Alumbró otra vez. Como siempre, como nunca…
La octava edición de Poesía en el Laurel en los Jardines de San Luis del Real, fue verdaderamente asombrosa. No por el encanto que estos ofrecen a quien toma asiento entre las pobladas arboledas centrales, mientras la brisa de una noche recién estrenada, toca con sigilo el cuerpo y el alma. (Más el alma, si al caso viene.)
Anoche fue algo especial, digno de recordar y agradecer. (Es lícito.) El homenaje merecido a Enrique Morente, bajo el título “Donde Tú alumbras.” Alcanzó todas las expectativas imaginadas, al menos de este que transcribe hoy. Apenas pasadas unas horas, de que el sentimiento, la grandeza y el arte, fueran de nuevo colgados del rabo de la estrella, que aun palpita en nuestro universo. Con el corazón desenfadado y la garganta presta a entonar un nuevo eco, allá donde pueda y deba ser escuchado, con la fragua de la luna y el abanico del silencio.
Todo era imaginado y contemplado desde el preludio de las primeras palabras del Poeta y Director del acto Pedro Enríquez. (Mi enhorabuena.) El primer silencio se hizo con el tono de su voz, y para entonces solo el alma y el corazón, quedaron inmersos en el sonido sublime de la vida. (Así lo hacen los poetas.) Lagartija Nick aporreó con toda la rabia el cielo de la Zubia, buscó entre los laureles los acordes de “Ciudad sin sueño” y “Vuelta de paseo,” con ello se hizo posible de nuevo aquel “Omega,” al que faltó la voz de Enrique, que no el alma.
El actor Juan Diego, destiló la esencia del amigo y saboreó los versos del poeta Miguel Hernández. Con el poema “Elegía a Ramón Sijé” estremeciendo a las más de 700 personas que abarrotaban los jardines, bajo la cristalizada mirada de Soleá Morente, la hija del cantaor, que ya momentos antes nos había regalado una tenue sonrisa, mientras musitaba entre requiebros, -Lo más bonito en mi vida, fue conocer a mi padre-.
La periodista Primi Sanz ya lo auguraba. Bajo su batuta grandes amigos de Enrique, desfilaron uno a uno por el escenario, en el que no en pocas ocasiones, dejó de serlo para ser un monólogo entre ellos y el propio homenajeado. El que sin duda, estaba en ocasiones (como en la calle Santiago,) subido en algún balcón de las mercedarias. Y así lo hablaron el Director José Sánchez Montes y Tato Rébora, los cuales mostraron los sueños del pasado con la palabra, y el suspiro imperecedero con los sentidos. Los versos del Poeta Luis García Montero, frescos y recién estrenados, se balanceaban en la garganta, donde se sostienen las emociones. El poeta paró el reloj del tiempo y la muerte, y quiso crear el sueño de una nueva cita. La melodiosa voz de Enrique Moratalla, lanzada a merced de la brisa, sostenida en las cuerdas del violín de José Vélez y la guitarra de Vicente Coves. La radiante expresión de Raúl Alcover, y su dedicatoria al cielo, cada vez que acallaba su voz, su armónica y su guitarra. Los versos del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías,” sentaron en primera fila a Federico García Lorca.
Pero nada era bastante, hasta que no saltaron al ruedo los cantaores y guitarristas. Entonces desde la Zubia, el Sacromonte pareció recostarse por un instante sobre la vega y las cuevas abrieron sus bocas, hasta gemir el aliento de cada uno de los rincones de la Granada de Morente.
Jaime Heredia el Parrón, tocó las astas de una luna, y puso por montera el cielo de una noche abierta a los sueños sin cerrar los ojos. Juan Pinilla, jugaba con las melodías de mano a mano, para dejarlas danzar al viento de nuevos mundos. Antonio Campos dejó crecer el duende entre suspiros inalcanzables. Cuando la media noche pretendía tocar la campana, Marina Heredia tomó el timón y sobre su barca nos llevó por tangos a cruzar siempre de su mano, las orillas del pensamiento. Carmen Linares hoy, ayer y siempre, abandonó mudos los murmullos del agua, y las guitarras de Miguel Ángel Cortés, Paco Cortés y Pepe Montoyita inventaron escalas, sonetos, trémolos, falsetas y acordes, hasta enseñar a los asistentes, que los ángeles existen. Aunque son invisibles, saben descolgarse en silencio por cada una de las seis cuerdas que peinaban sus dedos. (Nunca se hizo la noche.)
Estuvieron todos los que fueron, y los que no lo hicieron, allí estaban. Siempre fueron recordados. Como la propia Aurora Carbonell, viuda de Enrique, quien dejaba su presencia plasmada en los dibujos del programa de mano, y a los que viendo de cerca (y no tanto) permítanme la osadía, pueden sentirse, olerse y palparse, entre colores furtivos la fuerza radiante de sus besos.
Con el sonido final de la “Estrella,” Enrique Morente dio punto y seguido a una nueva noche magistral, donde el presente pudo más que el recuerdo y eso solo ocurre, cuando hay personas como Tú, Enrique, incapaces de morirse nunca…
Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a Antonio Iglesias Montes, Alcalde de la Zubia y a Ana Sáenz Soubrier, Concejala de Cultura y sobre todo a Manuel Sánchez Salmerón. (Nos debemos un encuentro.)
José Manuel Rodríguez Viedma.
Para entonces se encontrarán acalladas todas las voces,
y a la madrugada le habrán pintado los ojos de besos.
No existe mayor tesoro en los brazos de los hombres,
que el que habita en la mente, y en el alma con los versos.
XXXXXXX
XXXXXXX
Para entonces Enrique nos tendrá inventados nuevos sones,
y solo serán estremecidos entre las ramas de los cerezos.
No habrá más nada que buscar en Granada y sus rincones,
ya todo serán alondras calladas, al paso triste de mis huesos.
XXXXX
XXXXX
Solo con el tiempo quedarán tan aclamadas proposiciones,
pero solo será a cambio y sin otro motivo si nos vemos.
Que yo desterrando del alma si son posibles otras razones,
por tales mundos perdidos, de tan perdidos, nos encontremos.
José Manuel Rodríguez Viedma