25 de Noviembre de 1.999
Aquella mañana, el agua se deslizaba del cielo, lo mismo que lo hace el rocío de la mañana sobre la hoja, hasta caer de la hoja a la rama. Aquella mañana llovía, pero lo hacia tímida, como una mocita que se esconde tras de la ventana del primer beso, atrapada en los cerrojos del abrazo espontáneo y torero que se da por primera vez. Un agua triste y mansa, como los ojos de quien no mira y aleja las pupilas al infinito de los sueños inventados a cada vuelta de sábana. Aquella mañana, la Alhambra se asomaba al cielo sin apenas tocar el abismo con sus nudillos desnudos. Estaba mojada por la lágrima y el suspiro, que bajaba desde el Paseo de los Tristes a Plaza Nueva. La Torre de la Vela, deshojaba silencios a cada golpe de campana, y agachaba la cabeza como nunca, escondiendo una vez más su timidez como siempre. Aquella mañana, se escuchaban versos en la Plaza del Salvador, mientras el agua resbalaba por la Calle del agua para dar entonación al mejor poema jamás recitado y nunca escrito. Las acacias se tornaban de norte a sur, como quien busca la razón a los suspiros descritos entre virutas de carpintero. Se escuchaban los cánticos desde el Ave María, y los saltos de los niños que chillaban con sus gargantas feroces e impacientes por crecer y llegar al árbol de los mayores. ¡Llovía!... Llovía por la cuesta del Chapiz, callecita abajo y callecita arriba hasta los Mártires. Llovía en los ojos de las mujeres, buscando el piropo del poeta enardecer entre páginas blancas de papel inmaculado. Llovía sobre los ojos de los hombres, que anduvieron sobre las sendas de otras lluvias y otros tiempos. Llovía en las copas de los cipreses de San José, espigados verdes y firmes como los civiles de Lorca, y llovía sobre los mármoles fríos y florecidos de los muertos de siempre y siempre sobre los muertos.
Aun recuerdo como llovía… Mansamente. ¡Tanto! como para empapar el pañuelo de los que allí estaban, y tan mansamente para los que no fueron.
Que hermosura el tiempo y la vida,
que da y quita, lo mismo al que tiene,
que al que da, pero no fía.
Pues así siempre entretiene
pensar que el que más tiene,
ya no es el que más tenia.
De igual forma al recordarte hoy
poeta grande que te morías,
veo tanto verso en otras bocas
que tal vez ya, ni reconozcas,
a tanta gente que te leía.
Entre tanto un perro cojo
¡Quien sabe a donde iría!
dibuja estrellas de plata,
en los cielos de Granada
esperando que llegue el día.
Un homenaje mañana.
¡Se ha muerto! ¿Quién lo diría?
Noviembre se hizo de escarcha,
no había gentío en la plaza,
¿Sería Señor... porque llovía?
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