viernes, 27 de enero de 2012

Poemas dormidos para almas despiertas. (Extracto.)



Serenidad

Empequeñeces en la distancia
y sin embargo siempre a las buenas,
tantas veces premiaste mi espalda
atrapado en las veredas,
de la senda hasta mi casa.

Desde tu sombra negra de escarcha,
hasta la blonda de tus caderas…
¡Tanto fruto sobre la rama!
¡Tanta savia a correr en tus venas!

Y en tu sombra de estío verde,
¡Tanto verde como quisieras!
Quise poner, mi beso en tu frente
sin apenas llegar a tus piernas.

Puse mi beso amarrado al tronco.
De aquel beso, ¡si tú supieras!
cuantas veces bebí del pozo,
desde otoño a primavera.

Para poder gozar de tu sombra.
Colgué a la rama mí beso,
le colgué la falda y la ropa,
mientras mi piel desde el suelo
mordía la raíz y el deseo,
de hacerse piña en su boca.

Que mejor caballero noble
que hasta tu boca callara.
¡Antes de gritar nuestros nombres!
preferiste la muerte temprana.

El silencio gritaba a voces
que en tu corteza de fragua,
hice tatuar nuestros nombres
con una fina guadaña.

Te hice daño en la cintura,
te hice daño al subir a la rama.
te hice daño al ocultar la luna,
y te hice daño con mi calma.

Y tú, con tus brazos torcidos
de noble madera tronchada,
quisiste hacer con los míos
una escalera de nácar.

Fuiste mi primera sombra,
fuiste mi primera casa.
Me viste quitarle la ropa.
Me viste acariciar su espalda.

Viste el beso en su boca
y viste su abrazo en mi alma.
Viste la estrella prohibida,
navegar a sus anchas.
Con las velas a la deriva,
hasta morir en su playa.

Y después de aquel amor que fue vida,
aquí me tienes de nuevo a tus plantas.
Aunque el tiempo los amores olvida,
los recuerdos perduran, ¡te llaman!

Aquí me tienes mi viejo amigo,
veterano árbol de las mañanas
que entre las dehesas de trigo,
sacas a volar tus cien ramas.

He vuelto para posar en tu tronco,
todos los huesos de mi espalda
y a beber del agua del pozo,
que nunca quise dejar en calma.

Déjame soñar, de nuevo a tu sombra.
Mientras espero al amor, si me llama.
Para cobrarse los besos, ¡por dos!
que solo a los ojos de Dios,
nos dimos bajo tus ramas…


José Manuel Rodríguez Viedma

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