jueves, 8 de enero de 2009

Una visita inesperada.


Una visita inesperada
Enero de 2.009









Inesperado, como el último soplo de brisa que hace desprenderse la hoja de la rama hasta hacerla danzar entre la nada y el suelo. Inesperado, como la fragancia que llega y se marcha sin hacer sonar con sus nudillos los cuarterones del alma. Inesperada, así fue. ¡Inesperada! Lo mismo que el destello que emiten las pupilas cuando se acristalan en su interior, formando una cuna de lágrimas… Así fue. Tan inesperado como el recuerdo e improvisado como el otoño cuando acaricia la piel con sus dedos invisibles.

Aquella noche la Alhambra volvía a estar ahí, lo mismo que siempre. En cada una de sus torres podía apreciarse con sigilo, como se difuminaban los sueños del pasado entre almenas perezosas que se afanaban en resplandecer jóvenes y bellas, como princesas en cautiverio. Mientras en sus fachadas el recuerdo apresaba la nostalgia de otros tiempos, en mi cuerpo, los aromas de arrayanes y las melodías del agua, arrancaban de mí el mejor de los versos hasta quedar más allá del olvido. (Siempre he pensado que los recuerdos, permanecerían para siempre vivos o que morirían tragados por algún surtidor, para saciar la sed de los rosados labios de alguna princesa.)

Otra vez estaba allí. La noche anterior apenas había tenido lugar para preguntarle su nombre. Reconozco que su silencio llegó a ser eterno y mis palabras, la repetición de una frase que no encontraba el camino a sus respuestas. Sentía su respiración a cada momento, y como sus pulmones besaban el aire de la madrugada hasta dejarlo sin aliento. Su silueta tras del sauce mostraba su rostro, aunque la oscuridad se empeñaba injustamente en ocultarme el color de sus ojos. (Yo los pinte negros, como el camino del pozo que me lleva a los aljibes.) Su fragancia desaparecía apenas en un instante y solo mi inhalación era capaz de advertirnos que ambos estábamos allí, a pesar de que mis sueños, otros sueños de amor, me esperaban bajo las sábanas de mi cama. Ella era real, tanto como la luna que nos observaba con sus ojos cerrados. Tan inalcanzables ambas, que ni siquiera el susurro de mi voz, sería capaz de enredárseles en sus oídos. (La luna también escucha.) La noche anterior me confesé ante aquella silueta, lo mismo que un niño ante los brazos de su madre. No se por qué lo hice. Quizás porque con su silencio asintió que mi palabra llegara hasta ella disfrazada de acordes inverosímiles o simplemente, porque mi cobardía dibujó a un ser valiente que disimuló su alma ante una ilusión que iba y venía lo mismo que una leyenda. En sus silencios descifré las sonrisas que jamás encontraría en la comisura de sus labios y en su oscuridad, hice que resplandeciera su rostro sin miedo a equivocarme. Allí estábamos los dos, como dos seres que juegan con sus conciencias para pasar inadvertidos entre la nada. Jamás los silencios habían sido tan ruidosos y me habían confesado tanto.

Las luces han vuelto a marcharse. Otra vez la claridad asomada a la ventana, como quien enciende una vela en el interior de un botijo. La Alhambra se alza ante mi vista y apenas puedo mantenerla de una pieza en mi pensamiento. Otra vez el sonido del agua acompaña el de mis pasos sin pisarla. (Solo los sueños se pisan cuando vamos descalzos.) Las esencias se escapan entre mis manos antes de poder llevarlas hasta mi boca, mientras la brisa pone a su antojo la forma evidente de mis cabellos. ¡Que ironía al verte de nuevo! Otra vez inesperadamente, tras del sauce y la luna. Escuchando en silencio mi palabra. Como un amante que deshoja el tiempo en otros besos y otras sábanas. ¡Que locura la nuestra! (La mía) ¡Que extraña metamorfosis ante la Alhambra! Una vez más, yo…Y ensimismado, el cuerpo que respira y habla. Otra vez tú… Bendita confesión cuando estoy solo, para ser la mayor expresión del cuerpo cuando se eleva.
Inesperada visita la tuya, siempre amarrada a mis tobillos, (¿Te sueltas?) confidente de presentes y futuros, que ofreciste el tesoro de tu silencio y entre claros surtidores de cristal. Te encendiste como la hiedra, (era de noche) para ser figura derrotada ante mis pies. Dócil silueta que recitas lo que es piel y haces de tu mundo, ¡hermoso mundo!…Divina oscuridad de fantasía... ¡Ya te conozco! (Eras mi sombra).




José Manuel Rodríguez Viedma

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