MIRADAS AMARGAS
Te dije... ¡No vuelvas...! y sentí el frío acariciando
mi espalda con su enorme beso desnudo y su garganta de acero. Sentí caer la
noche a mis pies, como una torpe luciérnaga apagada buscando el resplandor de
tus ojos. Estaban las puertas cerradas, y una ventana entre abierta por la que
entraba la aurora junto a un soplo de aire abrazado a la semicorchea de un
grillo.
Te
dije... ¡No Vuelvas...! y la blonda de una sonrisa negra se deshizo en seda
sobre mi cama... La sombra de mis ojos temblaron sobre los espejos, y el fondo
de mi armario lloró la ausencia de tu aroma.
Cuando cerré los ojos, aún estabas inmóvil frente a mi cara. ¡Te
amaba tanto! Que agradecí mil veces a Dios que aún no te hubieses ido. Cerré mi
boca a tu beso. Até mi brazo al pozo de tu cintura. Bebí mi lágrima hasta
emborracharme y mordí el estío de tu cuello. Nos miramos de nuevo cuando se
acabó el beso, y dejamos cerradas nuestras bocas hasta que el suspiro rasgó la
inconciencia del alma. Había pasado la tormenta. En la calle, solo quedaba el
agua apaciguada en la comisura de un charco, y sobre la ventana, una niebla de
sal ocultaba los mofletes de la luna... Sonó la sinfonía del alba. La rama
tembló la partida de la paloma. La estrella brilló por última vez aquella
noche...
Te dije... ¡Quédate siempre! Antes de volver a poner un nuevo beso junto a tu beso... y otra lágrima furtiva junto a tu boca. (Y se calló el aire...)
Amar
duele hasta la desesperación, pero no hay dolor
más tolerable en este mundo de injustos, que el placer doliente del
propio amor.
José Manuel Rodríguez Viedma
0 comentarios:
Publicar un comentario