sábado, 17 de enero de 2009

Amanecer sin madrugada


Poema del libro "A la orilla del recuerdo" (a lágrima viva)


Amanecer sin madrugada

Hoy sé Señor que la he perdido.
Cuando aún recuerdo su aroma
entre la piel de mi mano,
cuando aún recuerdo su sombra,
a cada noche… a cada paso.

Cuando aún el sabor de mi boca
se me llena del dulzor de sus labios.
Hoy que ha llegado la hora,
de decirnos adiós, (ambos)
entre llantos de lirios,
hoy sé Señor, que la he perdido.

Pero nunca se pierde una moneda
por el hecho de caer del bolsillo,
como nunca se muere una flor,
por que se pise por el camino,
ni se malgasta una oración,
pensando que no se ha oído.

Pero yo sí lo sé Señor,
yo sé que, la he perdido.

Por el mismo camino de mis promesas
por el mismo atajo de mis venas,
otro hombre la iba besando,
para ser barco de mis tristezas.

¿Y el desafío que sintió mi cuerpo?
¿Hasta cuando el hombre es hombre?
¿Hasta cuando durara la primavera,
en el almanaque de mis reproches?
¿Dónde tendrá su final el infinito?
¿Cuando acabare de perder Señor,
lo que sé que ya he perdido?

¿Cuantos años pasaron?
Por él prologo de mis recuerdos,
cuantos llantos derramaron
mis ojos sobre mi pecho,
cuantas noches en vela,
cuanto barco sin timón ni vela,
cuanta mar la de mis ojos
sin espuma ni sirenas.

Y te casaste en San Pedro… ¿te acuerdas?
la meta de nuestro deseo,
aquella a la vera del Darro,
Darro pensamiento y misterio.

Blanco tu vestido blanco,
rojos el surco de tus labios
y una sonrisa carmesí,
que a todos ibas regalando.

Y yo en primera fila,
lo más cerca del Altar,
para escuchar él sí de tu pecho,
tu sangre, tu respirar
antes de que tuvieras dueño,
antes de que se rompiera el sueño,
del que ansiaba despertar.

Y sonaron a gloria las campanas
y ha entierro en mi corazón,
mientras salía tu boda por San Pedro,
en San Pedro me enterraba yo.

¿Por que no tuviste que odiarme,
cuando lo nuestro se termino?
¿por que no pudiste matarme
con un engaño o una traición?

Que no es mala la compañía,
ni el cariño, ni la amistad
pero sí una batalla perdida,
ver a quien tú mas querías
casándose en un Altar.

Pasaron los tiempos… ¡pasaron!
y pasaron los días… ¡se van!
y llego hasta mis oídos
con aromas de lirios,
más espinas al corazón.

De tus mismas entrañas venia,
de tu mismo cuerpo y tu ilusión
y entre llantos y alegría,
como oscurece a la noche
como amanece al día,
con el llanto de tu hijo
con los segundos de la vida,
se rasgaba la piel de mi alma
y la esperanza que en mi vivía.

¡Corrí Señor, como corría!
que larga la distancia,
de tu casa hasta la mía,
que sordos mis sollozos
que calor el que sentía,
como si fuera dueño de su cuerpo
y padre del que nacía,
pero no era así, no lo era
ni existía mi palacio,
ni esperaba la princesa.


Tú me abriste la puerta… ¿recuerdas?
aún pálida, que guapa estabas.
Que corto se me hizo tu beso en mi mejilla
y que larga mi pesadilla,
en el baúl de mis entrañas.


Con que amabilidad felicité,
a quien odie desde el primer día
al que en tus tiempos de soltera,
te besaba a escondidas

y yo ya siendo recuerdo,
mordiéndome los sentimientos
lloraba por las esquinas.

Y allí, sin poder mantenerme en pie,
en la entrada de tu casa,
me enseñaste su cuerpecito,
sus ojitos, su mirada.

Entonces estuve soñando
mientras me sonreían sus pequeños ojos,
como si tan pequeño asimilara el dolor
de quien lo había perdido todo.
Como si quisiera decir con sus manos,
que nunca existe el fracaso
del que supo amar como un loco...

Si como un loco anduve tanto tiempo…
como un niño que vaga perdido,
cuando por las calles… ¡sediento!
muriendo a cada paso, ¡muerto!
sonaron las campanas a muerte,
las campanas de San Pedro...

Se murieron tus ojos aquel año,
y aprendí a odiar la noche,
al amor, al desengaño,
a todo lo que nadie conoce
en las paginas de mi diario.

Si. Como un loco anduve tanto tiempo.
Recordando tu vida de soltera,
tus besos, tus manos,
tus sonrisas, tus enfados,
recordando tu nueva vida,
con otro hombre bajo el brazo,
tus nuevas fantasías,
tu vida y mis fracasos,
recordando el día de tu boda,
tu anillo y tú vestido blanco
y recordé por ultimo mi espina…
el niño que tuve entre mis brazos.

Que solo me encontré, Señor
que solo ante tu entierro
míos sus claveles rojos,
sin ser el dueño de sus besos.

Solo me quede… ¿recuerdas?
cuando todo el mundo se marchaba
tu marido, tu hijo,
la gente que te lloraba
y yo que era tu silencio
y tú que fuiste mi pensamiento
sobre las noches de luna blanca,

¿A donde se fue tu cuerpo,
que ya no puedo seguirlo?
¿A donde mis recuerdos,
sin quererlos ni pedirlos?


Ahora sé Señor…
camino de jazmín y de lirios,
ahora sé Señor
que hoy la he perdido.

Cuando aún recuerdo su aroma,
entre la piel de mi mano…
cuando aun recuerdo su sombra,
a cada noche… a cada paso.

José M. Rodríguez Viedma

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