XXI VELADA POÉTICO MUSICAL DE OTOÑO 2.015

¿Acaso no ves la hoja
caer del árbol en su destierro?
Es el amor que por amor implora
¡Ámame amor...! Hasta el invierno.
José Manuel Rodríguez Viedma
Los versos chicos del agua

Q
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Quizás esperar como dice el
verso sea un arte. El pintor, suavemente, coloca el lienzo inmaculado sobre el
caballete de madera y hasta entonces solo habita en su pensamiento “la
intención.” Más tarde, una paleta
comienza a llenarse de colores y el pincel casi al azar, besa uno de ellos para
romper la virginidad del lienzo. Hasta entonces solo habita en su pensamiento “la
imaginación.” Los colores se abrazan, se multiplican y nacen nuevos colores con
los que da forma al tronco. Otros verdosos despuntan lo que parecían ser ramas
hasta que nace de la nada y del pincel, la magia de una hoja, de otra… ¡de
docenas de ellas! que se descuelgan del árbol para ser acacias sobre el lienzo.
El paño, la sábana, la tela, ha comenzado a perder su blancura. Hasta entonces
solo habita en el pintor “el pensamiento y la inspiración.” La espera jamás llegó
a vestirse de infinito, cuando el artista llenó con el disolvente, el cabello
del pincel, pudo darse cuenta de que la magia de la espera, había convertido su
lienzo inacabado en una “intención” provocada. La desnudez de su sábana, en una
“imaginación” que latía, y que en ella rebosaba de hermosura, la belleza y el
paisaje de un cuadro. Cuando el pintor cerró el caballete y enjuagó sus manos
manchadas de colores confusos, ante él, encontró que la perspectiva se había
convertido en “inspiración,” que la “inspiración” había sido un sorbo de amor
que le emborrachó el alma, y que la espera lo había convertido en un ser creado
para ser creador a la vez. “La espera es un arte, la inspiración su cómplice
y el amor un bote de pintura…”
Dos y dos en la misma antesala de
las incongruencias. Las similitudes entre los besos abriendo las bocas de pez
en otras aguas dulces y frías. El oxígeno examinando la piel con pequeños
aguijonazos de ternura y en cada punto indivisible de paz, todo un universo de
dolor cuando se ama. Dos y dos estatuas semiinconscientes, blancas, inmaculadas
y desvanecidas, por las que la sangre transita buscando la luz para gritar que
están vivas y, en medio de sus universos pétreos, los ojos. Las pupilas tiernas
y el destierro de los olvidados sin nombre. Los párpados entornados, casi
dormidos, sueñan sobre otra cuna mecidos por el mar de una lágrima sin sal.