viernes, 21 de septiembre de 2012

El secreto de los vivos.

 
 
 
EL SECRETO DE LOS VIVOS




Una conclusión cuanto menos rocambolesca. Y es verdad que lo es:) Cuando una persona desaparece, vamos, digamos que se muere, que se esfuma, que la espicha. Multitudinarias voces, si no todas, exaltan con sopranos vozarrones cual temida pérdida se nos viene encima. Lo mismo nos da, si de pequeños nos daban patadas en las espinillas o nos pellizcaban repetidamente sobre el ... ombligo. Tal cual. << ¡Que bella persona coño! Con lo buena que era…>> La sudoración de sus pies, ahora era una grata mezcolanza entre el jazmín y la azucena y su malafollá, una media sonrisa difuminada a menudo entre su rostro angelical. Que si quieres arroz, Catalina, o como demonios se llame la tabernera.

Si el gachón o la gachona, tenía un carácter de los de quítamelo de enmedio que me abofetea la carótida, ahora, y en su lecho fúnebre de rosas y claveles, parece que una legión de angelitos ha venido a por el. << ¡Uno más en el reino de los cielos! >> (Manda hue… de los más frescos que ponen las gallinas pardas.)

Al ejemplo me remito con mi amigo Ramón, el de la zapatería de Castillejos. Hace una semana me lo encontré en la Plaza Nueva, debía de estar pasando el rodaje de sus últimos mocasines, cuando le dije;

- ¡Coño Ramón! Que alegría me da verte. Anoche estuvimos mi mujer y yo, de velada nocturna, junto a Fermín, Lucas, Alberto. Más tarde se incorporó Ana y Lucía. Por cierto, que cabroncete el marido de Lucía, aún recuerda la despedida de solteros y la foto de Sonia, la bailarina de “striptis” en su mesita de noche la luna de miel. Te puedes creer que apenas cruzamos palabra… Todo lo organizó Olga, la mujer de Vicente. ¡Vicente! (me dijo) Hijo de put… él y su mujer. ¡Nunca le caí bien del todo! Más bien nunca nos caímos ninguno de los tres. Claro que si yo hablara… ¿Qué? ¿Pagó en Chalet de los pinares? ¡No te jode! ¿Sigue tan gordo como siempre? Si no fuera tan estirado, las cosas bien que les podían haber ido mejor con sus amistades, a él y a ella, pero claro, el señor director de la sucursal del banco, como puede… claro, con un pobre zapatero. ¡Ramón!. (Le dije) Muy bien no estaba el hombre. Vicente, con todo lo gordo y sus hechuras, apenas se movía de la caja de pino. Calladito estuvo el hombre y sin pestañear. Murió anoche a las diez y veinte, o al menos eso me dijeron cuando llamaron por teléfono para darme el aviso… ¡Calla! ¡Calla! ¡No me jodas! Mierda de vida, cago en “to” y en la leche… Cuando se lo diga a la Puri, se va a quedar de piedra. La Puri se llamaba cada dos por tres con Olga, en el fondo eran inseparables. Olguita, le decía por el teléfono cada vez que hablaban. Ya sabes, cosas de ellas. El pobre de Vicente, joder, no me lo quito de la cabeza. Era raro, si, como el solo, pero con una inteligencia que se lleva el hombre para el otro barrió. ¡Es que no somos nadie! Ahora que le sonreía la vida, con su Mercedes nuevo por Reyes Católicos… Yo me abrí la cuenta en banco, nada más por que estaba el de director… ¿A que hora es la misa? Pues allí nos vemos, yo dejo al chavea en la tienda y tiramos “pa” San José.

Y allí estaba el hombre… La cara descompuesta, los ojos desencajados de las órbitas y los zapatos de charol, más relucientes que el cristal de un ascensor a las ocho de la mañana, cuando aún había porteros en las casas de vecinos. ¡Ah! y la Puri. La cual entre sollozos, mientras le hacia una suma con la mirada a la pobre de Olga, le decía echadita en su hombro; “Quince años sin hablarnos ninguno de los tres, lo que son las cosas y sin embargo, nos queríamos como hermanos… es que… Lo que es la vida Olga. Mi vida.”

Una conclusión al respecto en cuanto menos rocambolesca...
¿Por qué llenamos de piropos y alabanzas a quines las espichan y nos caían mal? ¡He aquí la cuestión! ¡Ya no nos escuchan! y no pueden debatirnos las mentiras.
¿Por qué seguimos haciendo leña los trajes de los vivos? ¡No hay duda! Por qué ellos si nos escuchan y padecen. Lo cual nos indica que hasta que las espichemos, aún hay tiempo de seguir haciéndonos daño…

Valga para todos los amigos y “amiguetes” sin distinción, riqueza, ideología o clases políticas. La muerte y la vida se asemejan en muchas cosas, pero una de ellas, sin duda, la hace igual y semejante. Seas como fueras en la vida, en la muerte alguien te seguirá dando palmaditas en la espalda. Y si tienes dinero, igual hasta llora más y mejor.
 
 
José Manuel Rodríguez Viedma

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