Se detienen las sombras.
Quieto el viento y naufragada
la vela ante el destierro.
Ya solo quedan los suspiros.
Se detiene la mezcolanza
de una sonrisa, y un llanto,
bajo la rama verde de un laurel
se arrastra bajo las sillas.
Solo hay un poeta dormido
en el balcón entreabierto,
y una estrella desorientada
en la forja de una baranda.
¡Vuelve! que yo te espero.
En mi piel solo el viento y tú,
sois el el dueño de mi albero
y mi manzana.
J. Viedma