viernes, 19 de marzo de 2010

Pregón de la Cofradía de los Gitanos (Granada)




ññnnbmmPregonado el Cristo del Consuelo


Ya tienes Cristo del Consuelo, el pregón que a la voz naciera y con ella se esfumará una vez se cierren las bocas. Que gracias a la inspiración que otorga la soledad sosegada del pensamiento, es capaz de nacer de las emociones de quien pone los versos amarrados, siempre a los hilos invisibles de palabras y renglones. Y lo tienes, por que así quisiste la mañana del catorce de marzo. Cuando el frío del mármol de la Abadía que te guarda, mordía los pies, la cabeza y el pensamiento. Ya tienes el Pregón descrito entre versos nacidos del alma, y entre suspiros chicos por los que se describen los poemas que saltan del atril, lo mismo que lo hace un beso, cuando nace de la boca y salta en busca de otra mano o de otra cara. Un beso que hace ruido y no suena, abre la boca, grita, y después se calla. Un beso disimulado e inquieto… Simplemente un beso.

Aquella mañana de marzo tuve la osadía de volver a verte de cerca, de saborear con los ojos los hermosos rasgos con los que José Risueño te dibujara en el pensamiento, y más tarde a golpe de gubia, plasmara sobre el palo santo que luego diera lugar a Tu rostro. Y vi de cerca los versos de Machado, desojados sobre páginas amarillas, en otra mañana de mayo, donde el poeta soñara, mientras la brisa inquieta de Valparaíso hacía danzar las alas de su sombrero. Y volví a ver la Alhambra, como una apoteósica luz siempre dispuesta a actuar de iluminaria ante los placenteros sueños del amor. He visto las emociones, caminando sonámbulas por las cuestas sacromontanas, y sentido el eco del cante amarrado al yunque y la guitarra. He visto a Granada nuevamente asentada en el regazo de Tus pies, como una rosa tendida a Tu semblanza, dejando morir el aroma y agonizar los sentidos ocultos de su pasión.

Ya tienes Cristo del Consuelo, el pregón que a la voz naciera, y que aquel catorce de marzo, mientras el frío de la Abadía del Sacro-monte arañaba las paredes, el poeta intentaba disimular junto a un quebranto roto de saetas. En vano ocultó su temblor entre las piernas. (No era el frío.) Mientras el río se llevaba el agua de puntillas…, otro verso se dejaba sentir en la otra orilla. (Todos y cada uno de ellos, se fueron muriendo en el mar.) Ya todo estaba dicho.
José Manuel Rodríguez Viedma

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