos. Andrés
Carrillo hizo suyas sus iras y las musas se taparon los ojos, ruborizadas. El
Cabo de Palos quedaba demasiado lejos
para pensar en su arrepentimiento inexistente. (Y enfado a Dios.) Desde Cehejin
se desplazó Asunción García. Vino ella, el poema, la guitarra y la voz. Abrió
la boca y se deshizo el verso, ella tenía el amor desbocado entre la música y
tembló en cada mirada que Andrés y Mariam se lanzaban entre las sombras y las
luces. Tomás Soler fue el Acróbata del verso profundo, corto y sosegado. Conocía
las aguas y metió los pies en sus orillas. Ató una cuerda entre dos estrellas y
deslizó su voz hasta llegar de un extremo al otro, sin más red que la del
viento. El puso el fin de las delicias. Nieves Rodríguez Artero, de Águilas,
como Tomás, jugó con las palabras y estrenó sentidos nuevos en cada pálpito. Suspiró
profundamente y detuvo el silencio con su prosa en espacios infinitos. Javier
Irigaray, desde Antas, buscó una sonrisa y la encontró debajo de las caracolas
de sus poemas. Consumió el tiempo de los versos, llenó la copa de mar y la depositó
junto a la arena de sus bolsillos. Antonia Soler desde Calasparra buscó la
perfección de sus poemas y la encontró… quizás como ella sabe, supo dejar la
mente dormida.
Fue una noche de poesía en la
Calle, y de poemas arrastrando los pies sobre la arena de la playa. Un grupo de
Poetas con algo que decir y que soltar al viento, que venía y se marchaba tan suspicaz,
que apenas daba tiempo de arremolinarnos los papeles.
Con las palabras del artífice de
todo, el poeta y amigo Pedro Vera, elocuente improvisador de versos y de
palabras, de sueños cumplidos. Con la voz y la guitarra, con las melancolías. Dejamos
desiertas las playas y sus delicias. Dejamos el blanco del Auditorio lo mismo
de inmaculado que la luna, que se marchaba a lo lejos musitado un verso de
Lorca. Allí dejamos el faro, a lo lejos, guiñándole un ojo a los pescadores
mientras las sirenas se introducían de nuevo en el agua… El que suscribe, Rodríguez
Viedma, dibujó una puerta entre abierta. (Un poema más que salió a la calle.) La
había abierto en Cádiz de par en par. Medio cerrada en Alicante y me esperaba,
con sus cerrojos de miel, bajo la sombra de un laurel en las noches de Granada.
José Manuel Rodríguez Viedma.
3 comentarios:
Gracias amigo por el detallado y delicioso paseo de letras que nos ofreces en este cántico a la poesía desnuda, en mitad de la calle, entre el rumor de las olas que no alcanzan, y en ello desesperan, a besar la fachada del Auditorio y por la enumeración de todos y cada uno de los asistentes que dieron forma a este elenco de lujo en las noches de luna serena junto a la ribera mediterránea aguileña.
Bellísimas palabras que me han traído de nuevo las deliciosas sensaciones vividas esa mágica noche ..
Gracias .. por estar ... por ser .. por compartir..
Un enorme y cálido abrazo
Sutiles palabras me hacen recordar la belleza del momento
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