RECITAL DE POESÍA
ACENTOS "GRANAINOS" DE IDA Y VUELTA
Pasaban algo más de las ocho y
media de la noche y aún así, la gente intentaba hacerse un hueco con sus sillas
para ocupar un sitio en el centro Cultural, habilitado para la ocasión por el
Ayuntamiento de Monachil. Poco hubo que esperar más para que su Alcalde, como
perfecto anfitrión, se amarrara al micrófono y soltara a viva voz, casi de forma improvisada los preámbulos y
gracias que la ocasión se merece.
Presentó a cada uno de los poetas de forma
escueta, casi sin entrar en detalles, no había tiempo para ordenar de forma
alguna los extensos curriculum artísticos de cada uno de los invitados e
invitadas. Lo hizo de forma campechana, no había el porqué, adornar con
guirnaldas y protocolos lo que desde primera hora prometía ser una velada entre
amigos, aunque faltara el café, a pesar de las horas que arañaban la tarde hasta
dejarla despoblada de luz.
Llego la noche, si es que no
estaba allí desde un principio. Con una seda puesta en el capazo de su cielo
blanquecino y unas gotas semidulces que apenas arañaban las cristaleras. A poco
se hizo el silencio y dieron comienzo los tímidos aplausos. La melodiosa voz de
Ana Mercedes Vivas Vieira entonó sus primeros versos. La luz quedó a media asta
y su dulzura Colombiana, alumbró lo indecible verso a verso y palabra a palabra.
Quince minutos medidos, quizás algunos más y un silencio retozado en la mente.
Hermosos paréntesis de frío y de dolor entre las dos Granadas. Una similitud
entre el otoño y la primavera. Quizás un aliento desprovisto de luna. Ana
Mercedes habló y se dibujaron jazmines en los ojos de los presentes. Todo lo
contrario a Noemí, que despertó con su flamenco a los querubines y a los
duendes de Lorca, de Falla o de Benítez Carrasco. Fue una furia de miradas
atravesadas en el entreabierto de sus pestañas. Apoteósica su entrada y el
lamento de su voz. Así lo hizo en cada intervención, y así dejo al auditorio,
con la sangre temblando como lo hace el albero cuando pasan las astas de un
toro bravo.
Luego le tocó el turno a un
servidor. Y se hizo lo que se pudo. Coger los trastes y brindar los versos a
quien me quiere y a quien me odia. Dos poemas dejé caer bajo mi montera, “Si te
llaman” y “Me lo llevaré todo”. Quizás fue el preludio de lo que a mis formas
respondían en aquella actuación inmortal ya en mi memoria. …por que me llamaron, allí estuve, y me lo llevé todo, como solo puede
llevarse el cariño. A manos llenas.
Mas tarde llegaría Ivonne Sánchez
Barea. Con ella y el compás de su melodiosa voz nos dibujó un nuevo retrato,
como esos que ella pinta y con los que ilumina más tarde las oscuridades y los
silencios de los mortales. Recitó como un Ángel apunto de anunciar otra nueva
lluvia de pétalos morados. Con suavidad, con nostalgia. Abrió las puertas de par en par de su Granada
y por ellas nos adentramos con los pies de puntillas y el alma en un vilo. Hablaba
Colombia ¿o era Granada?
Y por último, Juan Martín
Melgarejo. Su gracejo arrancó sonrisas de los presentes. Frescas como el agua
del Avellano. Desgranó los versos de uno en uno, como quien encorsetea la cuesta del Chapíz de arriba abajo. Dejó
patente al Albayzin en cada empujón con el que ponía en marcha su corazón y sus
nervios y casi palpamos el blanco de sus fachadas sin usar las manos. Lo hizo
sin esperar nada de nadie y entregando a la vez todo lo suyo sin reparo. Tuvo
palabras hermosas para Noemí y le regaló una trova. Todo fue un punto y seguido…
como lo es él, cuando lo da todo.
Así llegamos al final de una
velada que comenzaba a comerse poco a poco las diez de una noche medio
entornada y boquiabierta. Se agradecieron los trabajos de los poetas, con
presentes y futuros, mientras Félix, el anfitrión y Alcalde, invitaba a poner
el punto y final, de forma inesperada a cada uno de los poetas con otro verso. Y
así se hizo.
Fueron unos momentos agradables.
Siempre lo son. El ambiente exquisito, la compañía perfecta y los aplausos
medidos. Granada había sido cantada otra vez, en voz alta y en el lugar más
alto. Monachil se había tendido como una bufanda negra sobre la vega, y la Alhambra,
a lo lejos, buscó la garganta de piedra en el fondo de un pozo. Quizás alguien,
(alguna luna tal vez), había dejado caer sobre el agua el más bello de los
poemas.
O tal vez un acento. De ida y vuelta.
José Manuel Rodríguez Viedma
Fotgrafías; Página de Facebook Ayuntamiento de Monachil