domingo, 2 de octubre de 2011

Fiel reflejo



Otra vez, nosotros dos



             A dos metros de distancia. Solo a dos metros. Arrastramos nuestros pasos y ahí estamos. Otra vez, solos con nosotros mismos. La sonrisa dejándose escapar entre los rasgos que la noche ha sembrado en nuestras mejillas con el roce de la almohada. Nos miramos fijamente ante el espejo. No hay palabras. El silencio contesta a cada una de nuestras preguntas inacabadas, y antes de escuchar respuesta alguna, en nuestra mente se contestan todas y cada una de ellas. Que infinito silencio, y que hermoso a la vez.

            Medio adormecidos. Aun el reloj no hace más de diez minutos que con su estruendo ha roto la paz del sueño y sin embargo, ya nos llamaba el espejo. A gritos y a empujones, con una fuerza frenética y necesaria. Así nace el primer saludo de la mañana. A nosotros mismos, como si tras del cristal reconociéramos al mejor amigo, enjaulado en una trágica cárcel de cristal, que solo encuentra la libertad con tus pasos (cuando te marchas) y tus latidos. (Porque estamos vivos.) Sobre el espejo nace el primer gesto y la primera sonrisa. Sobre el espejo el agua y sobre el agua, navega la ultima y perfecta simetría del sueño. Clavamos las pupilas sobre nuestro fiel reflejo y jugamos a no conocernos. Ahora, como si fuéramos dos perfectos desconocidos que solo tuvieron la feliz coincidencia de levantarse a la misma hora, con la misma ropa, con la misma mirada. Predestinados a mirarnos el uno al otro, con la mirada perdida. En cada una de nuestras pupilas se reflejan por mil las mismas imágenes, y en cada uno de nuestros gestos, se adivinan otros tantos espontáneos y con igual similitud.

            Frente al espejo, ambos, medido adormecidos. Así somos. Sin miedos ni vergüenzas. Las alturas ya no nos asustan y más de cien veces hemos saltado el mismo precipicio, sin hacernos el menor de los rasguños.  Hemos amado mil veces y otras mil veces nos han amado. Hemos llorando hasta multiplicar nuestras lágrimas, y hemos dejado que estas se escapen entre nuestros dedos, como frágiles gotitas de sal, que al alma, amamantan con sus defectos y virtudes. Hemos rehecho en cada noche nuestros futuros y roto nuestros presentes. Nos hemos visto desnudos, sin que apenas nos ruboricemos el uno del otro. Hemos encontrado nuestros defectos y los hemos ocultado, mientras el tiempo, y la edad, han vuelto a dejarlos sueltos al viento de una madrugada a la que siempre ha cogido una copa de más. Frente al espejo, nos hemos sentido observados por alguien que nos pedía paso, mientras el alma, a empujones, no dejaba hueco alguno a la indecisión del nuevo día. Hemos negado con la cabeza y afirmado con el mentón o la barbilla. Nos hemos acariciado, como dos adolescentes que se besan por primera vez. Hemos perfumando nuestra piel con la manzanilla de un beso y nos hemos sentido fuertes, con la decisión del último reflejo que la luz ha dejado caer en nuestra cabeza. Nos hemos sentido solos y acompañados. Jamás hemos temido a la luna, y jamás la luna ha venido a perseguirnos hasta el interior de nuestra mágica cajita de cristal.

            Nos hemos reconocido frente al espejo y nos hemos odiado. Como dos amigos que se disputan las vanidades el uno al otro, y cambian de tercio el malestar de las palabras mal entendidas y acusadoras. El amor duele cuando salen a flote las verdades y se miente cuando se ama, ocultando con indulgencias propias nuestros acusados defectos. No podemos mentirnos sobre el espejo. ¡Nada sería lo mismo! Somos dos viejos amigos que conocen a la perfección las cicatrices que el alma, saca a flote cuando se desnuda.

            Nos vemos cara a cara y nos sonreímos. Un día más. Cuando la mañana pone en alerta cada uno de nuestros sentidos. Cuando la alondra infinita de la vida hace sonar el despertador de Morfeo y los brazos nos descuelgan de la cama, como dos tiras de sábanas más, retorcidas mitad por amor y la otra mitad de noche y soledad.  

            Nos hemos vuelto a reconocer frente al espejo, y aun nos preguntamos quien de los dos se encuentra en la otra orilla. Quien de los dos se marcha y quien de los dos se queda. Quien de los dos suspira y quien de los dos pone partida al tiempo, introduciendo nuestros pies en zapatillos de cartón. Jamás podremos saber quien de los dos se marcha, y quien de los dos se queda. Que ironía, cada vez que intento averiguarlo, me encuentro de nuevo con mi otro yo. No puedo jurar que eres tu quien me espera, pues volvemos a estar los dos, frente a frente, y entonces me pregunto, ¿Quién de los dos esperaba al otro para conocerse si es posible, aunque fuera un poquito mejor?

            Algún día me atreveré a preguntarle. Me armaré de valor. Abriré la puerta de repente a la mayor velocidad, y me plantaré delante. ¿Cuándo has llegado? Solo me asustará llegar antes y no encontrarme sobre el espejo. Reflejándome como siempre, esperando su luz y la mía. Sentiré miedo entonces si no me encuentro, pues bien habré llegado tarde a la cita conmigo mismo, o lo que es peor. Puede que no llegue nunca.

            Apaguemos la luz y sigamos durmiendo. Aun le quedan cinco  minutos más al reloj, al cristal y al tiempo… El espejo y el sueño nos enseñan siempre la misma realidad. Ambos somos los mismos al otro lado de la nada.

José Manuel Rodríguez Viedma

2 comentarios:

Yolanda Calvo Gómez dijo...

¡Qué inspirador! Me ha llegado al alma. A su vez me ha recordado otras imágenes literarias, tan diferentes, como la del retrato de Dorian Gray, y Alicia a Través del Espejo. Los espejos siempre han fascinado. ¿Será verdad que algo de nosotros se queda atrapado en ellos? ¿Será cierto que se pueden atravesar y llegar a otro mundo? ¿Podrían ser verdad los mundos que imaginamos y soñamos?

Anónimo dijo...

Así es, Yolanda. Si el espejo refleja el cuerpo, y los ojos, si acaso el alma. ¿Dónde se verán entonces, reflejados nuestros años? A propósito de lo hablado. Irradian en nosotros mismos, en nuestra forma de vida, en la manera de acabar nuestros días y de hacer inimaginables nuestras noches. Mirarse cara a cara con otro ser distinto, también es hermoso, pues si existe amistad, en ambos será fácil reconocernos a nosotros mismos. ¿Por qué no? También es otro bonito espejo y otra hermosa manera de buscar tu propio reflejo.

J. Viedma

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