TIEMPO MUERTO
Me siento en la silla y espero. Cierro
los ojos, me hago el dormido y vuelvo a mirar el reloj. Solo treinta segundos
desde la última vez que lo observo. Está quieto, juega conmigo, se divierte pensando quién es más
rápido a la hora de mordisquearse los nudillos. Mis propios pensamientos me acechan
con sigilo, no es tarde y sin embargo, la desesperación me eriza la piel de la
espalda y me acaricia una vez más, con el tierno beso del escalofrío. Continúan
siendo las diez y veinte, ¡no! y veintiuno… Esta vez le he ganado la partida al
reloj. He girado la mirada hacia la pantalla luminiscente del digitalizador,
justo en el mismo instante que el cero se desvanecía y aparecía el uno. Como si
se hubiese asustado, se ha dado de bruces contra la nada del tiempo. Lo he
comparado con el reloj de mi muñeca, y he advertido que ambos se han puesto de
acuerdo en marcar la misma hora, y no cejados en el empeño de parar el tiempo
al unísono. Los dos marcan lo mismo, uno de ellos quizás a decidido poner alas
de fuego a su minutero, y parece haberse comido de un bocado algunos segundos
respecto al otro, pero no es suficiente. El tiempo transcurre igual de lento,
lo mismo de sigiloso que el lobo cuando se acerca a su presa para devorarla sin
piedad.



Según mis cuentas ya han pasado
tres minutos. Algunos relámpagos me incitan a abrir los ojos. Tenerlos cerrados
y no dormir, es extraño, pero aún más excepcional me parece tenerlos cerrados y
no soñar aprovechando la fastuosa oscuridad que encierran mis párpados. ¡No me
detendrá nada! Se que tu continuas ahí fuera, contando con mayor eficacia que
yo, cada segundo. - Juegas con ventaja, pequeño insolente. - Me repito una y
mil veces. Eres incapaz de contar y pensar a la misma vez, como yo lo hago.
Solo eres capaz de marcar el tiempo, para los demás. Nadie te espera. Eres la rúbrica
de la cita, el pacto sellado, el título y la promesa del mañana. Las
aspiraciones del que espera un nuevo día. La receta y la pastilla, la campana,
el sonido… pero no la melancolía. Eres la herramienta perfecta para el que
espera, y el tropiezo del que llega tarde. La meticulosidad del tiempo para el que
ha de pagar y la insolencia del que hace esperar a quién espera. Tienes la
potestad de multiplicarte por mil, de hacer caminar a todo el mundo, mientras
tú, permaneces sentado en tu caja de luz, riéndote a carcajadas observándonos a
todos correr. Eres incapaz de contar y sentir, como lo hago yo, aun a riesgo de
saltarme un segundo en mi memoria, incapaz de morder, incapaz de amar, incapaz…
simplemente incapaz.

Si. Soy yo.
¿A la misma hora? ¡Por supuesto que si!
¡Allí estaré!
… Vayámonos mi viejo amigo. Otra
vez nos toca jugar. ¿Vuelves a sonreír? Recuerda siempre, que a pesar de tu
exactitud, soy yo quien marco mi hora y mi tiempo, y tú, mi viejo reloj, solo
el instrumento que muestra la hora irreal de los cuentos. ¿Te lo demuestro? Solo
me basta girar atrás las minúsculas manecillas que posees bajo la esfera. Ahora
marchémonos, ni en tu cuenta ni en la mía, existe motivo alguno para dejar
esperar a los sueños. Cuando se hace esperar al amor, matamos el tiempo, y no
hay reloj capaz de justificar, los besos que se pudieron dar, en siete segundos
de más, ni en cinco minutos de menos…
José Manuel Rodríguez Viedma.
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