viernes, 8 de abril de 2011

Anhelada, inquieta, sublime...


Granada..., ya es la hora.



Anhelada, inquieta, sublime… La Semana de los sentidos, la de las plegarias, la de los suspiros golpeando las puertas de la Andalucía de Machado. La Semana de los aromas colgando de la mano de las ramas de los naranjos. He aquí… abierta de par en par y presta a hacerse escuchar, sin abrir la boca. La Semana Santa, la única, la capaz, la de siempre… Ya es la hora. Mientras en Ganivet se amontonan las sillas, en el antiguo convento del Carmen, a caballo un jinete a cubierto sus ojos con el trozo de una noche negra de primavera. Cuado ha sentido los primeros acordes de un tambor en la distancia, ha parado el reloj, se ha hecho de bronce y dejado que el último galope de su caballo, ponga cresta a la negación de su palabra… ¿vives o sueñas? ¡Guardo silencio! Desde aquí todo se ve más claro. Las campanas de las Iglesias han callado sus bocas como siempre, y sus puertas se han abierto para bostezar cirios y luminarias. La Semana Santa, ha llegado.

¡Ya es la hora! calle abajo corren los “sacapasos”, ante la mirada incrédula de los costaleros abrazados a la parihuela de siempre. ¡no se puede querer tanto y tan de repente! Por las cuestas arriba, los niños se arremolinan con sus capirotes bajo los sobacos y el pelo revuelto de la primera bulla. Los “zapaticos” nuevos se esconden en el armario esperando que del Domingo de Ramos no quede más que el reflejo en las pupilas del que es un niño. (Y solo se es una vez.) Y en las plazoletas más añejas de Granada, las mujeres más garbosas (todas) andan pisando piropos con sus escotes de primavera.

Todo preparado. Los soñadores ya dejan descansar los codos sobre la forja de los balcones. Los saeteros afinan el compás de sus gargantas ¡jamás el llanto pudo tener mejor son, ni la muerte tan tenaz sintonía! Los penitentes prestos a cubrir sus rostros, buscan el silencio oscuro de los portales. Los pregoneros buscan las palabras soltadas a los cuatro vientos por las calles y las plazas para volverlas a escribir sobre las páginas del verso y de la prosa. En vano se ha de buscar lo perdido, y las palabras se fueron para no volver. Los costaleros guardan en su cerviz el magisterio del penúltimo ensayo y lo ponen al servicio de sus pies. El músico hace que las notas emerjan entre sones improvisados hasta quedase dormidos de repente y la mujer, hermosa como nunca entre encajes de azabache, lloran su pena negra entre estrellas y alelíes.




Emerjan pues de los cielos de Granada, inciensos celestiales entre los dos ríos que atraviesan esta tierra. Pues no es otro que Cristo, quien en sus brazos, torres y aljibes, impregna con su muerte la pasión, la cruz y la espina. ¡Divídanse todas y cada una de las columnas de Carlos V! pues su Madre Santísima, por ley, ha de estrenar un Palio cada noche y cada día.

Anhelada, inquieta, sublime… La Semana de los sentidos, la de las plegarias, la de los suspiros, ha llegado a golpear con fuerza las puertas del alma. La de Federico García Lorca donde “El melancólico y el contemplativo, a Granada, a de estar solo en el aire de albahaca, musgo en sombra y trino de ruiseñor que manan las viejas colinas junto a la hoguera de azafranes, grises profundos y rosa de papel secante que son los muros de la Alhambra.”

Pasados los ocho días, Resucitado el Cristo andaluz en cuerpo y en alma. El cofrade, el hombre, el soñador, el ingenuo… Ya con la cara al descubierto, cierre pues la puerta de su casa. Un año más… Aquí mi lugar y mi gesto. La Pasión entendida. En los míos he vuelvo a sentir su mirada…. Solo así habrá merecido la pena y ser cofrade una vez más, habrá sido vivir en el cielo...

(Y volveran a florecer los naranjos.)


José Manuel Rodríguez Viedma

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