lunes, 1 de abril de 2013

Miradas amargas


 
MIRADAS AMARGAS



Te dije...  ¡No vuelvas...! y sentí el frío acariciando mi espalda con su enorme beso desnudo y su garganta de acero. Sentí caer la noche a mis pies, como una torpe luciérnaga apagada buscando el resplandor de tus ojos. Estaban las puertas cerradas, y una ventana entre abierta por la que entraba la aurora junto a un soplo de aire abrazado a la semicorchea de un grillo.

Te dije... ¡No Vuelvas...! y la blonda de una sonrisa negra se deshizo en seda sobre mi cama... La sombra de mis ojos temblaron sobre los espejos, y el fondo de mi armario lloró la ausencia de tu aroma.

Cuando cerré los ojos,  aún estabas inmóvil frente a mi cara. ¡Te amaba tanto! Que agradecí mil veces a Dios que aún no te hubieses ido. Cerré mi boca a tu beso. Até mi brazo al pozo de tu cintura. Bebí mi lágrima hasta emborracharme y mordí el estío de tu cuello. Nos miramos de nuevo cuando se acabó el beso, y dejamos cerradas nuestras bocas hasta que el suspiro rasgó la inconciencia del alma. Había pasado la tormenta. En la calle, solo quedaba el agua apaciguada en la comisura de un charco, y sobre la ventana, una niebla de sal ocultaba los mofletes de la luna... Sonó la sinfonía del alba. La rama tembló la partida de la paloma. La estrella brilló por última vez aquella noche...


Te dije... ¡Quédate siempre!  Antes de volver a poner un nuevo beso junto a tu beso... y otra lágrima furtiva junto a tu boca. (Y se calló el aire...)

Amar duele hasta la desesperación, pero no hay dolor  más tolerable en este mundo de injustos, que el placer doliente del propio amor.

José Manuel Rodríguez Viedma

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