CRÓNICA DE UNA PRESENTACIÓN
Presentación Oficial del libro
"VERSO" La sonrisa de los girasoles
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Portada del libro "VERSO" La sonrisa de los girasoles |
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Group in Movement |
Las ocho y diez de la tarde, se
abre el telón y se anuncia... “VERSO” La sonrisa de los girasoles. Ya está en
la calle. Ya no hay secretos en sus inmaculadas hojas que huelen a nuevo. Todo
comienza con el baile del Group in Movement, tres chicas que ejercen con sus
cuerpos rubricas inesperadas en cada giro de sus milimétricas formas de sentir
la vida mediante la expresión contemporánea del baile. En el patio de butacas
del Auditorio Príncipe Felipe de Monachil, se escuchan los primeros susurros.
La música ejerce una tenaz improvisación con las luces y los versos, los
movimientos se acentúan, los cuerpos garabatean en el entarimado el grito sordo
que proviene de las quemaduras en los pies y del alma. El aplauso rompe el
silencio y abandonan la oscuridad para que sus rostros inunden la primera
sonrisa de los girasoles. La llevan puesta en sus caras. Son los primeros cuellos
girados a la alborada. En sus ojos el nervio y la cicatriz de lo cumplido cum
laudem. Saben que volverán, lo dicen sus bocas y lo callan sus brazos. La batería
de micrófonos se enciende y recibe el aliento caluroso de la Concejala de
Cultura que saluda y da el primer tirón oficial a la presentación de la nueva
Obra. Tras de ella el anticipo del verso revolotea en las butacas sin detenerse
en ninguna y en todas en difundida apariencia de musa desnuda e invisible. Abajo
están todos los que quisieron y justifican su ausencia, los que viven en
azoteas celestiales de otros mundos.
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Cuadro Flamenco Zambra y Compás |
Todo a dado comienzo en
inesperada fortuna de taconeos y redobles. El cuadro Flamenco Zambra y Compás,
hace enmudecer las estrofas del poeta. La Farruca de María Naranjo entrega las
sillas a las ocho chicas y al barón hasta justificarse en el centro de Birramblas
gitanas y moras. Las palmas se sostienen entre bambalinas todo es compás y
taconeo. Nebulosa de manos tronchadas que ejercen de cisnes hasta los codos y
de flamencos y garzas sostenidas en la cuerda floja del equilibro más inverosímil.
Los pechos se hinchan exhaustos de suspiros mientras al poema le tiemblan las
silabas en cada punto y en cada coma. Nueve girasoles a los que un mantón
improvisaba el cielo de las nueve de la noche. Girasoles de lunares, de viento hondo
y de pesar. Llegó la hora de los poetas y la aventura de Juan Martín y la suave
brisa colombiana de Flavia y la ternura cósmica de Ivonne.
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Comparsa de Granada La Bohéme
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Antes de que las
olas llegaran a puerto quince voces gritan y aclaman otra forma literaria de
cambiar el mundo con las plumas rojas de sus sombreros. La comparsa de Granada la
Bohéme deja al desnudo el corazón escondido hasta entonces en sus chaquetillas
azules y lo posa en el cuello delicado de la botella amarga de la revolución más
despiadada. Solo las verdades duelen más que los engaños, solo las verdades se
cantan para que las recite un poeta a punto de clavarse el alfiler de la locura
en el pecho. Cantó la Bohéme y se deshizo la mar salada en el teatro sin mar. Cantaron
sus voces y la semicorchea del llanto esbozó la sonrisa del girasol en otro
campo y otra arena. La magia supo a hechizo de una pócima real de letras
inmortales.
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José Manuel Rodríguez Viedma y Manué Rodríguez
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Todos ellos doblaron sus
actuaciones, dos. Dos veces para dejar atónitos a los que pasadas las dos
primeras horas sin pestañear, presumieron de haberse equivocado de lugar. Aquel
paraíso pequeño, era demasiado chico para ser el cielo a los que el Group in
Movemet de contemporáneo le había invitado a visitar descalzos los pies en cada
uno de sus movimientos. Un paraíso demasiado mágico al que Zambra y Compás habían encendido cuajado de
hogueras y ascuas sacromontanas que no ardían ni quemaban. Un paraíso demasiado
bohemio para una comparsa que lloraba y cantaba a la misma vez sin que ninguna
voz llegara a rasgarse más que lo hacían sus almas de caballeros y quijotes. A
las diez de la noche, el bordón de la guitarra temblaba y el maestro Manué Rodríguez
lo acariciaba como a una novia. Le recitaba un trémolo, le esculpía arpegios, besaba su resonancia de cueva blanca. Hizo sonar las cuerdas y ya no hubo mayor
cárcel a los suspiros hasta el momento atrapados en la maleta de los sueños
indescriptibles. Manué volvía la cabeza hacia el poeta como un girasol al que
de vez en cuando, una mueca, un suspiro quizá un dolor, hacía que en su boca
callada se dibujara una tierna sonrisa.
Pasaban apenas diez minutos de
las diez y media. Las palabras del Alcalde ponían fin a la Presentación Oficial.
Entre bambalinas Jesús y Mario jugaban cómplices con las miradas. Abajo, una
mujer dejaba de morderse los labios. ¿Quién hubiese podido entregarle el beso
que aún me queda por escribirle…?