CONSEJO SENCILLO DE LA VEJEZ
Siempre
en la puerta sentado.
Lo
mismo estaba el chiquillo,
con
una varilla en la mano
y
la sonrisa de trigo.
En
sus ojos se dibujaban
universos
recién estrenados,
y
en las rodillas cantaba
entre
una negra maraña,
un
cardenal de cuidado.
El
pelo a la brisa desnudo,
las
manos al río en volandas,
y
los pajarillos con disimulo
sentados
en negras barandas.
¿Quién
fuera aquel chiquillo?
que
más que mirar te miraba,
como
si en su grandeza de grande,
¡Tan
grande se reflejara!
Con
un puñado de años ¡ya!
clavados
en las espaldas.
Que
daría yo, porque no crecieras.
Porque
siempre fueras pequeño,
para
que aunque tú no lo quisieras
pudiera
yo ser el dueño,
de
hacer que no despertaras
de
la infancia de tu cuerpo.
Ya
ves niño, mis arrugas.
¡Rasgando
piel al entrecejo!
Sin
que tenga mi alma la duda,
en
esta cabeza desnuda
de
que soy un hombre más viejo.
En
mi sabiduría yo hallo la fuente
y
en ella tú bebes consejos.
Pues
la vejez es como un barco
que
siempre te lleva a buen puerto.
Un
barquito de papel,
cargado
de buenos remedios.
Tan
dulce como la miel,
que
se hunde con los dedos.
¿Para
que quieres crecer?
Si
al final el mundo entero,
no
es más que un atardecer
que
solo coge en el sombrero.
En
tu infancia la nube se torna,
como
una caracola de ensueño.
En
la distancia una paloma
no
es más que un cascabel pequeño,
que
suena cuando se colma
de
cientos de recuerdos buenos.
Crecer
es solo llegar más alto.
¡Pero
nunca llegar el primero!
Pues
a veces con un garabato,
aunque
sea un garabato pequeño,
llegas
a tocar con las manos
la
senda sublime del cielo.
Yo
también quise ser grande
y
subirme a un molino viejo,
y
desde allí ver el paisaje
de
donde nacen los besos.
Yo
también con mi rama joven,
quise
poner en la hoguera leño
y
llenar mis futuros presentes
con
más de un millón de recuerdos.
Tan
grande y tan holgado
que
ya por más que los cuento,
alguno
se me queda colgado
en
otra rama del pensamiento.
Hacerte
grande ¡es perder!
los
principios de los cuentos,
aunque aprendas bien a leer
con
los ojos del firmamento.
¡Yo
no maldigo la vejez!
que
bien merecido mi tiempo,
fue
como un manantial
que
poquito a poco me fui bebiendo.
Solo
te pido ¡chiquillo!
que
como tú también has de hacerlo,
bebe
poquito a poquito
con
cientos de sorbos pequeños.
Y
hagamos un trato entre ambos
aunque
en este trato la vejez,
sea
un nuevo garabato
atado
entre tu zapato,
como
una cometa a los pies.
A
cambio de tu sonrisa
yo
te daré el mejor de los cuentos,
mientras
dejo que entre la brisa
se
duerman tus ojillos tiernos.
A
cambio de tu mirada,
yo
te daré mi sombrero
y
en el hallarás la barca,
al
timonel y al marinero.
¡Ambos
en volandas!
se
llevaron el vergel de mi tiempo.
Ya
se ha dormido el chiquillo,
entre
la savia de los almendros.
Mientras
el aire le besa el flequillo,
¡yo
velaré por sus sueños!
Ahora te acuno entre mis brazos.
¡Ya
lo ves, que no me quejo!
solo
apelo a nuestro trato,
pues
en este campo sin riego
¡lo
que yo daría por hacer…!
Seguirte
viendo crecer,
sin
yo hacerme más viejo.
José Manuel Rodríguez Viedma